Doña Clotilde está maravillada. Conoce, de toda la vida, el recorrido de hasta la estación del Metro Indios Verdes, en la alcaldía Gustavo A. Madero, sólo por el microbús. “Era un suplicio”, dice la mujer de 70 años mientras, desde una cabina del , ve lo más alto del cerro del Chiquihuite y los caminos empinados del norte de la Ciudad, que desde arriba, muestran similitudes con las favelas.

“Nunca lo había visto así”, comenta en voz alta la señora al tiempo que con las manos se aprieta su suéter tejido.

Clotilde estuvo encerrada por más de un año respetando la cuarentena para evitar un sin embargo, en Facebook y en las noticias vio que ya opera el Cablebús —inaugurado el pasado domingo— y no dudó en estrenarlo.

“El año pasado me quedé con ganas de ir a la playa por el virus, pero de subirme a esta cosa, no, no me quedo con las ganas ni me lo pierdo. Ve, estaba encerrada, salgo y ya tenemos está maravilla aquí”, dice de asiento a asiento dentro de la cabina a más de 30 metros de altura.

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Lo que más la satisface es que ahora no hará todos los días hora y media o hasta dos de su casa al paradero Indios Verdes y de ahí hasta Ciudad Universitaria.

El regreso, cuenta, es lo peor pues en las tardes la zona es intransitable. “Esa avenida de allá abajo —apunta hacia Ticomán— es la peor, sólo en ese tramo el micro se tarda hasta una hora, por eso todos mejor caminamos, es decir, atravesamos todo eso y agarramos el micro hasta después, imagina todo el tiempo que pasamos ahí y todo por los mismos siete pesos, la verdad sí es de mucha ayuda si tomamos en cuenta el tiempo y luego del asunto de la Línea 12, no creo que se caiga o algo, espero que esté bien hecho”, reflexiona.

A cinco días de que entró en funciones, el sistema de transporte luce impecable, las cabinas aún no están rayoneadas y debido a que únicamente pueden entrar seis personas, no hay oportunidad para que los ambulantes oferten desde cacahuates y dulces hasta audífonos de moda.

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“Es como más privado, así está mejor porque entras al Metro y te quieren vender algo o en el micro se suben y en vez de apuntarte con una pistola te piden limosna pero es un robo, entonces aquí hasta se disfruta el viaje porque ve, aprecias toda la montaña”, explica don Rodolfo, quien no ha dejado de usar el Cablebús desde su inauguración.

“Yo me bajo ahí en Campos Revolución y luego tomo un vocho que me sube hasta donde vivo. Desde el domingo no lo he dejado de usar, es más rápido y creo que más seguro, entonces lo he usado todos los días y hasta el momento nada, no se siente nada y eso que ayer llovió, entró poquita agua pero luego, luego avisan por la bocina que cierren las ventanas y listo. Este viaje lo hago nomás porque me gusta”, añade el señor de 60 años.

En los alrededores de cada estación hay personal que auxilia, orienta, explica y da detalles a todos los que llegan a las instalaciones. Son fáciles de identificar pues visten un chaleco guinda y tienen buena actitud.

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“Nos preguntan hasta si se va a caer la cabina, y si se cae, si pueden aguantar la caída”, contesta entre risas una de las jóvenes que atiende a los usuarios al tiempo que detalla que también están al pendiente de que no ingresen vendedores ambulantes, e incluso, que no se postren afuera de las estaciones del Cablebús.

“El viaje cuesta siete pesos y es con la tarjeta del Metrobús, eso le decimos a todos los que preguntan. Les decimos que no es cierto eso de que no para o que se mueven con el viento, cuando vemos a alguien en silla de ruedas o adultos de la tercera edad, se avisa a control y hacen que las cabinas se paren totalmente, se suben y listo. Para las otras personas que se pueden mover con facilidad pues nomás dan un paso y ya están adentro”, dice.

Doña Clotilde llega hasta la estación Indios Verdes, se subió en Cuautepec y en todo el trayecto admira el paisaje, “ve, se pueden hacer cosas bonitas como estas. Al menos el Covid no me mató y me tocó ver esto. La verdad me gustó mucho, ahora nos toca cuidar esto y que dure mucho tiempo”, concluye la mujer, que de un brinco se baja de la cabina.