El 21 de agosto de 1968 me encontraba en el puerto de Manzanillo para ver detalladamente el escenario del asalto fracasado llevado por los cristeros unos 40 años antes. Al regresar del cerro, ratonera en la cual quedaron atrapados para morir Lucas Cueva y sus 34 soldados, me senté a tomar una cerveza en el puerto, cuando unos marineros soviéticos, viendo al güero, me invitaron a brindar con ellos. Yo no entendía ruso en aquel entonces y ellos no hablaban español.

Nos comunicamos con unas palabras en inglés, otras en alemán champurrado. Alegres, porque les tocaban unos días de descanso en Manzanillo y porque habían tomado bastante, me dieron a entender que el ejército soviético había entrado triunfalmente en Praga. Me quedé callado, atontado, porque en mi ingenuidad yo creía que “la Primavera de Praga” había triunfado. Tuve durante años encima de mi escritorio la famosa foto del joven checo frente a un tanque soviético, encima del cual tres soldados rusos, de la misma edad que el checo, lo miran con asombro. Les habían dicho que el pueblo hermano checoslovaco había pedido auxilio al gran hermano soviético contra la reacción imperialista.

Checoslovaquia era la única “democracia popular”, el único miembro del Pacto de Varsovia que simpatizaba con los rusos. Bohemia y Moravia, sus provincias occidentales con Praga, se encontraban a la vanguardia del desarrollo industrial, urbano, cultural de Europa antes de 1939, incluso antes de 1914; antes de la anexión por Hitler en 1939, tenían un partido comunista (PCCh) bastante fuerte, cuya participación a la resistencia contra los nazis le valió ser el primer partido del país después de la liberación. Si bien su toma del poder culminó con un golpe de Estado en febrero de 1948, el PCCh tenía una amplia base popular ausente en las otras “democracias” populares. Stalin decapitó al PCCh —hizo lo mismo en Hungría y en todas partes— y castigó duramente a la ciudadanía entre 1950 y 1953. Les remito al libro de Artur London, La Confesión, y a la película de Costa-Gavras, con el mismo título y con Yves Montand en el papel de London, dirigente del PCCh obligado a confesar traiciones imaginarias. Jorge Semprún escribió el guion.

Cuando salió la película que tuvo un éxito mundial, ya había empezado la Primavera de Praga; alentó el filme nuestro entusiasmo, nuestra esperanza de que triunfaba el “socialismo con rostro humano”, la utopía era posible con Alexander Dubcek y el presidente Ludvik Svoboda, cuyo nombre significa “libertad”. Todo había empezado en junio de 1967 cuando el cuarto Congreso de la Unión de Escritores pidió poner límites al poder y definir la toma de decisiones; se atrevió a decir que los dirigentes no debían eternizarse en el poder y que la libertad de expresión era el arma absoluta contra el despotismo; incluso dijo: “En los últimos 20 años no se ha resuelto ningún problema humano en nuestro país”. Seis meses después, Antonin Novotny, que se eternizaba en el poder desde 1953 ¡dimitió! Llegó al poder Alexander Dubcek, calificado de “nuestro Sacha” por un confiado Leonid Brezhnev y, el 30 de marzo, el general Svoboda fue electo a la presidencia. Moscú no tardó en arrepentirse cuando se empezó a decir en Praga que la democracia necesita elecciones libres y un parlamento que funcione como oposición. ¡Qué horror! La desaparición de la censura fue el primer foco rojo para el Kremlin. Las multitudinarias marchas del 1 de Mayo de 1968 manifestaron la popularidad del gobierno checo y de su Programa de Acción que proponía la democratización del “Estado socialista”.

No se hablaba de pluripartidismo y se afirmaba que el Partido (comunista) es director de la orquesta, y es evidente que un director de orquesta no puede asumir él solo los papeles desempeñados por todos los músicos de la orquesta. ¡Herejía atroz! Yanosh Kadar, el dirigente húngaro desde el aplastamiento de la revolución de Budapest al otoño de 1956, llamaba de manera insistente a Moscú para señalar el peligro: Praga ha tomado el camino de 1956 y va a contagiar a Budapest, Varsovia y Berlín; deben intervenir antes de que haya levantamiento como en 1956.

Dubcek voló a Moscú para explicar a Brezhnev que “nuestro partido no está perdiendo su papel dirigente, empieza a contar con más apoyo que nunca por todos los sectores de la sociedad y las naciones checa y eslovaca”. Pero el Manifiesto de las Dos Mil Palabras, publicado a fines de junio, fue el trapo rojo que impulsó al toro moscovita. Empezaron los preparativos para poner fin a la amenaza primaveral. Era justificar la observación final del Manifiesto sobre “la posibilidad de una intervención extranjera contra nuestra evolución”. Incluso, mencionaba que habría que “apoyar al gobierno con las armas, si fuese preciso… mientras siga la política que le hemos encomendado”. En realidad, desde mayo, 50 días antes de la publicación del Manifiesto, Moscú preparaba la invasión: “Lo que pasa en Checoslovaquia rebasa los límites de su política interior y afecta a todos los países hermanos, y por ejemplo a la URSS”. “Es lo que me dijo Brezhnev”, cuenta Dubcek en sus memorias. Brezhnev convocó en Varsovia a todos los partidos hermanos para condenar, el 14 de julio, la Primavera de Praga: “Las fuerzas de la contrarrevolución, apoyadas por el imperialismo, han lanzado una ofensiva en regla contra el régimen socialista, sin encontrar resistencia por parte del Partido y del Poder popular”.

En la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, cuando yo viajaba tranquilamente en autobús, de San José de Gracia a Manzanillo, los ejércitos del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia para instalar un régimen pelele. La resistencia cívica, pacífica, heroica del pueblo evitó el baño de sangre de 1956 en Hungría. Hubo que esperar hasta 1989 el triunfo de la “revolución de terciopelo”. Por lo pronto, la Primavera de Praga había engendrado la llamada “Doctrina Brezhnev” según la cual los países socialistas deben aplicar los principios marxistas-leninistas sin desviación, sin afectar los intereses internacionales del socialismo. Fidel Castro aprobó la invasión de Checoslovaquia y su alineamiento total sobre la línea soviética le quitó muchas simpatías en el mundo. El sueño del comunismo democrático se apagó.

Investigador del CIDEJean.meyer@cide.edu

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