El retiro de las fuerzas occidentales de , después de una ocupación de casi 20 años, ha conmocionado a la comunidad internacional y despertado todo tipo de interpretaciones sobre el suceso. Algunas condenando la decisión, otras condenando de antemano al nuevo régimen talibán y algunas, más realistas, que ven en el diálogo una solución para evitar la ulterior desestabilización del país en el caso de que la dirigencia talibán retorne a sus políticas de los años 90, antes de ser derrocados por las fuerzas norteamericanas y de sus aliados. Sin embargo, a pesar de los escenarios catastróficos que ha suscitado este caso, algunos países han reaccionado de manera positiva al conceder al nuevo gobierno afgano un reconocimiento de jure que le permita reavivar su economía y cumplir con las promesas formuladas sobre una conducta más moderada en la aplicación de la sharía, la ley islámica que constituye el sustento de su ideología.

Lo que resulta sorprendente ha sido la tibia reacción de algunos de los actores políticos de la región. Irán, por ejemplo, no se ha pronunciado contundentemente, hasta donde sabemos, sobre el cambio de gobierno. Podemos deducir que tratándose de una teocracia tendrá muchos puntos de acuerdo con los talibanes. Arabia Saudita, otro Estado teológico, represivo e intolerante aparte de haber financiado al movimiento en el pasado no ha dicho ni agua va. Los Emiratos Árabes Unidos y Qatar han apoyado las negociaciones de la transición. Pero el país que sin duda brindará su más ferviente apoyo al nuevo gobierno es Paquistán, cuna del movimiento y principal beneficiario de la producción de estupefacientes de su vecino. Falta ver la reacción e implicaciones del caso en la política israelí en la región que seguramente será coincidente con la posición americana.


Embajador retirado