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Texto y foto: Nayeli Reyes
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
Hace más de cien años una mujer campesina de Chimalistac se convirtió en palabras. Se llamaba Emeteria , pero su amigo, el escritor mexicano Federico Gamboa , la llamaba Santa porque ese era el nombre con el cual la transformó en la protagonista de una de sus novelas.
En el libro Santa , publicado en 1903, la heroína es una joven de rostro parecido a las “vírgenes y santas de las iglesias”, con cabello de “charcos de tintas”, piel de “duraznos melocotones” y “ojos de venada, negros…como almendras”.
Ella se enamora de Marcelino, un oficial recién llegado a aquel pueblito. Después de tener relaciones sexuales, él la abandona, ella es desterrada por su familia y se va a la Ciudad de México a trabajar en un prostíbulo . Según Adriana Sandoval, investigadora del Centro de Estudios Literarios (UNAM), es la versión santurrona y porfiriana de lo que puede pasar a las jóvenes que aceptan a seductores antes de casarse.
“¡Su historia!...La historia vulgar de las muchachas pobres que nacen en el campo y en el campo se crían al aire libre, entre brisas y flores; ignorantes, castas y fuertes”, narra Gamboa.
Desde su publicación la novela fue popular . En las casas donde había un ejemplar éste se mantenía alejado del alcance de las personas jóvenes. Era la primera vez que una prostituta era el centro de la historia; además, tocaba temas polémicos: la primera menstruación , el aborto y un amor lésbico . Fue adaptada cuatro veces al cine , varias veces a la radio y hasta para teatro .
Santa
no sólo marcó los años de Emeteria, quien constantemente reprochaba a Federico por haberla retratado en la imaginación con esa mala vida. También se convirtió en la primera película sonora mexicana , cuyo estreno fue el 30 de marzo de 1932 en el Cine Palacio , con la actuación de Lupita Tovar y la música de Agustín Lara.
Cuando Lupita Tovar llegó a su casa con el libro Santa y anunció que esa sería su próxima película su padre gritó “¡Ese libro no entra en mi casa!”. Ella no lo había leído aún, de hecho pensaba que era sobre una santa, no una prostituta. Antes de filmar la cinta visitó a Emeteria.
Además, Gamboa capturó para la eternidad de las letras ese laberíntico pueblo encallejonado. Hoy es una colonia cercana al Metro Miguel Ángel de Quevedo, en la alcaldía Álvaro Obregón, pero en ese entonces no entendía de más límites que los naturales: estaba oculto y protegido entre un pedregal de lava (recuerdo de la erupción del volcán Xitle ) y el Río Magdalena , cuyo rumor ahora se escucha en las coladeras…son gritos de aguas negras.
Los amorosos de Chimalistac
Dos enamorados pasearon un domingo en la década de los 20 por Chimalistac para reconstruir, a su modo, algunas escenas de Santa. Caminaron por el puente donde la heroína vio aplastarse la promesa de su amante bajo su última cabalgata. Ahí la pareja se juró amor en memoria de aquella lugareña abandonada.
El periodista Jacobo Dalevuelta presenció este ritual cerca de la presa, medio escondido en la hojarasca, “oí también el eco inquietante del beso”, escribió en EL UNIVERSAL Ilustrado. Los novios compraron flores y las llevaron ante un sepulcro anónimo donde la gente afirmaba que reposaban los restos de Santa.
“Tomé una de esas flores, abandonada sobre la tumba y la puse en el ojal de mi saco. Sentí dentro de mi corazón renacer un poco de la ingenuidad pretérita y que ahora animaba a fervorosos creyentes”, narró Dalevuelta en 1923. En la imágen capturada en la década de los 20 se observa el Puente del Púlpito, uno de los antiguos pasos sobre el Río Magdalena. Foto: Colección Villasana-Torres
El día que Jacobo Dalevuelta conoció a la señora Emeteria. Su casa estaba al fondo del camino, al lado de un pozo.
Emeteria vivió en una casita de adobe enflorada llamada Quinta Bertha , rodeada de maizales, cerca de la Plazuela Guadalupe Victoria (luego llamada Chimalistac y ahora Federico Gamboa). Ahí Jacobo encontró a la mujer sexagenaria entre el escándalo de sus perros Pipo , Ciello y Pirulí. En otro tiempo ella fue la compañera de juegos, cuentos e historias del escritor, era la hija de la lavandera de la familia Gamboa, la cual vivía en la calle Real.
“Federico y yo nos conocemos desde ansinita , como mi nietecita…por eso Federico me puso en la película y en los libros. ¡Pero no es cierto! Yo no he sido ansina ”, detalló doña Emeteria, la Santa que jamás salió de Chimalistac, “la buena”.
En el siglo XIX había cerca de 315 habitantes. Hasta mediados del siglo XX se consideraba semi-rural.
Hay que recordar que en el siglo XIX Chimalistac era una zona a las afueras de la ciudad. De acuerdo con Beatriz Scharrer Tamm, en la calle Arenal había varias casas de descanso, propiedad de las personas de la capital; las demás eran modestas, sus habitantes se identificaban como agricultores, jornaleros, floricultores, canteros, tlaquicheros, carpinteros y albañiles.
Doña Emeteria fue el final nunca escrito de la novela: una abuelita que diario arrastraba una olla humeante hasta la plaza de San Ángel , desde su sillita gritaba su epílogo: “ tamalitos de chile y de dulce, apruébelos usted”.
