Mochilazo en el tiempo

A 50 años de Canoa, “un pueblo de asesinos”

Hace 50 años, el 14 de septiembre de 1968 un grupo de trabajadores de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla fueron linchados, los confundieron con estudiantes “comunistas”

A 50 años de Canoa, “un pueblo de asesinos”
13/09/2018 |23:00
Redacción El Universal
Periodista de EL UNIVERSALVer perfil

Texto: Nayeli Reyes y Gamaliel Valderrama

Diseño Web: Miguel Ángel Garnica

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“Los fuereños entraron en la tienda y cometieron un error imperdonable en un pueblo con la fama de Canoa , en Canoa, antes de la llegada del señor cura Meza Pérez, matar era un oficio. Las viudas pagaban a quien vengara a sus difuntos”, relataba en 1976 Rafael Moya sobre un linchamiento en Puebla ocurrido años atrás.

Hace 50 años, cinco excursionistas llegaron por la tarde a San Miguel Canoa, sólo salieron tres. Antes de que la noche se esfumara, en la calle había cadáveres pisoteados y seres mutilados arrebatados a la multitud. La gente del pueblo los confundió con estudiantes , los lapidaron bajo el grito “malditos comunistas y ateos”.

“Las fuerzas oscurantistas se unían para el ataque final, que culminaría en la masacre de Tlatelolco, y de la cual la tragedia de Canoa fue un significativo y siniestro avance”, escribe Guillermina Meaney en su libro Canoa. El crimen impune .

En 1976 la película Canoa llevó a la escena pública los incómodos sucesos que aquél lugar quería olvidar. En esas fechas Juan Bustillos, reportero de EL UNIVERSAL, reconstruyó los hechos con testimonios de los involucrados, entre ellos dos de los sobrevivientes, Miguel Flores y Julián González.

A 50 años de Canoa, “un pueblo de asesinos”

En su momento la noticia del linchamiento fue sepultada con los sucesos del 2 de octubre de 1968. En 1976 Felipe Cazals y Tomás Pérez Turrent trataron de reconstruir esa noche en su película Canoa.

Ellos escalarían La Malinche con Roberto Aguirre, Ramón Gutiérrez Calvario y Jesús Carrillo, pero un aguacero los hundió en Canoa. Se resguardaron en una tienda un rato, al ver que no cesaba el mal clima pidieron asilo a los dueños, pero no fue posible.

Desamparados como personajes bíblicos el grupo se acercó a la iglesia, el edificio no estaba resguardado por ángeles, sino por hombres con rifles por manos, les advirtieron que se fueran. Detrás de los inesperados guaruras de dios, el sacerdote Enrique Meza gritaba que se identificaran y explicaran qué hacían ahí. Julián contestó que eran “de la Universidad de Puebla” . Esas palabras los convirtieron en demonios.

No los recibieron ni en la cárcel y, tres veces negados, emprendieron camino a la ciudad, pero encontraron a Pedro García , quien les ofreció alojamiento en casa de su tío Lucas García. Cerca de su refugio escucharon disparos, las campanas del pueblo aullaron despavoridas. “Pedro comentó en tono burlón —que el tiempo convirtió en profético—, ‘mañana se va a morir alguien’, para entonces, la inquietud estaba apareciendo en algunos de los excursionistas”, escribe Bustillos el 23 de marzo de 1976.

Los altavoces rugían que había intrusos en el pueblo, ladrones . Ignorante de su destino Roberto hasta propuso ayudar a localizar a esas personas. Gritos, voces rasposas, campanas, disparos, pasos, ruido de los machetes, las velas se oscurecieron, estaban rodeados.

Lucas se animó a abrir la puerta: “Los muchachos van a salir, ellos no son comunistas, regresen a sus casas, los muchachos ya se van”. Le contestó un machetazo alcoholizado en el cuello. Lo sacaron de su casa, su nuevo ataúd, y le dispararon en el pecho. Entre la anegación de gente Pedro se salvó cuando se confundió entre el gentío. Al salir de la casa Miguel sintió cadáveres bajo sus pasos agonizantes , eran sus amigos.

“Cerca de un puente, Miguel escuchó que uno de los campesinos le gritó a un joven, que después sólo identificó como Adilón: ‘muérete de una vez, desgraciado’ y le disparó en la frente. Adilón no murió del balazo; aún se retorcía cuando un niño de apenas siete años le empezó a pegar garrotazos hasta que el cuerpo dejó de moverse”, relata Bustillos.

