La tradición de entretejer las hojas de palma para formar un ramo con la figura de Cristo crucificado es una herencia familiar entre los vendedores de estas artesanías que cada año visitan el Mercado de Jamaica en la alcaldía Venustiano Carranza.

Hombres, mujeres y niños utilizan sus manos para trenzar las hojas y los dientes para jalar y apretar las tiras de palma.

Al señor Félix García se le puede ver en el rostro el paso del tiempo, su bigote cano lo delata. Le enseñó a tejer su mamá en su natal Oaxaca, pero no viene solo. La familia García, como muchas otras, duermen entre los húmedos pasillos del mercado.

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Cada día, entre cinco personas, llenan una caja de cartón con 250 ramos para ser enviados a diferentes partes de la República.

La familia García corta la palma en su ranchería en Magdalena Jaltepec, Oaxaca. Solicitan un permiso, que cuesta 250 pesos, que son otorgados a la presidencia municipal. Ya podada la palma, sus hojas son introducidas en costales, para posteriormente apartar cajuelas de autobuses y traer su material de trabajo a la Ciudad de México.

A unos puestos de distancia se encuentra Fernando, quien aprendió a hacer crucifijos, colibríes, entre otras figuras, en una escuela rural en Chiapas.

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“Están devaluadas nuestras artesanías y está mal, porque en una tienda la gente no regatea”, indicó.

Oriundo de Asunción Nochixtlán, Oaxaca, desde hace 20 años, don José Luis Hernández junto con su esposa Verónica Peralta fabrican los ramos de palma que serán bendecidos en las iglesias católicas de la capital durante el Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa.

Sentado en el suelo sobre un montón de trapos acomoda sus utensilios, bebe un sorbo de refresco, sonríe a los comerciantes contiguos al tiempo que toma una palma de un costal viejo y entonces comienza a tejer su arte.

Él y su esposa llegaron al mercado en un camión tipo torton cargado de palma real la madrugada del miércoles 29 de marzo, tras seis horas de carretera desde su pueblo; 20 días antes recolectaron la planta en el campo.

“Venimos a generar ingresos para solventar los gastos que hay en el pueblo. Empecé a venir a la Ciudad con mis papás por ahí de 2003”, contó y agregó que “20 días antes salimos a las tres, cuatro de la madrugada para irnos al campo a cortar y regresamos a las 10 u 11 de la mañana para almorzar y descansar un rato para en la tarde otra vez a cortar”.

Cada palma tejida les lleva entre 10 y 15 minutos; comienzan a trabajar desde las seis de la mañana y se detienen un cuarto de hora para almorzar. Para las 15 horas han manufacturado tres docenas cada uno. Los precios son variados: hay desde 15 hasta los 150 pesos.

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