El rostro de Carmen, empleada de unos laboratorios ubicados en Naucalpan, refleja la frustración , desesperación e impotencia de los más de 1.4 millones de pasajeros de las seis líneas del Metro que están suspendidas desde el sábado pasado, a raíz del incendio del Centro de Mando del Sistema de Transporte Colectivo.

“No culpó al Gobierno, pero sí debería ser más consciente de la necesidad de las personas . A ver, tengo que llegar a mi trabajo y llevo más de 40 minutos esperando que llegue el autobús. De nada me sirve que me pongan camiones o patrullas que sólo me llevan a Pino Suárez o Hidalgo, si requiero llegar a Cuatro Caminos”, dice con coraje, casi con llanto mientras se acomoda el cubrebocas.

Vive en Iztapalapa y de lunes a sábado se traslada a Naucalpan, donde trabaja, “el sábado no tuve problemas para trasladarse porque me llevó mi esposo, pero hoy el carro no circula. Y ni cómo utilizar taxis por aplicación, pues Didi me cobra 101 pesos de aquí de Chabacano a mi trabajo . Imagínese, pagar eso diario cuando ganó poco más del mínimo, y de los ‘libres’, mucho menos. No, no, no, sí que estamos jodidos”, comenta apretando los labios.

Asegura que antes de las 8:00 horas llegó a la estación Chabacano, de la Línea 9, donde regularmente trasborda para la Línea 2, para continuar su viaje, “pero me sacaron, dado que no hay servicio en esta línea. Confié que el Gobierno cumpliría su palabra de que habría suficientes camiones, pero vea, llevó más de 40 minutos y no veo para cuando podré subirme a uno de esos autobuses”, insiste.

La charla se interrumpe, cuando el oficial Segura, de la “Policía de Tránsito”, anuncia por su pequeño megáfono: “¡En orden y como están en fila, aborden la unidad! ¡No se amontonen!”, pero nadie le hace caso, pues todos están desesperados por llegar a Cuatro Caminos.

En la larga fila destaca un señor de la tercera edad, con dos grandes bolsas y una desgarrada y descuidada chamarra que, sin embargo, le ayuda apaciguar la baja temperatura de este lunes en las afueras de la estación Chabacano.

Se trata de Melquiades Cipriano García, quien dice trabajar de lavador de autos por el rumbo de Naucalpan, por lo que diariamente se traslada de Chalco a Cuatro Caminos, pero dice desconocer de la situación.

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“No sé si se fue la luz o por qué suspendieron el servicio. Tengo que estar a las 9:00 en mi trabajo, pero con esto creó que llegaré mucho más tarde. Ahorita el policía nos dijo que tenemos que pagar cinco pesos por abordar el camión, pero ya pagué el Metro, allá en Pantitlán, y ahora tengo que pagar otros cinco pesos. No se vale, si con cinco pesos diario llegó a mi chamba”, señala con desconcierto.

Más atrás, en la larga fila que nace afuera de la estación Chabacano, sobre San Antonio Abad (en realidad es Calzada de Tlalpan), para extenderse hasta Calzada Chabacano y dar la vuelta dos calles atrás, está el joven Javier Lara, quien con desconfianza revela trabajar en el área de aire acondicionado en un edificio del Consejo de la Judicatura Federal por el rumbo de Naucalpan.

“Ya le avisé al jefe que llegaré tarde

, por eso me ve tranquilo. Aunque le pido al Gobierno que ponga más unidades para movilizar a toda la gente. De nada nos sirven las camionetas o camiones de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), porque sólo nos dejan en Pino Suárez o Hidalgo, cuando la mayoría vamos a Cuatro Caminos”, destaca con displicencia.

Arriba, un helicóptero de la SSC surca el cielo, como para dar confianza al 1.4 millones de pasajeros del Metro que resultan afectados con la suspensión del servicio de seis líneas, pero que con desesperación buscan llegar a sus trabajos, citas médicas o regresar a casa, pues algunos fueron a visitar a familiares este fin de semana.

Sin embargo, este caos lo vive la gente que, sobre todo, proviene del oriente de la Ciudad de México y que diariamente viaja hacia el norte, pues del otro lado de la avenida –dirección Taxqueña--, parece un día normal y contada es la gente que espera alguna de las unidades que ofreció el Gobierno los trasladarían sobre Calzada de Tlalpan.

Aunque las autoridades anunciaron que los autobuses “morados” –que sustituyeron a los microbuses--, acordaron bajar la tarifa de siete a cinco pesos, la realidad es que pocos lo cumplieron, incluidas las unidades de RTP , que no perdonaron su tarifa de dos pesos y otros hasta de cinco pesos, “porque así no lo ordenaron. No es decisión mía”, responde José, chofer de uno de esos vehículos.

Mientras que los empleados del Metro, identificados con chaleco naranja, informan a la gente que serán pocos los días que vivirán esta situación, la verdad es que ni ellos saben para cuándo será normalizado el servicio, que por ahora es caos y desconcierto.

lr/ rdmd

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