Las explicaciones de los jóvenes se perdieron entre el miedo , sobre la cabeza de Julián se alzó un machete, él interpuso su mano y salvó su vida pero perdió tres dedos, luego se desmayó. Miguel no caía, una voz asustada lo señaló como el diablo, lo iban a quemar. Ante su mirada ensangrentada, Roberto vio en el atrio de la iglesia a un hombre con sotana, tranquilo, con los brazos cruzados.

A 50 años de Canoa, “un pueblo de asesinos”

Julián González en 1993, hizo un llamado a los medios de comunicación para erradicar el amarillismo y la manipulación ideológica.

“Policía, la policía”, advirtió alguien, pero el chillido apenas sacudió a la turba, los agentes no hicieron nada hasta que llegó el ejército. La ambulancia riñó contra el enojo de la gente y logró llevarse a tres excursionistas, o lo que quedaba de ellos.

En aquella época las miradas nacionales apuntaban al movimiento estudiantil en la Ciudad de México, los Juegos Olímpicos que empezarían a mediados de octubre y en los festejos patrios al día siguiente. Los periódicos locales tomaron las palabras de los vecinos de Canoa , dijeron que habían perseguido a los fuereños porque trataron de izar una bandera rojinegra en la iglesia y de saquear una tienda.

La bandera rojinegra, símbolo internacional de la huelga, se presentaba por los “defensores de las instituciones” como una enseña extranjera, explica la escritora Guillermina Meaney, “alrededor de la bandera principalmente, se creó una sicosis colectiva que afectaría en forma decisiva a la gran masa de gente ignorante, embrutecida por el alcohol, la desnutrición, los sermones dominicales y la propaganda del PRI.”

El tiempo responsabilizó al párroco de incitar al linchamiento. Marcial Fuentes, habitante de Canoa, contó años después que el sacerdote le dio a la viuda de Lucas, Tomasa García, una indemnización de 20 mil pesos, “esa noche, muchos de los habitantes de San Miguel Canoa no durmieron en el pueblo; algunos se fueron al monte, otros a la ciudad de Puebla, otros no han regresado.”

“Hijo mío: ten confianza en tu párroco”

“Aquí, la gente adulta apura el paso cuando es interrogada por lo sucedido aquella noche sangrienta, y los jóvenes sufren desempleos porque en los centros de trabajo se les conoce como ‘los asesinos’ o cuando menos ‘los hijos de los asesinos’ ”, narra el periodista de este diario Juan Bustillos, durante su visita al tristemente famoso pueblo de 10 mil habitantes.

Era 1976, en los altoparlantes se escuchaba a Vicente Fernández, Acapulco Tropical y la Sonora Santanera; sin embargo, quedaba el eco de Isidra Zepeda, quien en la oscuridad vociferaba que el pueblo debía ir a proteger al padre Meza, necesitaban armas.

“La gritería era ensordecedora”, recuerda Serafín Flores, “llegó a mi casa Ascensión Conde para decirme si no iba a defender al padre Meza, yo me negué, le dije que no era de mi incumbencia y que lo mejor que podían hacer era irse a dormir. Ascensión se retiró insultándome y amenazándome con golpearme después”.

Marcial Fuentes también estuvo esa noche, la gente no escuchaba razones: “Estaba en su mente que el padre, en todos sus sermones, decía que muy pronto vendrían los comunistas por él y que cuando ese día llegara, lo tenían que defender hasta los niños, con piedras, cuchillos, machetes o lo que se encontraran”.

A 50 años de Canoa, “un pueblo de asesinos”

Al día siguiente de la matanza de Canoa el párroco dijo que él no sabía nada, esa noche le había dado una embolia. Cuando los reporteros de EL UNIVERSAL lo visitaron en su nuevo hogar lo encontraron contando el dinero del diezmo.

“¿Qué quieren de mí? ¿Ustedes también me van a confesar? ‘Si me quieren fusilar, ¡fusílenme!, yo no tengo la culpa de nada, pero nadie me cree, no me quieren creer”, dijo el sacerdote Enrique Meza cuando Juan Bustillos fue a entrevistarlo a su destierro en Santa Inés Ahuatempam.

