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Madrid.— Atrapados en una severa crisis humanitaria como consecuencia de la pandemia, las sequías y el conflicto armado recrudecido en los últimos meses, los afganos necesitan con urgencia una ayuda internacional que se resiste a materializarse y que se vuelve más urgente con la llegada del invierno y las bajas temperaturas.
Naciones Unidas calcula que unos 18 millones de afganos, casi la mitad de la población, requieren apoyo urgente, sobre todo alimentos y viviendas. Uno de cada tres afganos se halla en situación de inseguridad alimentaria, mientras que más de 570 mil personas están desplazadas internamente por el conflicto, según el informe de la coordinación humanitaria de la ONU en ese país.
En este contexto, la determinación de los países más solventes de la comunidad internacional resulta decisiva para materializar cuanto antes la ayuda humanitaria. El régimen afgano se ha comprometido públicamente a garantizar la seguridad y la libre circulación en el país del personal humanitario, tanto hombres como mujeres, para facilitar el acceso a las ayudas de todas las personas necesitadas.
Sin embargo, la vulneración de los derechos humanos por parte de los talibanes, reflejada sobre todo en la falta de libertades de las mujeres afganas, supone un obstáculo añadido para alcanzar un consenso internacional que permita concretar volúmenes de ayuda que puedan fluir hacia ese país sin mayores contratiempos.
La Unión Europea (UE), ya advirtió que no se precipitará a la hora de decidir si los talibanes son un socio potencial en el que se puede confiar para proteger los derechos humanos y las libertades por las que ha luchado el pueblo afgano, lo que sugiere que la ayuda europea podría tardar un tiempo en reanudarse.
Además del envío de alimentos y medicinas, el respaldo a Afganistán pasa también por desbloquear los fondos que fueron cancelados tras el arribo de los talibanes a Kabul, entre ellos los del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y que permitirían al país contar con recursos financieros para apuntalar el funcionamiento de su administración y obtener insumos del exterior.
Por otro lado, Estados Unidos mantiene embargada una cantidad importante de las reservas en divisas del banco central afgano, algo más de 9 mil millones de dólares que, según la revista Foreign Policy, servirían para sufragar las importaciones del país asiático durante año y medio. Washington podría liberarlos gradualmente para aliviar las necesidades financieras del país, aunque el temor de que una parte de estos fondos sea destinada a la compra de armamento o a financiar otro tipo de operaciones, dificulta la transacción.
Por unas razones o por otras, los países más avanzados permanecen inactivos o debatiendo infructuosamente la manera de ayudar al país asiático.
Es el caso de la UE, con sus cancilleres enfrascados en largas discusiones sobre la solidaridad internacional después de congelar los fondos comunitarios destinados a Afganistán. El objetivo prioritario ha sido evacuar del país asiático a los europeos y al personal local afgano que colaboró con las fuerzas de ocupación.
Cumplida la primera tarea, Europa se ciñe ahora al guion de las buenas intenciones, sin que se vislumbren soluciones a corto o medio plazo.
“Seguiremos ayudando y asistiendo al pueblo afgano, como hemos hecho hasta ahora. Eso significa que la asistencia humanitaria continuará. Por eso decimos que es muy importante mantener el acceso y hacemos un llamamiento a todas las partes en conflicto, especialmente ahora en Kabul, para que permitan la entrada de la ayuda humanitaria”, señaló vagamente el Portavoz de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la UE, Peter Stano.
Sin embargo, la forma en que se gestionará la ayuda europea al país asiático y el tiempo que tardará en llegar están todavía por determinar.
La UE participó activamente en la financiación de programas de desarrollo para Afganistán antes del ascenso de los talibanes al poder. Entre 2014 y 2020, Bruselas concedió a Kabul unos mil 600 millones de dólares para impulsar distintos proyectos.
En este escenario marcado por las indecisiones, los expertos destacan que mientras los líderes políticos europeos se reúnen virtualmente para elaborar una estrategia que les permita afrontar esta última crisis, el reloj sigue corriendo en contra de la población afgana.
Por el momento los grandes países de Occidente que están en mejores condiciones de socorrer a Afganistán, parecen más interesados en fomentar los asilos selectivos que en encontrar la fórmula para proporcionar ayuda inmediata al grueso de la población afgana.
En caso de no ser atendidas las múltiples urgencias humanitarias que afectan a Afganistán, éstas podrían verse agravadas por la decisión de algunos países europeos y asiáticos de frenar los flujos migratorios irregulares que está provocando la crisis.
Tras la retirada de Occidente, China podría aprovechar el vacío para tender su mano y apoyar económicamente a Afganistán a cambio de que el régimen de Kabul garantice la tranquilidad en su frontera común y evite cualquier brote de islamismo radical en la zona.
También Rusia podría cooperar económicamente con los talibanes si estos contribuyen a reforzar la estabilidad de su flanco sur.
“Cuanto más rápido se integre el gobierno talibán en la familia de los pueblos civilizados, más fácil será contactar y tratar con ese movimiento, así como ejercer influencia sobre él”, dijo el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en la reunión plenaria del Foro Económico Mundial.
Hasta ahora, y a la espera de una respuesta humanitaria de cierta envergadura, la ayuda a Afganistán está siendo muy puntual y claramente insuficiente, impulsada sobre todo por agencias de Naciones Unidas, como Unicef o Acnur, y por organizaciones no gubernamentales como Cruz Roja, Acción Contra el Hambre, Afghan Women Education Center, Women for Women International o Save The Children.