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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Fotografía actual: Gabriel Barajas/Cortesía.
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
La vida capitalina cambió radicalmente a finales del siglo XIX, en diciembre de 1881 los focos eléctricos poco a poco reemplazaron la iluminación de velas, aceite y gas en la capital. Así fue que las actividades del día a día dejaron de estar sujetas a la luz natural.
Si bien ahora parece imposible imaginar la ciudad sin alumbrado artificial y su falta podría causar desesperación, pasaron décadas para que se perfeccionaran mecanismos que hicieron habitables las calles durante las noches.
Los primeros intentos de alumbrado público fueron con el uso de: “velas, aceite, resinas, gas o petróleo, se pusieron farolas que proporcionaban algo de luz en la oscuridad de las calles, dando una mirada diferente a los transeúntes, al menos la seguridad que brindaban, aunque fuera una luz muy tenue; había la certeza de tener calles seguras, tanto por los obstáculos que imponía a la delincuencia como por la seguridad personal al ver por dónde se caminaba”, de acuerdo con Alejandra Contreras Padilla, doctora en arquitectura.
Así lucía la vistosa iluminación de la antigua Basílica de Guadalupe a inicios de los años cincuenta. Del lado derecho se ve parte del ex Convento de Capuchinas antes de su renivelación en 1978. Crédito: Col. C. Villasana - R. Torres.
Paso a desnivel en los años setenta. Colección Villasana - Torres.
Cuando se iba la luz natural se vivía en penumbra, por ello, la llegada del alumbrado público fue una nueva forma de disfrutar la ciudad. Antes la noche era sinónimo de inseguridad, inmoralidad y perdición —aunque el problema de seguridad trascendió siglos. La doctora Contreras logró rastrear, a través de una crónica de Jesús Galindo y Villa, una fecha importante:
“El Conde de Revillagigedo inauguró el 4 de abril de 1790 los mil 128 faroles de vidrio con lámparas de hoja de lata, con la mecha alimentada por el aceite de nabo, sostenidas por unas lámparas llamadas ‘pies de gallo’; alumbrado que se reforzó 60 años después, hasta 1849 con las 450 lámparas de trementina, las cuales le dieron luz limpia, más blanca y más intensa a las calles de la ciudad , y que fueron aumentadas a mil en 1855.”
Imágenes del zócalo capitalino en diciembre de 1974. Colección Villasana/Torres.
Sin embargo, según el cronista, el primer gran cambio en iluminación destacó por su cantidad alrededor de 1857, cuando Ignacio Comonfort promovió el alumbrado público: mil 500 faroles con mecheros de gas en las calles de Plateros y San Francisco.
Del alumbrado de gas al arco voltaico
El cronista Héctor de Mauleón escribió que antes del alumbrado en la ciudad había un toque de queda entre las ocho y las diez de la noche , así todas las familias estaban resguardadas de los peligros de las tinieblas.
Esta norma duró más de dos siglos, no obstante, todo cambió para 1790 con la llegada del segundo conde de Revillagigedo quien mandó a colocar farolas en diversas calles de la capital y creó al cuerpo de “serenos”, aquellos personajes que alumbraban y cuidaban las calles en la obscuridad.
Retrato del estudio fotográfico Julio Michaud, donde se observa a un gendarme de barrio y al sereno con su tradicional farolillo, a finales del siglo XIX.
Mauleón narra que sobre República de Uruguay hay una placa con la siguiente leyenda: “Esta fue la primera calle de la ciudad que tuvo alumbrado público , 1783”. En el México virreinal esta vía era habitada por miembros de la clase alta de la capital, no resultó extraño que fuese la primera en organizarse para cubrir los costos de una iluminación artificial.
Placa ubicada en República de Uruguay.
En 1869 se implementó el gas en el alumbrado , un progreso tecnológico para la época. Pronto sustituido por el arco voltaico. “En 1881 la Compañía de Knight puso al servicio 40 lámparas sistema Brush; posteriormente el Ayuntamiento, a través del regidor del alumbrado , el ingeniero Alberto Best, convocó a un concurso para proponer un nuevo alumbrado para la ciudad ”, explica Galindo.
El presidente Sebastián Lerdo de Tejada inauguró, en 1872, la luminaria de la Alameda con 200 lámparas de gas hidrógeno; luego, en diciembre de 1881 la compañía suministradora de gas para el alumbrado colocó 40 focos eléctricos , estos poco a poco reemplazaron la iluminación de aceite y gas.
Fue así como la vida nocturna se amplió para toda la familia: restaurantes, cafés, cines, teatros y otros sitios de convivencia social ampliaron sus horarios y los parques o plazas públicas también tenían a gente caminando por sus andadores.
Desde inicios del siglo XX el alumbrado artificial se hizo parte de la vida cotidiana de los capitalinos: a través de la instalación de luces se anuncia el mejoramiento de algún barrio, la llegada de una visita importante, la conmemoración de las fiestas patrias o también la víspera de un nuevo año. Asimismo, en esta ciudad la instalación de luces da confianza para quien la transita, trabaja y vive de noche.
Iluminación de Paseo de la Reforma en los años setenta durante la temporada decembrina. Crédito: Col. C. Villasana - R. Torres.
Iluminación de Paseo de la Reforma en los años setenta. Crédito: Col. C. Villasana - R. Torres.
Postal navideña de 1964 sobre Avenida Juárez, en el Centro Histórico. Crédito: Col. C. Villasana - R. Torres.
Así luce este año la iluminación del Zócalo capitalino. Imagen de Gabriel Barajas/Cortesía.
Nuestra foto principal es de la iluminación alusiva a los Juegos Olímpicos de 1968 que adornó la avenida 20 de Noviembre, a la entrada del Zócalo capitalino. En el fondo se encuentra la Catedral. Colección Villasana - Torres / D.D.F.
Fuentes:
“República de Uruguay, primera calle iluminada” de Héctor de Mauleón para Centro Histórico. 200 lugares imprescindibles, Gobierno de la Ciudad de México.
Página oficial del Museo del Objeto del Objeto.
“La noche y la Ciudad de México” de Alejandra Contreras Padilla, Facultad de Arquitectura - Universidad Nacional Autónoma de México
Fotografía antigua: Colección Villasana - Torres.
Foto comparativa actual: Gabriel Barajas/Cortesía