Washington.— El 31 de agosto, en la fecha que había prometido, el presidente de Estados Unidos, , informó al mundo que la noche anterior EU “terminó 20 años de guerra en Afganistán, la guerra más larga de la historia estadounidense”. No acabó, sin embargo, tal y como hubieran querido hace dos décadas, cuando herido en el orgullo y con sed de venganza, EU lanzó su guerra contra el terrorismo con invasiones de Afganistán y, posteriormente, Irak.

“¿Mereció la pena? ¿Mi rol valió la pena? En ese momento pensé que hacía algo bueno, pero ahora necesito tiempo para reflexionarlo”, reconocía a la BBC el coronel Mike Jason. Es la gran duda que queda ahora: si 20 años de una estrategia concreta de Guerra contra el Terrorismo mereció la pena, especialmente con la caótica salida de Kabul que no fue otra cosa que la confirmación de la humillación de haber sufrido derrotas de decisiones militares tomadas como respuesta al 11-S.

“Las muertes que contabilizamos son probablemente una gran subestimación del verdadero número de víctimas que estas guerras han cobrado en vidas humanas”, dijo Neta Crawford, cofundadora del proyecto y profesora de ciencias políticas en la Universidad de Boston. “Es fundamental que tengamos debidamente en cuenta las vastas y variadas consecuencias de las muchas guerras y operaciones antiterroristas de EU desde el 11 de septiembre, mientras hacemos una pausa y reflexionamos sobre todas las vidas perdidas”, apuntó, en la presentación del informe.

Stephanie Savell, otra de las confundadoras del proyecto, añadía que “dentro de 20 años todavía tendremos en cuenta los altos costos sociales de las guerras de Afganistán e Irak, mucho después de que las fuerzas estadounidenses se hayan ido”. En los últimos compases, 13 soldados murieron en un último atentado en el aeropuerto de Kabul, con la fase de salida y evacuación ya en marcha. Y todo, en cierta medida, para volver a la casilla de salida, en una especie de ciclo de la vida histórico circular que ha devuelto a los talibanes al poder en Afganistán, no ha solucionado el polvorín de Medio Oriente, y no ha eliminado por completo el temor a nuevos ataques en Estados Unidos (aunque, con el aumento extremo de protocolos de seguridad, con recorte de derechos incluido, la sensación es que se ha reducido mucho).

Han sido 20 años de desgaste, de pérdida material, pero también de desgaste emocional y de influencia. La confianza en EU se ha resquebrajado en el mundo, con los aliados sin mantener una posición tan firme como antaño. Dentro del país, ya no queda casi nada de aquel 80% de estadounidenses que, días después del atentado, apoyaban sin fisuras aplicar cualquier respuesta militar a los culpables del ataque. Ante la falta de apetito bélico, la cada vez más certeza de que un triunfo militar era imposible, el derroche de dinero, el riesgo de vidas humanas y el cambio de prioridades geopolíticas, el vigésimo aniversario parecía una fecha fantástica para cerrar definitivamente el capítulo que ha marcado el inicio del siglo XXI, desde el 11-S hasta la salida de Kabul.

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El desastre de la evacuación tiñó la idea con sangre, caos, desconfianza y la consolidación de una humillación que no sólo devolvió a los talibanes al poder, sino que incluso se han abierto vías de diálogo con ellos, reconocimiento de facto de que son los líderes del nuevo Afganistán.

Sea como sea, Biden había decidido que no pasaría el testigo del conflicto creado por la sed de venganza de EU, tras el 11-S a un nuevo presidente, terminar con la era de las “guerras eternas” y dejar de jugar a ser los “policías del mundo”, apostando por intervenciones militares milimétricas y precisas y no grandes desembarcos de fuerza.

Cuatro mandatarios actuando en su rol de comandante en jefe en Afganistán ya habían sido suficientes. “Si tienes 20 años hoy, nunca has conocido a EU en paz”, recordaba Biden el último día de agosto. O, lo que es lo mismo: muchos de los soldados que están enrolados en el ejército actual, e incluso llegaron a ser desplegados en Afganistán, no habían nacido cuando las Torres Gemelas de Nueva York se derrumbaron.

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