Madrid.— En su segundo año de propagación, la pandemia sigue sin dar tregua a nivel planetario, aunque en la mayoría de los países sus efectos son menos devastadores, debido fundamentalmente a los avances en las campañas de vacunación, las restricciones y el afianzamiento de las medidas preventivas.
Sin embargo, en algunos continentes como el africano, el Covid-19 sigue teniendo consecuencias dramáticas, sobre todo por los ínfimos porcentajes de vacunación, la falta de infraestructuras y las resistencias de las grandes farmacéuticas y los países desarrollados que no están contribuyendo a que los biológicos lleguen a las zonas más necesitadas.
A pesar de los llamados de Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud (OMS), para que se lleven a cabo de manera urgente acciones solidarias que permitan la distribución de las vacunas a nivel planetario, muchos países occidentales continúan acaparando los suministros para reforzar a sus poblaciones incluso con terceras dosis, cuando apenas el 10 por ciento de la población asentada en África ha recibido su primera inoculación. La OMS ya advirtió que aplicar los refuerzos de forma masiva agravará la desigualdad de los países en el acceso a los fármacos.
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En este escenario desequilibrado, la plataforma de colaboración mundial Covax, cuyo fin es acelerar los tratamientos, las pruebas y el desarrollo de las vacunas contra el Covid-19, sigue estando muy lejos de conseguir su objetivo, que es el de garantizar a nivel internacional un acceso equitativo y justo a los remedios.
La distribución generalizada de vacunas no solo es una cuestión de solidaridad, sino de elemental estrategia sanitaria, ya que los expertos reiteran que en un planeta tan interconectado como el nuestro nadie estará a salvo mientras siga habiendo países vulnerables al virus.
En 2021, la tendencia en este sentido ha sido muy parecida a la del primer año: carrera contra reloj de los países más avanzados para inmunizar masivamente a sus ciudadanos, mientras amplias zonas del planeta se han visto privadas de las vacunas y siguen sobreexpuestas a la pandemia. Por ello, la OMS ha insistido en la necesidad de acelerar la inoculación a lo largo y ancho del globo para que no haya porcentajes tan asimétricos de población con la pauta completa, aunque hasta ahora el reclamo no ha sido atendido.
Paradójicamente, mientras los fármacos y las medidas de seguridad se echan en falta en buena parte del mundo, en países con campañas de vacunación más o menos avanzadas se han incrementado las protestas contra los biológicos y las restricciones impuestas por las autoridades.
Estos movimientos negacionistas, que son especialmente activos en Europa y Estados Unidos, coinciden al señalar que los gobiernos están exagerando deliberadamente el alcance de la pandemia para ejercer un mayor control de la población, sobre todo mediante la expansión del miedo, las prohibiciones de movilidad y el cierre de la hostelería y los lugares de ocio.
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En cualquier caso, los disconformes representan sectores minúsculos frente a la mayoría de ciudadanos que han respondido afirmativamente a las campañas de vacunación y que, en algunos países, están recibiendo ya una tercera dosis de refuerzo para hacer frente con un mayor número de anticuerpos a la última variante del virus (ómicron), que tiene gran capacidad de infección, aunque podría resultar menos lesiva.
El regulador de medicamentos de la Unión Europea (UE), aprobó a principios de diciembre la combinación de distintos tipos de vacunas contra el coronavirus, por considerar que tienen un efecto igual o mejor que las homólogas en cuanto a la respuesta inmunológica, lo que facilita la gestión profiláctica en los países que disponen de grandes reservas de biológicos.
Las campañas de vacunación han amortiguado considerablemente en 2021 los efectos más nocivos de la pandemia, a pesar de que las variantes del virus se muestran más contagiosas, sobre todo en Occidente donde países como España, con más del 80% de la población diana (mayores de 12 años) vacunada con la pauta completa, vuelven a registrar máximos niveles de riesgo como consecuencia sobre todo de la variante ómicron, la quinta cepa del SARS-CoV-2 que ha sido calificada de preocupante por la OMS.
La incesante aparición de nuevas mutaciones del virus con un notable potencial de transmisión y que amagan con rebajar la eficacia de las vacunas, está obligando a las autoridades a rehacer una y otra vez los planes sanitarios y, en muchos casos, a reimponer restricciones que se levantaron antes de tiempo, lo que provocó un alarmante resurgimiento de contagios en países que creían estar relativamente seguros, entre ellos Reino Unido, Alemania, Bélgica, Francia, Países Bajos, Italia, Austria, Dinamarca o Israel.
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El último informe de la agencia sanitaria de la UE subraya que la situación epidemiológica del bloque comunitario se caracteriza por un número de casos elevado, que se incrementa con rapidez, y una tasa de mortalidad que va en lento aumento. Aunque sus consecuencias sean menos letales, la última oleada podría colapsar los centros médicos, especialmente los de atención primaria, si se siguen multiplicando los contagios. Las autoridades estiman que Ómicron será la variante dominante en Europa en enero de 2022.
Por otra parte, los efectos de la pandemia también se dejaron sentir por segundo año consecutivo en la gestión y funcionamiento de la economía global, sobre todo en los procesos de producción y distribución de componentes esenciales. Entre otros factores, el apagón industrial generado por la emergencia sanitaria, los continuos controles y cierres de fronteras y la ralentización del tráfico mundial de mercancías, han terminado por afectar la cadena de suministros, algunos de ellos tan indispensables como los microchips, lo que está dejando sin stock a muchas industrias que dependen de los semiconductores para la fabricación digital, casos de la automotriz, la electrodoméstica y la tecnológica. Estados Unidos y China se encuentran entre los países más perjudicados por la crisis de los microchips.
Con la vista puesta en el medio plazo, los expertos reconocen que no hay manera de evitar las sucesivas mutaciones del virus, pero estiman que su debilitamiento tendría que ser progresivo a medida que se expandan las campañas de vacunación, mejoren los fármacos y se mantengan las disposiciones preventivas, como la distancia social y el uso del cubrebocas en los lugares concurridos y de mayor riesgo, como los espacios cerrados.
Sin embargo, además de los negacionistas, son muchos los ciudadanos vacunados que se siguen saltando las normas básicas, incluso en los países con mayor conciencia sanitaria, mientras en algunas regiones del planeta no se han podido implementar políticas de contención, ni siquiera parcialmente, a dos años de la declaración de la pandemia.
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A pesar de los avances, sobre todo en cuanto a la gestión hospitalaria y la disminución de la mortalidad, el elevado número de positivos que se registran a diario y el alto riesgo de transmisión en muchos países, junto a la previsible llegada de nuevas y desconocidas mutaciones del virus, obligan a mantener las precauciones y a ejercer una vigilancia constante para evitar cualquier desbordamiento.
Los expertos coinciden en que la pandemia está lejos de ser controlada, por lo que seguirá constituyendo en los próximos meses un quebradero de cabeza a nivel global, aunque la peor parte se la llevarán los países carentes de infraestructuras sanitarias y en los que las campañas de vacunación continúan bajo mínimos, en contraste con el acaparamiento de suministros que realizan las naciones más avanzadas.