Bruselas.— Los retos de Afganistán van más allá del retorno de los fundamentalistas talibanes a la silla presidencial de Kabul. Uno de ellos tiene que ver con la destrucción masiva de los ecosistemas a lo largo de cuatro décadas de conflicto.
“Para Estados Unidos y sus socios de la coalición, los recientes acontecimientos en Afganistán pueden ser el cierre de un capítulo, pero para la gente de Afganistán es parte de un conflicto y de una crisis que probablemente continuará”, señala en un informe el Instituto para la Economía y la Paz (IEP). El organismo, con oficina en Bruselas, detalla que las amenazas ecológicas han constituido un obstáculo para la paz y seguirán siendo factor de inestabilidad en la nueva era de los talibanes.
Algunos de los retos ambientales son resultado de la corrupción endémica, la mala gestión de los recursos y los enfrentamientos armados.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estima que entre 70% y 80% de los afganos dependen de la agricultura, la ganadería y la minería artesanal para su supervivencia diaria.
El resultado de una actividad sin control es el aniquilamiento de los bosques de árboles de hoja perenne; cubrían 5% del territorio afgano antes de la invasión soviética en 1979, pero alrededor de la mitad de ellos han desaparecido.
Otras amenazas son resultado del cambio climático y la incapacidad del Estado para enfrentar los efectos derivados del calentamiento global. Afganistán es una de las naciones más vulnerables a los impactos del cambio climático en el mundo, ocupando el puesto 176 entre 181 países en el Índice de Adaptación Global elaborado por la Universidad de Notre Dame.
La nación sin litoral ubicada en la confluencia de las regiones de Asia Central, Occidental y Meridional enfrenta una tasa de calentamiento superior al promedio mundial, con una variación de más 1.5 grados centígrados entre 2000 y 2017, y se espera un aumento potencial de 1.4 a 5.4 grados para las décadas de 2080 y 2090, en comparación con la línea de base de 1986-2005, señala el World Bank Group.
El aumento de los termómetros provoca que el país experimente sequías más frecuentes, mayor escasez de agua, la segunda fuente detonante de conflictos locales, después del control de tierras cultivables.
Por factores como la sequía y la inseguridad, al menos 12 millones de personas padecen hambre extrema en el país y más de 3 millones están a un paso de la hambruna. Naciones Unidas prevé que la mitad de todos los menores de 5 años sufran desnutrición aguda este año. Ante la inseguridad alimentaria, la escasez de agua, el crecimiento demográfico y fenómenos naturales extremos, las perspectivas de paz son lejanas, aun cuando la victoria de los talibanes conduzca a la creación de un régimen autoritario con un gobierno federal unificado: “Las fuentes de estrés ecológico apuntalaron el conflicto en Afganistán en el pasado y seguirán siendo factores de presión en el futuro”, indica el estudio de IEP diseñado a proporcionar una hoja de ruta para superar el conflicto y la crisis en el país.
“El conflicto y la degradación ecológica forman un círculo vicioso que probablemente ha estado en marcha durante al menos los últimos 50 años. Estos factores de estrés ecológico agravarán aún más los problemas económicos que han sido impulsores de conflictos”.
La situación podría empeorar si los talibanes recurren al negocio del opio como fuente de financiamiento de las arcas públicas. Entre 70% y 80% del ingreso del Estado ha dependido de donaciones internacionales. La expansión de los cultivos ilícitos podría agudizar la degradación de los suelos.
“Se teme que para pagar la administración pública, los talibanes propaguen el cultivo de adormidera, algo que fue prohibido durante su gobierno, antes de 2001, y que posteriormente se adoptó como grupo insurgente”, indica el documento. Afganistán produce 90% de opio del mundo, al igual que es líder en cultivo de hachís. El tráfico de estupefacientes se ha convertido en uno de los pilares de la economía, representa 16% de PIB e involucra a 5% de la población.
El inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán de Estados Unidos calcula el valor anual de las exportaciones de opio entre 1.5 y 3 mil millones de dólares, y la extensión para su cultivo pasó de 7 mil 606 hectáreas en 2001, a 328 mil en 2017.
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