San José.— El futuro de la Amazonía tiene inquietantes signos de incógnita.
Las noticias de que los 7 millones de kilómetros cuadrados de la Amazonía, que son el hogar de unos 34 millones de personas y de 350 pueblos indígenas y afrodescendientes, emiten en 2021 más dióxido de carbono del que absorben son preocupantes… pero imprecisas.
La realidad es que el fenómeno azota a una subregión geográfica de la Amazonía de Brasil, formada por bosques y otros usos del suelo y que lanza más gases de efecto invernadero de los que secuestra y en un comportamiento que, además del carbono, incluye al metano como uno de los que contribuye al calentamiento global.
Mientras se profundiza la mezcla de factores que provocan que disminuya la captación de carbono de los bosques amazónicos y aumente la emisión de esos gases por la mayor y creciente deforestación y degradación forestal, las interrogantes sobre la Amazonía se profundizan por múltiples ingredientes.
“Sin duda: la Amazonía está en mucho más grande peligro hoy que hace dos años. Y eso se debe a cambios físicos como a políticos”, dijo el estadounidense David Kaimowitz, uno de los directores globales de la división forestal de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) en Roma.
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“Los físicos son porque empezamos a detectar que la deforestación y el cambio climático están llevando a una situación de bola de nieve: cada vez más los problemas generan nuevos problemas que empeoran la situación y nos hace más difícil salir adelante”, explicó Kaimowitz a EL UNIVERSAL.
“Los políticos son porque, en vez de priorizar resolver los problemas, hay gobiernos de los países amazónicos que están pensando en el corto plazo. Esto es un escenario suicida para ellos mismos”, advirtió.
Con sus nueve países ribereños— Brasil, Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Surinam, Guyana y la Guayana Francesa (colonia de Francia)— en la parte norte o septentrional de América del Sur, la Amazonía es el bosque tropical más extenso del mundo, una de las ecorregiones con mayor biodiversidad del orbe y un medidor atmosférico del carbono en la Tierra.
Las complicaciones que se producen al aumentar la tasa de carbono están sincronizadas con los periodos secos que azotan a grandes sectores de la Amazonía.
Los procesos para producir soya, ganado, petróleo y minería sumados a la tala intensiva y a otras actividades que se combinan con los efectos mundiales del cambio climático y con los impactos de la deforestación en el clima local, impulsaron la conversión del ecosistema forestal de la Amazonía en uno de sabana o cerrado.
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Radiografía amazónica
Como coordinador del Mecanismo para Bosques y Fincas, iniciativa conjunta de la FAO, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el Instituto Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo (IIED, por sus siglas en inglés) y AgriCord, Kaimowitz relató los aspectos esenciales sobre los conflictos en la Amazonía.
Entre los elementos claves planteados a este diario por el especialista están:
Los países que, antes del ataque en 2020 del coronavirus, mostraron una crisis económica profunda que empeoró por el Covid-19, observan en 2021 un alza en los precios de carne, soya, minerales y petróleo.
El estímulo financiero amplifica la presión sobre el bosque amazónico, mientras los gobiernos ribereños invierten en nuevas infraestructuras de carreteras, petroleras, puertos, almacenes de granos o procesadores de minerales. Las tareas agropecuarias y extractivas se aceleraron “justo en el momento en que se deben frenar”.
La Amazonía presenta dos tipos de cambio climático y cada uno empeora al otro e interactúa de forma perversa.
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Por un lado, están los cambios climáticos ocasionados mundialmente por los gases de efecto invernadero, los combustibles fósiles y la deforestación, que expulsa gases a la atmósfera y afectando el clima de todo el planeta.
Por otro, está la consecuencia directa de la pérdida de los bosques sobre los climas locales. Con menos bosques deja de evaporarse agua hacia la atmósfera y los vientos hacen que cambie y se caliente la superficie terrestre, por lo que las partículas tampoco suben a las nubes para ayudar a que llueva.