Invoquemos a Santa
Las palabras del literato aún recorren las calles de Chimalistac. En 1923 la Plaza de Chimalistac fue llamada Plaza de Federico Gamboa . Según el historiador Rubén Lozano, la placa colocada como homenaje al autor de Santa fue destruida por algunos vecinos: se oponían a que el nombre de una prostituta se exhibiera en las paredes del templo. En 1926 Miguel Ángel de Quevedo intercedió para rescatar la lápida arrinconada en la sacristía y fue colocada en casa de la familia Pallares.
Sobre la placa, Federico Gamboa escribió en su diario: “Ahora se mira en la fachada de la casa de los Pallares, a quienes visitamos para darles las gracias…Me cuentan la leyenda que existe en la placita: en las noches se oyen los suspiros de Santa”.
Ese mismo año se instaló en Chimalistac la pulquería Los Secretos de Santa. “Mi Santa se incrustó ya para siempre en el pueblo de México”, escribió Gamboa en su diario. Luego, en 1930, la vialidad Apatengo se transformó en calle Santa , también se renombró otra traza como Hipo (el pianista ciego que trabajaba en el prostíbulo y se enamora de la protagonista, su amor lo resume Agustín Lara en la canción de la película de 1932.
En el filme de 1932 Hipólito, interpretado por Carlos Orellana, canta a Santa: “En la eterna noche/ de mi desconsuelo/ tú has sido la estrella/ que alumbró mi cielo/ Y yo he adivinado/ tu rara hermosura…”
Según Lozano, no es una casualidad que Gamboa haya elegido este lugar como uno de los escenarios: el idílico pueblo y la Santa virginal son casi sinónimos. El autor temía que ese sitio incontaminado de su infancia se corrompiera con las “perversiones” de las urbes. La ciudad ya amenazaba con devorarla a finales del siglo XIX.
El escritor no vio desaparecer los interminables árboles frutales de los huertos, ni el entubamiento del Río Magdalena , donde en su imaginación Santa refrescaba sus pies; no supo cuándo la zona se fragmentó con grandes avenidas: Insurgentes, Revolución, Universidad…
Chimalistac se mantiene como un esbozo de otra época. El arquitecto Carlos Gadsden afirma que las construcciones nuevas no se han logrado integrar del todo con el ambiente, pero las calles empedradas aún dan personalidad a esa pequeña comunidad urbana donde jacarandas, buganvilias, plantas trepadoras y musgo reclaman las calles.
El señor Gadsden diseñó su casa, afirma que aún conserva uno de los muros del antiguo Convento del Carmen y una higuera que, sospecha, es sobreviviente de sus huertos.
De acuerdo con Manuel Ramos Medina, director del Centro de Estudios de Historia de México (Condumex), el Chimalistac que hoy se conoce fue edificado después de finales del siglo XIX. Del XVII quedan el templo , el ex colegio de los carmelitas y la plaza Federico Gamboa.
Para los 80, Gualterio Hernández documentó que sólo permanecían cinco o siete familias originarias. Algunos vecinos recordaban que la verdadera Santa murió como anciana, incluso alguien decía ser su sobrino. “Cuando aún vivía decíanle sus sobrinos: ‘Tía, cuentan que aquí yace Usted’. Y ella, cansada y resignada contestaba: ‘¡Soy pecadora, hijo, pero todavía no me entierran!’ ”, relata Hernández.
“Los audaces tranvías se abrieron paso entre milpas y huertos para dar lugar a las colonias”, explica Lozano.
En 1930, antes de que desapareciera ese universo de adobe, Lupita Tovar lo visitó en compañía de Gamboa. Conoció a Emeteria y fue ante la supuesta tumba de Santa para dedicarle una oración: “para mí Santa existe…No es novela, no…Santa ha vivido y ahí está”. Gamboa contestó: “pues invóquela usted…hay una leyenda que dice que quien invoca a Santa en el cementerio siente que le tiran de los pies ”.
Ya sólo quedan los ecos de esas consejas. En Chimalistac es difícil recordar que el tiempo pasa. La realidad se desdibuja ante la literatura en aquella placita donde quizá recogieron sus pasos Federico Gamboa , Emeteria y Lupita Tovar. Algunas voces cuentan que el escritor aún pasea de la mano de Santa entre los callejones empedrados.
Imágenes de la visita de Lupita Tovar en Chimalistac en 1930. En las fotografías publicadas en EL UNIVERSAL Ilustrado se le observa pasear por el cementerio y en el pozo de la casa de Emeteria, con el novelista.
El infortunio de Santa comenzó en cuanto salió del campo, donde se pensaba que la gente sí trabajaba honradamente. Según Lozano, el moralismo la pone de ejemplo de “pieza degradada”. Su última voluntad fue que Hipólito la enterrara en Chimalistac, cerca de su mamá.
En la fotografía antigua de la comparativa aparecen Federico Gamboa y Lupita Tovar de visita en la casa de Emeteria, la vivienda era de adobe y desapareció. En la imagen actual se observa el busto del novelista en la plaza que lleva su nombre.
Fotos antiguas
: EL UNIVERSAL
Fuentes:
Hemeroteca EL UNIVERSAL
Entrevista al arquitecto Carlos Gadsden, vecino de Chimalistac desde hace 50 años
Santa
(1903) de Federico Gamboa
La casona de Chimalistac
(2005) de Beatriz Scharrer Tamm
“Chimalistac, un pueblo seducido” de Rubén Lozano Herrera en Historia de un huerto (1992)
Apuntes para la historia de San Ángel
(1913) de Francisco Fernández del Castillo
San Ángel, entre las horas detenido
(1996) de Héctor Azar
Parroquia de San Sebastián
(1981) de Gualterio Hernández
Lupita Tovar the Sweetheart of Mexico
(2011) de Pancho Kohner