“Hijo mío: Ten confianza en tu párroco” exhibía un gran letrero de su nueva iglesia. Bajo éste, Meza Pérez contaba el dinero del “diezmo”, temeroso por una posible venganza de los estudiantes. A sus gritos llegaba una pregunta insistente, desorientada, parecida a la que hizo a los visitantes de Canoa: “¿Quiénes son ustedes?... ¿Qué quieren de mí, qué intención les trajo a este pueblo pacífico?”.

Los nervios del cura ante la presencia de los enviados de EL UNIVERSAL hicieron sonar nuevamente las campanas de la iglesia, llegaron cuatro campesinos, buscando a las personas de la universidad que iban tras su párroco, Meza Pérez señaló a los reporteros, aunque en su mano tenía las acreditaciones de prensa que los identificaban.

A 50 años de Canoa, “un pueblo de asesinos”

Del lado derecho se observa el altar personal del padre Meza, en el curato de Santa Inés Ahuatempan.

“Los habitantes de Canoa eran unos salvajes imbéciles cuando yo llegué. Yo les hice la escuela, yo les hice la presidencia, y les di agua, yo les di luz, yo pavimenté la carretera”, afirmaba el clérigo. Años después, en Canoa la gente develó una placa en su apoyo.

Prudencio Manzano, quien era un chiquillo cuando sucedió el linchamiento, no negaba que su curato llevara agua potable, luz eléctrica y una carretera: “lo hizo con cuotas del pueblo…Por diezmos nos pedía una carga de maíz por cada 10 que producíamos, y a quien no tenía maíz le cobraba cuarenta pesos”.

Una vez le exigieron agua al presidente; sin embargo, Meza Pérez se opuso: “Cuando vinieron los ingenieros, les dijo a las gentes en el púlpito que lo que pensaba hacer Díaz Ordaz era cosa de los comunistas y que el agua estaría maldita. Entonces recolectó muchas firmas y al final, los ingenieros se tuvieron que ir y los pozos no se hicieron”, contaba Prudencio.

A su parecer las cosas no cambiaban: “Antes, el padre Meza pedía a la gente que lo cuidara de los comunistas; el párroco actual, Rafael Nabor Cahuantzi, dice que en Canoa no llueve y falta agua por culpa de los comunistas. Pone como ejemplos a Cuba y Rusia, en donde la gente se muere de hambre y sed”.

A 50 años de Canoa, “un pueblo de asesinos”

Un grupo originario de Canoa visita la redacción de EL UNIVERSAL en 1976.

En 1976 la película Canoa avivó la tragedia. Los tres sobrevivientes contaron a EL UNIVERSAL que después del estreno sólo habían recibido 10 mil pesos cada uno por usar su nombre; sin embargo, Rodolfo Echeverría, director del Banco Cinematográfico, les prometió 25 mil más y lo que se recaudara en la premier, los boletos costarían 100 pesos.

La película causó descontento también en los habitantes del pueblo, un grupo de ellos visitó la redacción de este diario el 24 de marzo de 1976 para denunciar que les había arruinado la vida, ni los camiones de materiales para construcción querían acercarse, pedían una indemnización para hacer aulas: “Será mediante la educación como la gente desterrará el fanatismo”.

A 50 años de Canoa, “un pueblo de asesinos”

La idea de hacer una película nació después de que Pérez Turrent se encontró con el Roberto Rojano, quien salió con vida de esa noche, en el restaurante Nevados Hermilo. El guionista se estrelló con el mutismo del pueblo, la historia se escribió con los informes oficiales y los testimonios de los afectados.

Bustillos escribió: “De los hechos sangrientos ocurridos en San Miguel Canoa, la noche lluviosa del 14 de septiembre de 1968, sólo quedan una viuda que ya sé casó, cuatro huérfanos que ya tienen nuevo padre, un sacerdote que no puede dormir, tres sobrevivientes lesionados física y mentalmente, un pueblo con un pasado negro, una película y un hombre que está en la prisión de San Juan de Dios en Puebla que con lágrimas en los ojos le dice a quien quiere escucharlo: ‘Soy Inocente, soy un chivo' expiatorio’”.

Fuentes: Archivo EL UNIVERSAL. Beatriz Medina Torres (1993), “Una perspectiva ideológica del cine Echeverrista”, Guillermina Meaney, Canoa, el crimen impune ; Moisés Ramos (2008), “Tragedia de Canoa, avance del 2 de octubre de 1968”.