San José.— Hace exactamente 32 años, del 3 al 14 de junio de 1992 en Río de Janeiro, Brasil, la Organización de Naciones Unidas (ONU) realizó la Cumbre de la Tierra, que escuchó una andanada de discursos, proclamas, arengas, promesas y mensajes retóricos y aprobó un paquete de abultados documentos, convenios y declaraciones sobre el cambio climático.
La cita de Río fue seguida por gran cantidad de cumbres, conferencias, congresos y seminarios de foros multilaterales estatales y no gubernamentales y de más y más acuerdos que se acumularon en anaqueles en el mundo. Pero el panorama global del siglo XXI evidenció el avance implacable de un generalizado deterioro ambiental. De las cumbres y congresos por 32 años surgieron miles de fotografías de participantes sonrientes en lujosos estrados y recuerdos del turismo ambientalista.
Todo contrastó con una verdad en 2024 peor que la de 1992: América Latina y el Caribe se exhibieron incapaces de enfrentar el golpe climático y los convenios se quedaron en las bibliotecas sin bajar al terreno de las realidades y, con excepciones, jamás se aplicaron. El primer semestre de 2024 devastó aldeas, pueblos y ciudades y de bosques, cuencas y otros accidentes geográficos por inundaciones y sequías, de Argentina, Brasil, Haití y Chile a Costa Rica o de Colombia, México, Guatemala y Honduras a El Salvador y Venezuela.
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“La triste realidad es que no hay voluntad política” para cumplir los pactos, afirmó el arquitecto y ambientalista guatemalteco Jorge Cabrera, exjerarca de la Secretaría Centroamericana de Ambiente y Desarrollo, instancia gubernamental multilateral. “Yo estaba joven cuando participé en Río. En mi ingenuidad, era una esperanza para el futuro de la humanidad y del planeta. En 2015 en Francia estuve cuando se suscribió el acuerdo de París en otro momento de emoción. Pensé que ese era el punto de inflexión ante el cambio climático, el compromiso de reducir emisiones de gases de efecto invernadero y dar financiamiento”, dijo a EL UNIVERSAL. “Con el tiempo uno se va dando cuenta que lo que sucede en estos grandes eventos es que los verdaderos decisores, los que tienen poder real de transformar las cosas, están muy vinculados al gran capital y a las grandes industrias y no participan en esta toma de decisiones”, aseguró.
Al subrayar que “participan equipos técnicos y hay buena terapia de grupos, pensando en que uno es capaz de cambiar la historia del planeta”, admitió que “la realidad es que no. El poder real existe. Los intereses que tienen al planeta a como está son reales y existen y no participan de decisiones, como reducir el uso del petróleo, de los combustibles fósiles (...) Esas decisiones afectan sus intereses económicos: nunca lo van a permitir”, recordó.
Los cabilderos económicos, “petroleros fundamentalmente”, financiaron parte de las negociaciones, como en 2015, “pero tampoco para salvar al planeta y orientar los recursos que necesitan los grupos más vulnerables. Lo hacen sólo para cuidar sus propios intereses”, planteó.
Provocada por la intensificación de los gases de efecto invernadero ante las emisiones industriales por la quema de combustibles fósiles y otros factores, la crisis climática dejó de ser un pronóstico y reconfirmó la presencia de dos anunciados visitantes en 2024. Por un lado, El Niño —Oscilación del Sur (ENOS), que se mostró con el calentamiento anómalo del mar, altas temperaturas, humedad, fuertes aguaceros e inundaciones y debilidad de los vientos alisios con arrastre de lodo, piedras, grava, sedimento, arena y arcilla en el hemisferio sur del Pacífico. Por el otro, La Niña, la etapa fría o contraria a ese proceso, con más lluvias y descenso de las temperaturas ecuatoriales, entre otras características.
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“Hay argumentos sin sentido científico y eso hace que algunos gobiernos pierdan credibilidad o no presten atención debida al fenómeno que vivimos”, adujo el ingeniero químico costarricense Carlos Roldán, fundador del programa de energías limpias del (estatal) Instituto Tecnológico de Costa Rica y consultor energético internacional.
En París se fijó “que el límite de temperatura no subiría más de dos grados Celsius sobre la temperatura preindustrial. Tenían los dados marcados. Usaron de referencia un año sumamente frío. Ya la temperatura aumentó un grado y medio y la gente no ve que estén pasando cosas que no pasaban antes”, destacó Roldán a este diario. “Lamentablemente ha habido muchos intereses comerciales que han hecho que haya pérdida de interés. La acumulación de dióxido de carbono en el ambiente se puede resolver reforestando el planeta. ¿Pero quién hace negocio reforestando el planeta? Nadie”, destacó.
“En cambio, con la idea de evitar combustibles fósiles, se están desarrollando energías como los automóviles eléctricos, que no se desarrollarían si no fuera por los privilegios y subsidios que están dando los gobiernos para que sean competitivos. Un sector de la economía vio un negocio comercial detrás de todo esto”, puntualizó.