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El año 2018 empezó en Estados Unidos como terminó el 2017: a golpe de tuit y con la incertidumbre como ingrediente fundamental o, lo que es lo mismo, la nueva realidad desde que Donald Trump es presidente. El nuevo año, el segundo del sorprendente mandato del magnate, se presenta más crucial que el primero: no sólo porque sus formas ya son conocidas y esperadas, sino porque la demanda de resultados es más fervorosa y en noviembre hay elecciones legislativas que serán el plebiscito más importante del trumpismo.
En las primeras 48 horas del año, Trump tuiteó 20 veces, repartiendo a diestra y siniestra a todos sus rivales y poniendo sobre la mesa todas sus prioridades en este 2018. El presidente mantendrá su forma de hacer política, basada en mensajes de pocos caracteres, amenazas y medias verdades, atacando a rivales y tratando de presionar a sus rivales para su beneficio.
Su agenda está repleta. Tras el éxito de la reforma fiscal, conseguido en el último suspiro del año pasado, Trump encara el 2018 con el recurrente asunto del gasto federal. Pero el primer gran asunto que deberá resolver a nivel interno y legislativo, aunque quizá no es el preferido por el magnate, es el futuro de los dreamers, los jóvenes indocumentados a quienes dejó al borde del abismo tras anunciar el fin del programa para los Llegados en la Infancia (DACA) que los protegía de la deportación.
Trump impuso el 6 de marzo como fecha final para el DACA. El presidente esperaba una solución fácil, que los demócratas se dieran por vencidos y aceptaran todas sus propuestas en seguridad fronteriza a cambio de proteger a unos soñadores que son base del electorado progresista. No ha sido así. Por el momento, más de 14 mil jóvenes soñadores han perdido su protección frente a la deportación. El futuro de otros 600 mil quedará en el aire si se cumplen los peores augurios.
Según lo acordado, este mes debería presentarse en el Congreso una propuesta legislativa para los dreamers. Pese a que el trabajo se ha mantenido durante las vacaciones navideñas, no hay ningún acuerdo ni se espera que se consiga pronto.
Los republicanos tienen otras prioridades y quieren promover una reforma más a fondo del sistema migratorio, limitando las medidas de migración legal y acabando con la denominada “migración en cadena”, así como potenciar la financiación para la seguridad fronteriza.
“No puede haber DACA sin el muro que necesitamos desesperadamente (…) ni acabar con la horrible migración en cadena y el ridículo sistema de lotería migratoria”, tuiteó Trump a finales de año.
Los demócratas intentarán forzar al límite las exigencias de la Casa Blanca, empezando por la línea roja del muro en la frontera con México. Todavía en fase de análisis de prototipos, Trump no ha conseguido ningún centavo para la construcción de su propuesta estrella de campaña, y ligarlo a DACA puede girarse en su contra.
Un 80% de beneficiarios de DACA son de origen mexicano, por lo que será un elemento central en la relación bilateral. Como también lo será otro de los puntos fundamentales del 2018 en EU: la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). El reconocido grupo consultor en geopolítica Eurasia Group colocó a México como el cuarto riesgo mundial este 2018, en gran parte por la incertidumbre de las negociaciones por el TLCAN. Si bien es cierto que todavía es posible un acuerdo, con todas las partes presionando para que sea antes de finales de marzo —cuando empieza la campaña electoral mexicana—, también es cierto que Trump mantiene la política de presionar al límite para forzar una resolución en su beneficio.
Si no lo consigue, está más que dispuesto a acabar con un tratado comercial de 23 años. Y, según todos los expertos, incluidos Eurasia Group, no está en las quinielas que EU modere o rebaje sus exigencias.
La incertidumbre económica de una de las regiones más prósperas del mundo se vería afectada en volúmenes de miles de millones de dólares, siendo la economía mexicana la más perjudicada.
En el terreno internacional volverán a ser fundamentales Irán —debe decidir si aplicar nuevas sanciones y/o terminar de una vez por todas con el acuerdo del programa nuclear de Teheran— y Corea del Norte. La tensión con Pyongyang se prevé clave en la política exterior de la actual Casa Blanca, mientras EU y el mundo aguantan la respiración, deseando que ni Trump ni el norcoreano Kim Jong-un inicien el disparo de misiles.
A nivel interno, Trump seguirá perseguido por el Rusiagate. La investigación acabó el 2017 con dos altos cargos de la campaña y su gobierno con acuerdos de culpabilidad y dos más acusados y en arresto domiciliario a la espera de juicio. La sombra de Moscú no se ha desvanecido del cielo de Washington y cada vez está más claro que los próximos en caer, de ser así, serán figuras del entorno más cercano y familiar del magnate.
Igual que el año pasado, Trump mantendrá su guerra abierta con los medios de comunicación. De momento, ya ha instaurado los premios “Fake News”, que tendrán su primera edición este lunes y en los que pretenderá demostrar la mala cobertura que recibe su administración.
Todo lo que suceda este año no se podrá leer con otra óptica que la de las elecciones legislativas de noviembre, en las que se renovará toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Hasta ahora el control es absoluto de los republicanos, pero es factible que los demócratas recuperen la Cámara Baja y, con un poco de suerte y en función de las políticas de Trump, incluso den la campanada y consigan el Congreso en su totalidad.
Eso significaría el fin de facto del primer mandato del magnate, que estaría atado de pies y manos por el legislativo. Incluso se podría iniciar el proceso de juicio político, el impeachment que podría expulsarlo del Despacho Oval.