La intervención armada encabezada por Estados Unidos a partir de los eventos de 2001, con el propósito inicial de terminar con el liderazgo de Al Qaeda, se transformó en una cruzada para instaurar la democracia y liberar al pueblo de la tiranía de los talibanes. Después de dos décadas, Estados Unidos emprende la retirada. En una semana los talibanes recuperan Kabul, desaparece el gobierno democrático y vuelven a las viejas andanzas.
La inversión de Estados Unidos en Afganistán e Irak, con objetivos similares, asciende a trillones de dólares. Sin embargo, la inmensa mayoría de esta cantidad descomunal de recursos se queda en manos estadounidenses: fuerzas armadas, equipo militar, avituallamiento y un sin número de contratistas de ese país involucrados en la cruzada.
La guerra siempre ha sido un gran negocio y esta no fue la excepción. La desordenada retirada deja detrás a cerca de 300 mil colaboradores afganos que seguramente serán tratados como colaboracionistas por los Talibán. La instauración de un nuevo régimen fue un rotundo fracaso, no así, los beneficios económicos para sus promotores y operadores.