La luminaria fluorescente que alumbra las vitrinas del barrio rojo de Bruselas se encuentran apagadas. En los aparadores sólo se ven cortinas de tela, sillas abandonadas y artículos de perfumería y belleza; son pocos los locales que informan sobre los motivos de su clausura.

“Por coronavirus suspendemos el servicio hasta nuevo aviso”, reza un papel que se exhibe en el aparador de un inmueble de Rue d’Aerschot, una calle aledaña ubicada a las afueras de la Estación Norte del Ferrocarril, y en donde ofrecen sexo-servicio mujeres del Este y los Balcanes, principalmente búlgaras y rumanas.

El mismo ambiente desolado se percibe en las calles aledañas, en donde trabajan, entre tiendas de venta nocturna y comerciantes de drogas ilícitas al menudeo, principalmente mujeres de Ghana, Nigeria y la República del Congo.

La pandemia de coronavirus ha provocado la adopción de medidas extraordinarias dirigidas a frenar la expansión de la infección en Bélgica. Las acciones consisten en limitar el contacto social.

Si bien todos los sectores se han visto sacudidos por los planes de contención contra el Covid-19, hay sectores en los que los impactos son mayores, como ocurre con la prostitución.

Drianne Fabian, trabajadora social de Espace P, organización que defiende los derechos de las trabajadoras sexuales, dice a EL UNIVERSAL que el impacto de la actual crisis de salud se ha traducido en el cierre de los escaparates en las áreas de prostitución, al menos hasta el 3 de abril.

Señala que para las sexoservidoras significa la pérdida de su fuente de ingresos. Algunas agotarán sus pocos ahorros, otras recurrirán a la solidaridad de la comunidad.

“Pero también habrá quien pruebe suerte en la calle, debido a que una gran mayoría de las trabajadoras sexuales en Bruselas no están registradas oficialmente y, por lo tanto, no tienen seguro de paro laboral”.

“De hecho, existe el riesgo de actividad clandestina por parte de quienes no tengan otra opción para sobrevivir, con los riesgos para la salud en términos de infecciones de trasmisión sexual y del propio coronavirus”, alerta.

Pero el impacto no se limita a Bruselas, en toda Europa “la situación es verdaderamente imposible”, dice a este diario Luca Stevenson, coordinador del La Red Europea para los Derechos de las Trabajadoras Sexuales (ICRSE).

“La legislación sobre trabajo sexual es muy diversa en Europa, en algunos países es legal, en otros criminalizado, pero independiente del país del que se trate, la situación es crítica”, indica.

“Se trata de un grupo que vive en situación precaria y cuya condición se agravará debido a que no tienen un ingreso fijo o acceso a ninguna otra fuente de empleo”.

El escenario es alarmante para los grupos marginales, refugiados e indocumentados. “Las trabajadoras sexuales quieren ser parte del esfuerzo para detener la pandemia, pero para muchas, cada día es uno de supervivencia”.

“La recomendación en estos momentos es que traten de trabajar en línea ofreciendo fotos, películas y shows vía webcam, pero sabemos que esto no es sostenible”.

“Nos preocupa la reacción violenta que pueda provocar en la sociedad y la policía el que salgan a la calle cuando la orden es permanecer adentro”, advierte.

Al ser un sector estigmatizado y criminalizado, no hay datos precisos sobre el tamaño de esta comunidad, aunque se estima que en los diversos rubros de la industria sexual, incluyendo pornografía, strippers y escorts, trabajan 200 mil personas en Alemania y 30 mil en Bélgica. En Amsterdam se estima que mil personas trabajan diariamente en la prostitución.

“El problema radica en que ninguna autoridad ha incluido a este grupo en sus planes de emergencia”, apunta Stevenson.

Asegura que los gobiernos deben actuar con urgencia para garantizar que las trabajadoras sexuales, junto con sus familias, puedan acceder a las protecciones sociales durante la pandemia.

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