Todas las guerras tienen un contexto amplio dentro del cual emergen. Pero además del contexto, hay eventos detonantes, hay una evolución, hay espirales de violencia que son desencadenadas y que cobran vidas propias y que, cuando lo hacen, generan riesgos que se pueden expandir. Esos factores se añaden a dicho contexto preexistente y eso es lo que está sucediendo no sólo en Gaza, sino en zonas más amplias de Medio Oriente. Hace seis meses, cuando nos enterábamos de los atentados terroristas en Israel perpetrados por Hamas y la Jihad Islámica, quizás podíamos sospechar, pero difícilmente podíamos predecir el grado de impactos que hoy, en medio del torbellino, apenas empezamos a valorar.
Empecemos por comprender que la definición de “victoria” en esta guerra es muy distinta para un actor como Israel, que para Hamas.
En Israel esta guerra es percibida como una guerra existencial. No por el tamaño o poder que pueda tener Hamas. Desde la perspectiva de seguridad israelí, lo ocurrido el 7 de octubre fue un tsunami de proporciones históricas. Considere usted que apenas en un lapso de dos horas, se lanzaban unos 2 mil 500 misiles en contra de ciudades y la población civil del país, su territorio era penetrado e invadido por miles de terroristas, quienes se encargaron de asesinar, masacrar y violar a comunidades enteras, controlando aldeas y asentamientos durante horas, en algunos casos durante días, además de secuestrar a cientos de civiles y militares para llevarlos a Gaza.
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Desde la perspectiva israelí, esto no sólo implicaba la mayor debacle de seguridad en décadas, sino un peligroso mensaje de debilidad que estaba siendo enviado a su mayor enemigo, Irán, así como a todo su eje aliado en la región, lo que ofrecía una enorme oportunidad a todos esos enemigos que se proponen su destrucción de manera declarada y abierta.
Entonces, desde un ángulo de seguridad nacional, se había producido una tormenta perfecta que a seis meses se mantiene y contiene al menos los siguientes elementos: (a) un gobierno encabezado por Netanyahu enormemente polarizante y divisivo, que ya tenía bajísimos niveles de aprobación y que ahora, tiene que liderar la guerra incluso con una aprobación menor, (b) la incapacidad de dicho gobierno para ofrecer las condiciones mínimas de seguridad a su población y por tanto, el elevadísimo sentimiento de vulnerabilidad producido y propagado, (c) un trauma colectivo de carácter histórico (documentado ya con estudios que muestran niveles de PTSD en altos porcentajes de la población israelí), (d) los riesgos geopolíticos que esa vulnerabilidad proyecta ante enemigos como Irán o como sus aliados, quienes a partir del 8 de octubre se suman a la guerra enviando misiles, drones y ataques contra territorio israelí desde al menos tres frentes.
Esa combinación de factores produce una conclusión casi consensual que penetra la narrativa militar y política en Israel: “No hay alternativa sino enviar un mensaje de fuerza a quienes nos atacaron y a todos sus aliados”. Se necesita restaurar la capacidad disuasiva de ese ejército que era percibido antes del 7 de octubre como el más poderoso de la región y que ahora ha sido despedazada. Eso implica atacar y “destruir” a Hamas penetrando sus instalaciones militares ubicadas dentro, encima y por debajo de zonas densamente pobladas en Gaza, incluso ante el costo humano palestino que ello conlleve. Israel argumenta que cada uno de sus actos está respaldado en la legalidad internacional, pero al margen de lo que revelen las investigaciones y procesos jurídicos al respecto, desde la narrativa militar israelí, la prioridad es la supervivencia del país, y la seguridad nacional se encuentra por encima de cualquier otra consideración como lo son esos criterios legales o morales.
Esto se traduce en una definición de victoria que admite poco cuestionamiento y consiste en la destrucción total de las capacidades de Hamas para gobernar o para volver a atacar a Israel. Es importante recalcar que esa meta se alimenta cada vez que el liderazgo de Hamas u otros actores aliados desde Irán hasta Hezbolá declaran que “esos atentados fueron apenas el principio, que los repetirán una y otra vez hasta la destrucción de Israel”.