Los pueblos indígenas y afrodescendientes en sitios amazónicos son cruciales, porque cerca de 50% de los bosques de calidad superior de la Amazonía están en su poder. El 30% de todos los bosques de la cuenca amazónica es de indígenas y afrodescendientes, lo que equivale a casi la mitad de los que están en mejor condición.
La posibilidad de que, en defensa de sus derechos, ambas etnias mantengan por fuera a los inversionistas privados que pretenden penetrar a la Amazonía será un elemento central sobre el futuro de esa región.
Hay un cruce de un escenario alentador y otro terrible o aterrador en el Cerrado (espejo o denso en portugués), vasta ecorregión en la sabana tropical de Brasil en el sur de la Amazonía.
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Con cada vez mayor frecuencia por la temperatura local y la pérdida de lluvias, hay incertidumbre o falta de claridad en torno a que la soya será viable en estas zonas durante los próximos 20 años.
Brasil es el principal productor mundial de soya y con la tendencia de que aumente. Por las condiciones climáticas de riesgo que genera, la expansión de ese producto pone en peligra el futuro de que ya existe.
El contexto abre una oportunidad para tratar de convencer a los agricultores de soya de que se están suicidando al provocar condiciones climáticas que son una amenaza para su negocio.
Devastación imparable
Un abanico de actividades, legales e ilegales, asolan a la Amazonía.
El (no estatal) Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), de Bogotá, reportó en agosto de 2020 que el Frente 1 de las ya disueltas guerrillas comunistas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se moviliza en rutas de la Amazonía colombiana, venezolana y brasileña en operaciones de contrabando de drogas.
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El Frente coordina en esas áreas el “envío de la cocaína que se procesa en Colombia y que negocia directamente con cárteles mexicanos como el de Sinaloa, su principal aliado, y cárteles de Brasil”, precisó Indepaz, en un reporte del que este diario tiene copia.
Organizaciones paramilitares colombianas lanzaron “panfletos con amenazas hacia comunidades indígenas, afro y líderes defensores de derechos humanos” en la Amazonía de Colombia, reveló el reporte.
La hostilidad en Colombia también evidenció un incremento de las tareas ganaderas y petroleras en lugares amazónicos.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) advirtió desde 2019 que las comunidades indígenas y tribales de la Amazonía, incluidas los que están en “aislamiento voluntario”, enfrentan una variedad de “graves problemas” por la extracción y explotación de recursos naturales y el “desarrollo de megaproyectos de infraestructura o inversión sin consulta ni consentimiento libre, previo e informado”.
“Estas afectaciones ponen en riesgo la supervivencia física y cultural de esos pueblos, así como al medio ambiente” y la protección y promoción de los derechos humanos, subrayó, en un reporte del que este periódico tiene copia.
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Otros puntos bajo asedio son la Chiquitanía o Los Llanos de Chiquitos, en el oriental departamento (estado) boliviano de Santa Cruz de la Sierra, y en el centro-norteño departamento de Beni, por la expansión ganadera y de los cultivos de soya.
Las alarmas también se ciernen por la minería en el sur de Venezuela y los proyectos mineros y petrolero en el oriente de Perú.
Al estallar en agosto de 2019 una oleada de incendios en la Amazonía, la (no estatal) agrupación ambientalista Viernes por el Futuro, con presencia en unos 150 países, fustigó la “indiferencia”, “desinterés” y la “falta de voluntad política” del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, para aceptar ayuda internacional y poder enfrentar el fuego.
Viernes por el Futuro anticipó que, de continuar todas las prácticas demoledoras en la Amazonía, bautizada como “pulmón del planeta”, en cuestión de 50 años será una sabana como las de África y eso “es gravísimo”.
Amnistía Internacional (AI), organización no estatal de defensa de los derechos humanos, con sede en Londres, lamentó que prosiga una “desastrosa política” por la que la Amazonía está “expuesta a la destrucción”.