Un jefe de Estado, golpeando a su pareja, en la residencia presidencial oficial. Las imágenes de Fabiola Yáñez con el ojo y el brazo amoratados revelan lo más vil del poder.

Alberto Fernández dejó la presidencia argentina en diciembre pasado, con cuatro quintas partes de los ciudadanos desaprobando su gestión. Pero nadie esperaba que, como expresidente, Fernández fuera a generar el rechazo que hoy produce, cuando parecía que las cosas para él ya no podían ir peor.

Una denuncia de corrupción que derivó en la confiscación de un teléfono celular de una secretaria con la mala costumbre —o la decisión consciente— de conservar todas las conversaciones e imágenes de sus conversaciones con Fernández y su entorno, incluyendo Yáñez. Un celular que contenía reclamos de Yáñez por los maltratos del presidente y evidencias fotográficas.

La violencia de género es siempre deleznable, pero cuando se ejerce desde una posición de poder, en una residencia oficial, como ocurrió en este caso —razón por la cual está en manos de la justicia federal—, tiene que servir de lección; de ejemplo de que nunca será tolerada, mucho menos cuando el agresor ha sido un presidente en un país democrático, un supuesto defensor de los derechos de las mujeres.

Es la primera vez que en Argentina un expresidente es acusado de violencia de género, aunque no significa que sea el primer mandatario que haya agredido a su pareja. Sólo el primero que “cacharon”.

Por esa misma razón, la Justicia tiene que actuar con firmeza, por Yáñez y por tantas mujeres que sufren la misma situación, sin tener el foco de los medios.

Que la exprimera dama haya denunciado puede ayudar a muchas mujeres que tienen miedo de alzar la voz contra la violencia que sufre en casa. Pero esas mujeres necesitan algo más: saber que habrá justicia; que denunciar no será sinónimo de sufrir represalias que pueden costarles la vida.

Si se demuestra que Fernández es culpable, la ley tendría que actuar con él con la firmeza que se requiere en un país donde solo en 2023 se registraron 259 feminicidios. Tres de cada cuatro casos ocurrieron en el hogar.

El caso Fernández, además, ha generado un terremoto dentro del Kirchnerismo, como evidenció el mensaje de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien dijo que este caso “delata lo más sórdido de la condición humana”.

Líderes kirchneristas han optado por desmarcarse de Fernández, temiendo que se convierta en un golpe mortal para un movimiento político en crisis, denostado por los argentinos.

El mensaje, desde todos los sectores políticos, movimientos feministas, debe ser un claro “no a la violencia de género, de donde venga y sin importar inclinaciones o afinidades políticas”.

A nivel regional, la esperanza es que este caso haga alzar las voces a más mujeres víctimas de violencia por parte de hombres en posiciones de poder, y que hasta ahora han callado por miedo, por saber que no sólo no habrá justicia, sino que les puede ir peor.

La Comisión Económica Para América Latina y El Caribe ha descrito la violencia de género, la violencia feminicida, como una “epidemia silenciosa” en una región donde, sólo en 2021, al menos 4 mil 473 mujeres fueron víctimas de feminicidio.

Yáñez, afortunadamente, vive y decidió denunciar a su agresor. Es hora de hacer ruido y acabar con la epidemia.

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