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Texto: Daniel Lávida
Fotografías actuales:
Tristan Velázquez
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
Uno de los cafés más antiguos de la capital se encuentra en la avenida Cinco de Mayo , en el número 38, se trata de La Blanca fundado en 1915 por Higinio Gutiérrez Peláez, español, quien utilizaba este establecimiento para vender la leche que se producía en su rancho.
En 1943 cambió de administración; la cafetería se mudó a la planta baja del número 40 –edificio, construido en 1870, que albergó al Hotel Comonfort. “[La cafetería] la compraron unos socios, entre ellos mi papá [Marciano Díez Díez]. Decidieron modernizar el establecimiento y se pasaron a este local”, comenta Juan Ramón Díez, dueño de La Blanca.
“En la fotografía que está allá atrás se puede ver un camión de redilas que dice: café La Blanca, es de los años 20 cuando todavía operaba como expendio de leche, incluso tiene la publicidad pintada en la puerta. Ésa de allá es de la visita del presidente [John F.] Kennedy ; y la otra es del presidente [Harry S.] Truman con Miguel Alemán”, explica, tranquilo, recordando lo que ha atestiguado este local a través de 103 años de existencia.
Los meseros reciben a los visitantes, los acompañan a su mesa y les dejan el menú. Merodean, expectantes, hacia las otras mesas, donde están los demás comensales que están atendiendo, concentrados al momento que deban rellenar la taza de café , retirar los platos o llevar la cuenta.
Juan Ramón comenta que algunos clientes vienen todos los días por el mismo platillo y a la misma hora.
El café La Blanca, ubicado en el número 40 de Cinco de Mayo, en el Centro Histórico.
“Otros vienen días en específico, eso es por el sazón que le ponen nuestras mayoras –cocineras– a los platillos. De hecho cuando ellas no vienen los clientes nos comentan que la comida tiene un sabor distinto”, agrega.
Diversos personajes han visitado este lugar, desde deportistas hasta presidentes. Juan Ramón recuerda la ocasión en la que vinieron a desayunar los hermanos Bichir.
“Estaban con otras dos personas desayunando, de pronto, de la nada, estallaron en un ‘tipo de discusión’ , algo así como, una pelea de pareja. Comenzaron a levantar la voz, los clientes que estaban en las mesas de al lado se asustaron. Se detuvieron en seco y sólo dijeron: esto es parte de la obra tal y nos estamos presentando en tal lugar (sic) para después regalar boletos”.
En una crónica del 9 de septiembre de 2015 del reportero Juan Arvizu Arrioja en EL UNIVERSAL, con motivo de los 100 años de esta cafetería, se puede leer otro pasaje histórico:
“A las puertas de este restaurante de la avenida 5 de Mayo (...) el presidente Echeverría detenía su paso para recibir el saludo de las meseras, con la banda al pecho, comentaba la delicia del café y las natas que mandaba a comprar y degustaba cuando despachaba en Palacio Nacional ”.
Pero, éste no es el único político que ha consumido los productos de esta cafetería. En 1994, Carlos Salinas de Gortari visitó este establecimiento: “Vino un 19 de septiembre, en el último año de su mandato, después de la ceremonia luctuosa del sismo de 1985, pasó por aquí con algunas personas de su gabinete a desayunar. Venían entre ocho o 10, les juntamos unas mesas y ya, los atendimos como a cualquier otro ”, relata Juan Ramón.
El edificio donde se encuentra el Café La Blanca fue construido en 1870 y albergó al Hotel Comonfort.
También el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, “ex jefe de Gobierno del Distrito Federal, gustaba de la carta de desayunos y mandaba su pedido, como muchos otros personajes seducidos por la cocina del café La Blanca”, se lee en la crónica de Arvizu Arrioja.
En la memoria de Juan Ramón se alojan los nombres de visitantes de distintas disciplinas, desde deportes hasta culturales. Entre ellos figuran: Ricardo El Finito López, ex boxeador; Edith González; los hermanos Bichir; el cronista y escritor Carlos Monsiváis o Chucho Ramírez, entrenador de la Selección Mexicana Sub-17 en 2005.
Para una cafetería tradicional como ésta, mantenerse ha costado trabajo. Quienes visitan La Blanca lo hacen demostrando que es, como se le nombró desde los años 40: “El comedor de la gran familia mexicana”.
A unas cuadras de esta cafetería, sobre la calle de Tacuba, se encuentra otro sitio de reunión famoso del Centro Histórico: el Café de Tacuba.
