San José.— Teñido de muerte, sangre y violencia por la penetración generalizada del crimen organizado en asocio con la corrupción política y de luto, drama y desamparo por la imparable y multitudinaria migración irregular a Estados Unidos por el desgaste socioeconómico, el mapa de América Latina y el Caribe entró a 2024 también manchado por las alertas del futuro de su democracia.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que integra el sistema de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), reportó que el área cerró 2023 con un crecimiento regional de 2.2% del Producto Interno Bruto (PIB) y pronosticó que en 2024 será de sólo 1.9%.

En una zona marcada por su fragilidad democrática e institucional y de unos 661 millones de habitantes y, según datos oficiales, con unos 190 millones en la miseria, los seis comicios presidenciales que habrá este año en la región tendrán el reto de tratar de frenar los masivos flujos migratorios irregulares a Estados Unidos vía México.

EU informó que el número de latinoamericanos y caribeños retenidos en sus puestos migratorios siguió en ascenso y pasó de un millón 739 mil 698 personas de octubre de 2020 a septiembre de 2021 a 2 millones 270 mil 329 de octubre de 2021 a septiembre de 2022 y a 2 millones 469 mil 940 de octubre de 2022 a septiembre de 2023. En octubre y noviembre de 2023 llegó a 489 mil 575, según cifras parciales.

El crimen organizado se enseñoreó con violencia endémica y propagación imparable del narcotráfico. Con este panorama, las carreras electorales se intensificarán este mes.

“Las Américas inician 2024 con un muy complejo panorama electoral. Las elecciones no debieran ser un momento para desmantelar derechos humanos y conseguir réditos políticos”, afirmó la abogada chilena Ana Piquer, directora para las Américas de Amnistía Internacional (AI), organización mundial no estatal de derechos humanos con sede en Londres. “Debiera ser un momento en que los derechos humanos estén al centro y que las candidaturas pongan sobre la mesa [cómo] asegurar que estos derechos se respeten, protejan y hagan cumplir”, declaró Piquer a EL UNIVERSAL.

“Para AI, lo preocupante es que (…) en estos contextos electorales se ha dado pie a la negación de derechos humanos. Vemos candidaturas con propuestas abiertamente contradictorias con esos derechos (…) proponen retrocesos en derechos ya conquistados como reducir la protección al aborto en países donde ya existe”, agregó.

“O proponen falsas dicotomías y necesidades de elegir entre unos derechos y otros o entre derechos humanos y seguridad. Vemos países en donde se reprimen candidaturas disidentes u opositoras al partido y al gobierno de turno, que buscan continuar en el poder vulnerando derechos a la libertad de expresión y de asociación”, advirtió.

Las elecciones de este año en mayo en Panamá y República Dominicana y en octubre en Uruguay podrían afianzar los procesos democráticos e institucionales en esas naciones, pero sobre las de febrero en El Salvador, junio en México y segundo semestre en Venezuela ya hay tormentas para la democracia hemisférica, un club sin Nicaragua y Cuba.

Haití entró a 2024 tras arrastrar, al menos desde 2021, el galardón consolidado continental de caos.

Haití acumuló más de tres años de total fracaso institucional para eliminar a las poderosas y sanguinarias prácticas de alianzas entre pandillas criminales y fuerzas políticas y oligarcas, y edificar una sociedad con democracia, civilidad, tolerancia, justicia social, libertad y Estado de derecho.

La duda persistirá: ¿saldrá Haití en 2024 de su catástrofe? Opuesto al desastre haitiano emergió El Salvador.

En un riguroso e inflexible régimen de excepción impuesto desde marzo de 2022 con fuerzas militares y policiales por el entonces presidente salvadoreño, el derechista Nayib Bukele, El Salvador rompió con casi 30 años de control indiscriminado de calles y barrios de las maras Salvatrucha (MS-13) y 18 (M-18) y bajó los homicidios, pero a un alto costo democrático y con denuncias de violar los derechos humanos al amparo de la seguridad.

Al asumir su quinquenio en junio de 2019, Bukele avanzó al autoritarismo, ganó en febrero de 2021 los comicios parlamentarios, extendió en mayo de ese año su mando del Poder Ejecutivo a los poderes Legislativo, Judicial y Electoral, emprendió en marzo de 2022 la campaña antimaras y sacó a El Salvador de la lista de países más violentos. Con el dominio judicial, logró que el aparato constitucional le autorizara en 2021 su reelección consecutiva en 2024.

En noviembre anterior obtuvo seis meses de licencia legislativa para competir en las elecciones del 4 de febrero próximo. En su lugar, como designada presidencial, eligió a una aliada, la contadora derechista Claudia Rodríguez, en su reemplazo hasta junio de 2024.

Favorito para ganar, Bukele reasumiría para gobernar hasta 2029… con un nuevo riesgo para la frágil democracia de El Salvador, que este mes cumplirá 32 años del final de una guerra civil, de 1980 a 1992, que dejó de 75 mil a 80 muertos y polarizó al país.

Un dilema prevaleció en Guatemala. Tras sufrir, desde junio de 2023, una guerra jurídica de la extrema derecha local en su contra para cerrarle el paso al poder, el centroizquierdista guatemalteco Bernardo Arévalo parece que el 14 de este mes asumirá como presidente por un cuatrienio y cumplir la voluntad popular expresada en las urnas el 20 de agosto pasado.

“El triunfo de Arévalo fue un gran logro para la democracia en Guatemala y la región. Muestra que es posible desafiar el status quo [estado de cosas] sin patear el tablero democrático”, destacó la abogada venezolana Tamara Taraciuk, directora del Programa sobre Estado de Derecho del (no estatal) Diálogo Interamericano, de Washington.

“Es importante que siga el apoyo regional para que [Arévalo] pueda asumir y gobernar”, planteó Taraciuk a este diario.

A consulta de este periódico, el politólogo ecuatoriano Sebastián Mantilla, director ejecutivo del (no estatal) Centro Latinoamericano de Estudios Políticos (Celaep), de Ecuador, “el futuro de la democracia en la región tiende a ser desalentador”.

“[Desalentador] no sólo porque hay problemas que se agravan y la afectan como la inseguridad, violencia, la crisis económica, desempleo, aumento de la pobreza, la migración. La clase política se desentiende de estos problemas y la ciudadanía desconfía aún más no sólo de ellos, sino de la democracia como tal”, alegó.

Luego de las elecciones en cada país, sin ser tampoco “modelo de comicios justos, competitivos y libres”, los ganadores “interpretan las normas a su modo y cometen arbitrariedades. Un escenario poco alentador”, recalcó.

Democracia amenazada, creciente crimen organizado, masiva migración irregular, pobreza en aumento… marcas imperdibles y todavía aparentemente imborrables del mapa americano.

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