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Además, bajo el contexto que describo, la meta de acabar con Hamas no sólo es una meta de Netanyahu y su gobierno, a pesar de su bajísima aprobación. De acuerdo con encuestas de opinión, la gran mayoría de la población israelí comparte la visión de que Hamas debe ser eliminada.
El resultado en términos humanitarios está a la vista. Hasta el momento de este escrito se contabilizan 33 mil muertes en Gaza. Según las propias autoridades israelíes (u otras fuentes como la inteligencia en EU), se calcula que, de ese total, quizás entre 10 y 12 mil eran terroristas o militantes de Hamas, la Jihad Islámica y otras agrupaciones. El resto, civiles, con una gran cantidad de niños, mujeres y ancianos como víctimas fatales, además de miles de heridos, y una catástrofe humanitaria difícil de describir.
Ello nos lleva a las metas de Hamas, y su estrategia para conseguir esas metas. Hamas no libra una guerra material contra Israel, o no principalmente. Sus miles de misiles enviados, sus atentados terroristas o ataques contra militares, son sólo instrumentos para luchar en un campo en donde esta agrupación es mucho más eficaz, el mundo inmaterial, la esfera psicológica, simbólica y política.
Empleando tácticas que le conocemos desde hace décadas, Hamas se inserta eficazmente dentro de la narrativa de la resistencia palestina, su lucha se legitima dentro y fuera de su zona de operación. Israel es percibido como la potencia fuerte, ocupante, represora e intolerante ante cualquier negociación. Hamas en cambio, es vista como parte de ese pueblo oprimido que necesita resistir por los medios que sean. Encuestas recientes muestran que un 71% de la población palestina considera que los métodos empleados por Hamas el 7 de octubre fueron adecuados. Fuera de Palestina, Hamas crece en apoyo dentro de todo el mundo árabe, e incluso dentro del mundo occidental.
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Así, Hamas posiciona su arsenal y su infraestructura militar en el interior de zonas densamente pobladas. Adicionalmente, construye una red de túneles que ha sorprendido al mundo entero por su dimensión, la cual cruza ciudades enteras, por debajo de hospitales, mezquitas, escuelas, o infraestructura civil.
Por tanto, cuando Hamas ataca a Israel el 7 de octubre, prevé y asume la represalia que llegaría por parte del ejército de ese país, y se resguarda para librar una guerra de guerrillas con combate urbano y subterráneo. Construye, en otras palabras, lo que para ellos es una trampa ideal: mientras más se le ataca, más se producen víctimas civiles, lo que va paulatinamente alimentando la narrativa de Israel como perpetrador.
Las entrevistas con el liderazgo de Hamas que publica el NYT en octubre y noviembre del 23 son elocuentes: de acuerdo con ese liderazgo, ellos querían producir un “estado de guerra permanente”, para “despertar al mundo” y reposicionar el tema palestino en la agenda global. En esas mismas declaraciones, indican que “las víctimas civiles palestinas son lamentables mártires” que morían por un propósito mayor pues su objetivo era dañar a Israel irreparablemente. Un claro ejemplo de lo anterior es, evidentemente, la vulnerada relación entre Washington y el gobierno de Netanyahu.
La victoria, entonces para Hamas, no consiste en “derrotar al ejército israelí”. Hamas se define como un movimiento de resistencia y, por tanto, todo lo que necesita para ganar es resistir. Por ello, un cese al fuego que permita su supervivencia, consigue para esa agrupación una victoria redonda: además de aterrorizar y producir un trauma colectivo en la sociedad israelí, resulta victoriosa en términos políticos, reposiciona el tema palestino, contribuyendo a un activismo global, diplomático y social a favor del nacimiento del Estado palestino, y a la vez genera un daño político y diplomático mundial en contra de Israel quizás sin precedentes.
Ese es el punto en el que nos encontramos, a seis meses. El problema es que mientras que Israel siga declarando como meta la “victoria total” contra Hamas, y mientras Hamas siga teniendo como meta su supervivencia y la vulneración política de Israel, no es simple encontrar acuerdos para cesar las hostilidades. Aun así, hay cinco procesos de negociación en curso, lo que abre, finalmente, una ventana de oportunidad.
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