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Si antes resultaba deseable que el presidente Andrés Manuel López Obrador asistiera a la reunión del G20, el deterioro en las relaciones con Estados Unidos lo hace ahora imprescindible. El encuentro que tendrá lugar en Japón a fin de mes está diseñado expresamente para los jefes de Estado y de gobierno. De manera que no es suficiente que el canciller lleve la representación del país. No sólo porque no tendría acceso a las reuniones más delicadas entre presidentes y primeros ministros, sino por la necesidad urgente de que la delegación mexicana esté encabezada por quien tenga capacidad de pactar acuerdos y tomar decisiones sensibles.
La administración lopezobradorista sufrirá un desgaste considerable si no logra desactivar este juego de amenazas constantes de Washington. Dado el patrón de conducta de Trump, quizá el objetivo de “desactivar” su ánimo hostil sea una meta irrealizable. Pero, en todo caso, la comunicación directa —el famoso diálogo político de alto nivel— permitiría conocer a detalle los términos de referencia en que Estados Unidos está contemplando sus relaciones con México. A partir de ese conocimiento, nuestro país tendrá mayor claridad respecto a sus márgenes de maniobra, si es realista esperar un trato como aliados y como amigos o si, por el contrario, es hora de diseñar una estrategia internacional radicalmente distinta.
Desde la campaña electoral, Trump eligió a México como uno de sus blancos favoritos; dos años y medio después su postura no ha variado mayormente. En el balance, la mayoría de sus tuits y sus amenazas no se han materializado. Ya sea la construcción del muro fronterizo, donde no ha conseguido el financiamiento, o el cierre de la frontera que anunció hace unas semanas, han quedado únicamente en el plano declarativo.
En este sentido, la postura de López Obrador de evitar la confrontación funcionó algunos meses para no caer en una escalada verbal, un enfrentamiento diplomático y propiciar la aplicación de verdad de algunas de las medidas anunciadas. México asumió que se trataba de un juego de sombras, sujeto a las necesidad políticas y electorales del republicano y le concedió una importancia limitada. Recordemos que cuando recién llegó a la Casa Blanca, la Bolsa de Valores y el peso mexicano se sacudían ante cada expresión nociva de Trump. Poco a poco, México aprendió a tener la piel más gruesa y dejó de sobrerreaccionar.
El episodio reciente de los aranceles marca una tónica distinta. Lo que hace diferente a este capítulo es el cambio de estrategia. La Casa Blanca mezcla el tema migratorio con los asuntos comerciales; la contención de centroamericanos, a cambio de unos aranceles que violan el TLCAN, todavía en vigor. Así las cosas, nadie podría garantizarnos que si cumpliéramos con el expediente migratorio tal y como lo demandan, más adelante no entren nuevas exigencias en el listado estadounidense. Este episodio, aunque no se cumplieran las amenazas arancelarias, le servirá a Washington para tomarnos la medida y conocer sus márgenes reales de negociación frente a México.
En su primer semestre de gobierno, la administración lopezobradorista había apostado más al manejo sicológico de Trump que a la negociación de un entendimiento diplomático duradero y eficaz. La carta que envió nuestro presidente a Washington denota que ya no son suficientes los llamados al amor y la paz. Lo más probable es que Trump gane la reelección y sea por tanto el único presidente estadounidense con el que deba entenderse el gobierno mexicano. Las lecciones aprendidas en estos primeros meses del sexenio apuntan a que la relación bilateral continuará siendo tensa y poco amigable.
Los nexos con Estados Unidos no son fácilmente reemplazables en el mundo, sobre todo en el terreno financiero y comercial. Sin embargo, la actitud mostrada por Washington obliga a emprender un rediseño de la política exterior mexicana. Lamentablemente, el distanciamiento con el grueso de América Latina y Canadá por la crisis en Venezuela o los roces con España por el asunto de la Conquista han reducido los márgenes de maniobra de la diplomacia nacional. De ahí que, volviendo al inicio de este texto, México deba aprovechar al máximo las oportunidades que se le presentan y una de ellas es la cumbre del G20.
Internacionalista