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Madrid.— La llegada al poder de los talibanes en Afganistán podría fomentar el islamismo radical en la región, además de procurar refugio y mayor movilidad a algunos de los grupos yihadistas que operan en Medio Oriente y el sur de Asia.
Al-Qaeda y sus entidades afines estarían entre las facciones que podrían verse beneficiadas por la ascensión de los talibanes al poder, según los expertos que recalcan que hace tiempo que el grupo terrorista se transformó de organización unitaria en una estructura global que, además del sur de Asia, cuenta con potentes sucursales en Medio Oriente y África.
“Con los talibanes gobernando en Kabul es previsible que el mando central de Al-Qaeda como estructura yihadista global disponga entre Afganistán y Paquistán de un espacio mucho más permisivo para volver a planificar atentados en el mundo occidental, lo que a corto y medio plazos tendrá una mayor repercusión sobre las sociedades europeas”, señala Fernando Reinares, analista internacional y experto en terrorismo del Real Instituto Elcano.
Los talibanes afganos han mantenido, desde mediados de la década de 1990, una relación estable y estrecha con Al-Qaeda y han desarrollado vínculos con otras organizaciones yihadistas activas en el sur de Asia, agrega el especialista, luego de subrayar que no existen señales visibles de ruptura entre los talibanes y Al-Qaeda, que se fue descentralizando para adaptarse y sobrevivir y cuyas sucursales siguen activas en Siria, en el sur de la Península Arábiga, en el Cuerno de África, en el Magreb o en torno al corredor africano del Sahel.
Así como los talibanes ofrecieron en su momento cobijo al líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden, no resultaría extraño que esa cadena de favores y colaboraciones mutuas continuara repitiéndose.
Pero el yihadismo no es monocolor. Otros grupos terroristas como el Estado Islámico (EI) mantienen una hostilidad manifiesta hacia los talibanes, a los que considera apóstatas por negociar con Occidente, por lo que el cambio de régimen en Kabul podría impulsar la beligerancia entre los dos bandos. Así lo sugiere el atentado llevado a cabo por una filial del EI en las inmediaciones del aeropuerto de Kabul a finales de agosto, cuando los talibanes ocupaban el poder, y que dejó más de 70 víctimas mortales, entre ellas 13 soldados de Estados Unidos.
El pasado 8 de octubre el EI reivindicó el atentado cometido por un yihadista suicida que causó al menos 80 muertos en una mezquita chiita de Kunduz, al norte de Afganistán. Este ataque se produjo cinco días después de un atentado con bomba contra una mezquita en Kabul, que dejó al menos cinco muertos. Otro ataque suicida con explosivos en una mezquita chiita en Kandahar dejó al menos 33 muertos y 74 heridos.
“Si los talibanes mantienen las relaciones con Al-Qaeda que mantenían antes, esta organización podría verse beneficiada por su llegada al poder. Pero el hecho constatable es que ahora (...) varios grupos terroristas se están disputando la hegemonía del tráfico de armas, de drogas y también de seres humanos, además de luchar por controlar territorios para poder explotar a sus habitantes con impuestos desmedidos y tener capacidad financiera suficiente para realizar sus operaciones”, señala a EL UNIVERSAL Javier Fernández Arribas, analista internacional y director de Atalayar, medio especializado en las regiones mediterránea y atlántica.
“Creo que a los talibanes no les interesa que grupos como Daesh [Estado Islámico], que tienen una interpretación más rigorista del Islam que ellos, que les están disputando el poder y que están llevando a cabo acciones terroristas en suelo afgano, puedan llegar a tener algún tipo de opción en el futuro”, agrega el experto, tras subrayar que Occidente nunca ha entendido la complejidad del mundo tribal y las vías de poder ancestral dominantes en Afganistán, lo que ha contribuido al fracaso de la pacificación del país.
El asentamiento del régimen talibán, además de agitar las aguas del islamismo radical dentro y fuera de las fronteras afganas, también podría contribuir a desestabilizar todavía más una región de por sí convulsa y en la que intervienen activamente, en busca sobre todo de réditos geopolíticos, las grandes potencias internacionales, pero también las potencias locales. Para que soplen vientos más favorables, es esencial garantizar la estabilidad en la zona. “En este sentido el papel de EU puede ser sumamente importante, sobre todo en este periodo en el que otros actores buscan ejercer una mayor influencia en la región. En estos momentos, cuatro potencias están contribuyendo a la inestabilidad en la zona: Rusia, Turquía, Irán y Arabia Saudita”, asegura a este medio el analista internacional y experto en Medio Oriente, Adrián Mac Liman, quien pone de relieve la multiplicidad que impera en una región donde también rivalizan las principales corrientes islámicas: chiitas y sunitas. En este contexto, será decisiva la habilidad con la que Occidente se desplace en el nuevo escenario, según el experto.
La complejidad de la realidad afgana podría incluso llevar a EU a considerar a los talibanes como un mal menor, siempre y cuando el régimen de Kabul colabore en la lucha contra el terrorismo del EI. A mediano y largo plazos, el empeoramiento regional y el reforzamiento del fundamentalismo que podría generar el retorno de los talibanes al poder dependerán de cómo gobiernen los talibanes y la manera en que decidan barajar sus relaciones con el resto del mundo.
Los talibanes cuentan con un reto añadido en materia de seguridad: deberán hacer frente en su territorio a las acciones terroristas del EI. El nuevo gobierno de Kabul puede elegir una alternativa más moderada, propicia para la cooperación internacional o regresar al extremismo ideológico, lo que estimularía al islamismo radical en su conjunto y agravaría la situación en la zona.