La Ciudad de México y sus íconos tiene que ser narrada, pues diariamente esta urbe presenta un cambio; un día, una la colapsa, al otro, una fuerte lluvia, o bien el retiro de una palmera de más de 100 años la cambia, la deja mocha, medio incompleta. Sabemos que algo falta y no atinamos a decir qué. La prisa no lo permite.

Entonces se piensa en que esta Ciudad tiene muchos antes y después, muchos reveses, fundidos a negros, aunque también mucho color. Paletas que quedan plasmadas al óleo en tela de 100 por 120 centímetros, y que bajo título llevará Palmeras reforma desfile o bien Ángel blues torre.

Y es que para el pintor medio irlandés, inglés y completamente chilango, Phil Kelly, el arte estaba en la calles, en sus barrios y acontecimientos diarios, en el color de la ropa de los manifestantes o basureros, en el tráfico.

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Kelly caminó y no dejó de caminar la Ciudad de México desde el año 89, cuando arribó a este país para olvidarse de Inglaterra y sus manías primermundistas, neoliberales que le arrancaron los programas sociales con los que él alcanzaba a vivir enseñando pintura a jóvenes problemáticos.

El Paseo de la Reforma fue su centro, su musa, y ahí siempre estaba la palma, por eso nunca pasa desapercibida en su trabajo, y no siempre es la misma.

“A lo largo de mi vida tuve muchos oficios, desde panadero hasta profesor de inglés. Ahora que tengo todo el tiempo para pintar, cada día me alegro de recuperar aquel tiempo perdido”, se lee en el catálogo de la exposición Posdata. Ciudad de México.

Ruth Munguía, su esposa, cree que Phil estaría muy enojado con el retiro de la palmera de la glorieta de Reforma, porque era parte del acontecer.

“Caminaba mucho y para él era trabajar, observaba mucho, y así fue que se encontró la palmera [en la glorieta]. Le encantaba Reforma, no hay un año, sino desde el principio”, reflexiona.

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Phil Kelly era un gran contribuyente con el programa pago en especie, por eso Ruth piensa que el Gobierno de la Ciudad de México debe conocer toda la obra que hizo referente a la palma.

“Él decía: ‘Mira, les das la obra, les tienes que dar [una] buena porque con eso vas a pasar a la posteridad, imagínate que entregues porquerías’”, recuerda.

A Phil no le gustaba que lo encasillaran en una corriente artística, dice Ruth, pero si habría que hacerlo quedaría en expresionistas e impresionistas, “siento yo que tiene mucha gestualidad, pintaba con las manos”.

Repasar su obra es ver la capital, es regresar a Reforma, al Circuito Interior, al Zócalo, a la palma que ya no está. “La ponía [la palma] cada vez que podía, la apreciaba”, acota Ruth, quien recuerda a su esposo, quien murió el 3 de agosto de 2010.