Madrid.— Cuando la pandemia aprieta en los hospitales y los ingresos en los servicios de urgencias se desbordan para poner en jaque la capacidad de respuesta del personal sanitario, no queda más remedio que afrontar decisiones tan problemáticas como trascendentales, a fin de poder salvar el mayor número de vidas.
Con el tiempo corriendo en su contra, doctores y enfermeras optan por prestar los primeros auxilios a los pacientes más necesitados; un dilema que se ha incrementado con el coronavirus y que resulta particularmente frustrante, porque en urgencias casi todos los casos ameritan una pronta intervención y cualquier demora puede acabar siendo mortal. En situaciones extremas, que se complican todavía más por la falta de personal, camas y equipos en muchos centros médicos públicos, resulta imposible atender eficazmente y por igual a todos los pacientes que ingresan en estado grave.
Durante los peores días de la pandemia, con los hospitales al borde del colapso, muchos sanitarios se han visto obligados a establecer prioridades para tratar de gestionar la emergencia lo mejor posible, centrando sus energías sobre todo en las personas más afectadas, entre ellas las que llegan infectadas por Covid-19 y que sufren un rápido deterioro, por lo que necesitan ser tratadas de inmediato. Los profesionales de la sanidad enfrentan turnos que el coronavirus ha vuelto mucho más agotadores y que pueden llegar a las 14 horas seguidas.
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“Tenemos varios puestos de críticos, pero en una de las últimas guardias tuvimos que asistir un infarto, un aneurisma de aorta, un ictus y además hubo que intubar a dos personas con coronavirus. ¿Qué pasa? Que el del ictus tiene que esperar cuando no puede esperar. Al final, hay que priorizar, detectar al que está peor, elegir quién va primero. Es algo muy duro”, señala a EL UNIVERSAL Raquel Romo, enfermera de urgencias del Hospital Regional de Málaga (Andalucía).
“Son decisiones muy difíciles de tomar, que van pesando, porque se presentan demasiado a menudo. Llega un momento en que te preguntas: ¿pero esto cuándo va a parar? Es como un desborde. En urgencias siempre llevamos un añadido emocional, porque vivimos situaciones al límite; pero con la pandemia eso se ha agudizado”, agrega.
“Cuando se presentan a la vez varias personas en estado límite hay que correr, como decimos en el argot, porque la vida del paciente va en ello. En mi servicio somos un equipo muy unido y nos repartimos las tareas en los momentos más críticos para intentar que salgan todos adelante, algo que casi siempre se consigue”, agrega la enfermera que acumula más de 20 años de ejercicio profesional.
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Raquel reconoce que sufren un fuerte desgaste por la presión a la que están sometidos y hace un llamado a la población para que sea consciente de la dramática situación que se vive en los centros sanitarios de muchas partes del mundo.
“Intentas llevarlo en el día a día, pero cuando lo recuerdas o lo hablas con personas de tu entorno se te saltan las lágrimas. Yo no soy de piedra, y me remueve mucho el corazón. Es algo que vas almacenando. Soy una persona alegre, a la que le encanta la vida, por lo que intento dejarlo en un cajoncito en mi memoria. Pero sale a flote. No somos números ni superhéroes; somos personas, como los demás”, asegura.
Los pacientes de Covid-19 cuentan en el hospital de Málaga con un circuito diferenciado; pero muchas veces los sanitarios no dan abasto, porque las llegadas a urgencias han aumentado exponencialmente desde que se desató la pandemia.
“Cuando ocurre todo a la vez, con varios pacientes graves en espera, hay que ir corriendo de un lado a otro para valorar cada caso. Y eso sucede con cierta frecuencia. El hospital se ha ido adaptando, pero a veces las circunstancias nos sobrepasan. Necesitamos más espacios, más personal. Tras la Navidad el volumen de contagios ha sido espectacular y, a pesar de que se habilitaron nuevos espacios, a veces hemos estado colapsados”, concluye.
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Los expertos advierten que el estrés está pasando factura a los profesionales de la sanidad que soportan una fuerte presión hospitalaria desde hace casi doce meses, obligados en muchas ocasiones a escalonar la ayuda médica ante la avalancha de casos. Sin embargo, no se puede hablar de traumas generalizados.
“Los sanitarios están expuestos a un estrés muy importante y a una cierta sensación de trabajar en falso, sobre todo al inicio de la pandemia que no contaban con el material suficiente y el virus era nuevo. Evidentemente, hay un nivel alto de estrés que se puede cronificar y puede generar problemas de salud física y mental. Pero tenemos que hablar de una pandemia de estrés, no de una pandemia de traumas”, indica Ingeborg Porcar, directora técnica del Centro de Crisis de Barcelona.
La lucha prolongada contra la pandemia cambiará la vida de muchos sanitarios, pero este cambio no tiene porqué ser negativo ni traumatizante, matiza la especialista.
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“No a todo el mundo el estrés le va a dejar secuelas. Depende de muchos factores, como vivencias personales, espíritu de equipo, capacidad de colaborar y compartir con los compañeros. Ciertamente, existen dos factores de riesgo importantes: el contacto constante con tanta muerte, estando acostumbrados a salvar vidas, y el estrés crónico debido a la sobrecarga de trabajo”, concluye la sicóloga.