“En una casona del siglo XVII... y en lo que poco antes había sido una lechería con expendio de pan dulce, el tabasqueño Dionisio Mollinedo en 1912 abrió el Café de Tacuba, que en los años 20 y 30 del siglo XX habría de convertirse en el sitio favorito de políticos, escritores, actores e intelectuales ”, se puede leer en el libro Centro Histórico 200 lugares imprescindibles , escrito por los periodistas Héctor de Mauleón, columnista de esta casa editorial, y Rafael Pérez Gay.
La sede del Café Tacuba es una iluminada casona del siglo XVII.Foto: Archivo de EL UNIVERSAL.
El texto de los escritores continúa: “Decorado desde entonces con talaveras y motivos mexicanos, el Café de Tacuba fue elevado al rango de clásico metropolitano. Cierta leyenda asegura que ahí se llevó a cabo en 1922 la recepción de la boda de Diego Rivera y Guadalupe Marín (la pareja se casó en realidad en Guadalajara); otra, que en las mesas del lugar, Agustín Lara compuso Señora Tentación , canción dedicada ¡a la esposa de Mollinedo!”
Pero, antes de éstos, el Centro Histórico ya había conocido otros establecimientos dedicados al café.
Pérez Gay y De Mauleón añaden: “Tacuba es la calle de la Ciudad de México en la que se estableció el primer café era 1785 ó 1786 y, según Artemio de Valle-Arizpe, a las puertas del establecimiento los meseros incitaban a los transeúntes: “Entren a tomar café con molletes, al estilo de Francia”.
En las calles del Centro Histórico y sus alrededores el eco de esos años resuena entre las aceras y las casonas de aquel tiempo que hasta hoy se conservan. En el cruce de 16 de septiembre con Bolívar se estableció el café Veroli , uno de los primeros cafés de la ciudad, aquí mismo se abrió, tiempo después, el café Progreso.
Según uno de los textos de Centro Histórico 200 lugares imprescindibles , Guillermo Prieto describió así el Café Progreso : “El patio del café se extendía bajo clara techumbre de cristales, corriendo más sombrío bajo los corredores de la parte alta, subdividida en cuartos pequeños y salones para servicio de la fonda. Todo el patio y los bajos de los corredores lo ocupaban en todas direcciones y a cortos trechos mesitas de tripié de fierro y lámina barnizada, y en que se hacía el servicio del café y se jugaba ajedrez y dominó.
Interior de El Café Progreso. Litografía de Decaen, 1850.
“En el fondo del café, y teniendo como respaldo un gran espejo, estaba el armazón de la cantina, trastos de servicio y el mostrador con charolas, pozuelos, tazas, servilletas para servirse café solo o con leche, tostadas, molletes, roscas de manteca, té, copas de catalán y de licor y, a hora oportuna, ponches y refrescos”.
En dicho libro se puede leer también una descripción del café La Concordia “–esa casa colonial de dos pisos, obra de Lorenzo Rodríguez, dedicada por entero al servicio de café y restaurante– por algunas de sus múltiples puertas, o vieron a través de los amplios ventanales de esa esquina, (…) las pequeñas mesas cubiertas de mármol entre dos pequeños bancos forrados de terciopelo rojo donde podían sentarse dos personas en cada uno. En todos los salones había divanes forrados de terciopelo y las paredes estaban decoradas con grandes espejos”. Este espacio se ubicaba en la esquina de Madero con Isabel la Católica y “fue derruido en 1906; en su lugar se construyó la aseguradora La Mexicana, obra de Genaro Alcorta”.
Otra de las cafeterías que brillan por su ausencia en nuestros días es el café París. Abrió sus puertas en 1914, se ubicaba en las calles de Venustiano Carranza y Gante. “En ese lugar se reunieron muchas veces Octavio Paz, Manuel Moreno Sánchez, Salvador Toscano, Rafael López Malo, Enrique Ramírez y Ramírez , José Alvarado.
“Octavio Paz recuerda que entre 1940 y 1943 se reunía ahí con Rodolfo Usigli y desde antes con Luis Cardoza y Aragón : Lo conocí hacia 1936, ¿en la redacción de El Nacional, con Efraín Huerta? O en el Café París, en la mesa que frecuentaban entre otros, Juan Soriano, María Izquierdo y Lola Álvarez Bravo. Pronto fuimos amigos, nuestras coincidencias fueron espontáneas y profundas”. Este espacio se termina, pero no las historias que seguiremos contando la próxima semana.
La comparativa es del interior del Café La Blanca, años 50 - 2018.
Fuentes
: Centro Histórico 200 lugares imprescindibles, Crónica de Juan Ramón Arvizu en EL UNIVERSAL; entrevista a Juan Ramón Díez.