Washington
“La mañana del 20 de abril de 1999 era una más en Estados Unidos […] Un día cualquiera en Estados Unidos de América”. Las primeras frases que se oyen en el inicio del documental Bowling for Columbine (Michael Moore, 2002) podrían ser simplemente la descripción anodina del comienzo de un día normal en Littleton, Colorado. Ese día, sin embargo, el pequeño pueblo de los suburbios de Denver y su instituto, el Columbine, pasarían a formar parte de la historia trágica de Estados Unidos.
El próximo 20 de abril se cumplen 20 años de unos de los tiroteos de más impacto en EU: el asesinato de 12 adolescentes y un maestro en las instalaciones educativas del Instituto Columbine por parte de dos estudiantes que, armados con armas semiautomáticas y bombas, destrozaron la normalidad y sacudieron las entrañas del país. Dispararon más de 900 balas a discreción con armas compradas legalmente, hirieron a 24 personas más; finalmente se suicidaron.
Nunca antes Estados Unidos había vivido una conmoción parecida, ni recordaba un tiroteo de esta magnitud contra niños y adolescentes. Pareció que iba a ser un momento definitivo para un cambio en la legislación sobre las armas: una manifestación enfrentándose directamente a la Asociación Nacional del Rifle (NRA) liderada por el actor Charlton Heston, quien en la vecina Denver proclamaba que quien le quisiera quitar su arma lo tendría que hacer “de su fría y muerta mano”, fue multitudinaria.
Nada pasó. En ese momento, casi entrando al siglo XXI, la matanza de Columbine estaba entre las 10 más sangrientas de la historia. Veinte años después no aparece en esa lista, ni siquiera está entre los tres tiroteos más mortíferos en un edificio educativo. Columbine, en su momento, fue una rareza, tanto por el hecho como por la magnitud. “Era inimaginable”, decía hace poco Kiki Leyva, por entonces profesor en el colegio y uno de los cinco testigos que participan en We are Columbine (Laura Farber, 2018), documental que recuerda lo sucedido desde dentro. Farber, de hecho, era alumna cuando ocurrió el tiroteo.
La rareza de Columbine se convirtió, con el paso del tiempo, en una inquietante realidad, cada vez más presente en la vida cotidiana de decenas de miles de estudiantes en todo el país. Se empezaron a crear protocolos antitiroteos y simulacros, muchos colegios instauraron políticas de “tolerancia cero” para frenar cualquier indicio de violencia. EU, sin quererlo, creó una “generación Columbine”: estudiantes que vivían con el temor de que, en cualquier momento, alguien podría entrar en su aula y empezar a disparar.
Columbine no sirvió de nada. Tras ese caso llegaron muchos otros, como los de Virginia Tech University (32 muertos); Sandy Hook (26); o ya en 2018, los de Park- land (17) o Santa Fe, en Texas (10). Los muertos en las aulas de EU se acumulan y nadie parece moverse para frenar la sangría. Según datos de la asociación Everytown for Gun Safety, desde 2013 ha habido al menos 435 incidentes con armas de fuego en instalaciones educativas, con el resultado de 174 muertos y 335 heridos. Sólo en lo que llevamos de 2019 ha habido 29 casos, con cuatro muertos.
La falta de respuesta en el tema de armas contrasta con otros países. El caso más emblemático y parecido es el de Reino Unido: tras el asesinato de 16 niños y un maestro en una escuela primaria en Escocia en 1996 —la mayor masacre de la historia británica— se legisló la prohibición casi total de tenencia de armas.
Un proyecto de ley para exigir más control de antecedentes de aquellos que quieran comprar armas está estancado en el Senado sin visos de éxito futuro.
Perdida la inercia de Columbine, todos creían que la tragedia de Sandy Hook (2012) iba a ser el punto y aparte. El confesado “peor día” de la presidencia de un Barack Obama que no pudo reprimir las lágrimas al hablar de ese trágico evento, con 26 muertos, entre ellos 20 niños de entre 6 y 7 años, tenía que ser el último. “Fue la mayor esperanza de cambio: todo el mundo estaba de acuerdo que la matanza de niños de seis años debería avergonzarnos y pasar a la acción”, escribe en 5280 Magazine, Dave Cullen, autor del libro Columbine, un repaso exhaustivo de lo que sucedió hace 20 años y convertido en experto en la materia de tiroteos en centros escolares.
No hubo cambio: desde entonces, y según el conteo del Gun Violence Archive, ha habido en EU al menos 2 mil tiroteos masivos (con más de cuatro muertos), con el resultado de 2 mil 287 asesinados y más de 8 mil 300 heridos. Todo cambió tras Parkland. “Su lógica era poderosa, y había un impacto emocional que finalmente nos llevó a actuar”, explica Cullen. La empatía con figuras como Emma González o David Hoggs representaba el objetivo de la lacra, la imagen de una “generación Columbine” harta de simulacros de tiroteo y de tener que temer por su vida en lugar de sus calificaciones.
Los más optimistas tienen la esperanza que Parkland pueda ser el principio del final. Al fin y al cabo, crearon un movimiento (March for Our Lives) en poquísimo tiempo y siguen siendo activos en sus demandas, hasta colocar el tema del control de armas de nuevo en el centro del debate político.
“Los supervivientes de Columbine nunca se organizaron de esa forma porque no tenían ninguna razón para creer que la violencia sería una rutina tan angustiosa. En 2018, con Parkland, todo cambió”, argumenta Cullen. Los dos bandos que dicen querer resolver el problema están a años luz: unos piden más acción legislativa y otros más armas para defenderse. Ninguno de los dos está triunfando por el momento; lo único que están consiguiendo es radicalizar posiciones, incrementando la polarización de un país cada vez más fracturado.