Cada noche, antes de salir de casa, Jessica se encomienda a la imagen del Divino Niño que descansa en su habitación. Se fuma un cigarro, se despide de sus siete perritos Chihuahua, de su madre y se dirige a la esquina de las calles Francisco Olaguibel y Tlalpan, donde se dedica al trabajo sexual .

Aunque lleva 15 años en el oficio como transexual, lo dejó el último año por una relación amorosa que fracasó. Cuando regresó, a principios de abril, se topó con la ausencia de clientes por la pandemia por Covid-19, pero no por ello dejó de salir.

“Para nosotras no hay pandemia, para el trabajo sexual no hay pandemia, seguimos paradas, trabajando o intentando trabajar, la verdad es que sí ha bajado mucho el número de clientes, de 100% ha bajado en 70%, pero una trabaja todos los días, yo todos los días como”, comenta a EL UNIVERSAL.

En estos meses han conseguido repartir tarjetas con ayuda económica a las trabajadoras sexuales y otorgan 60 despensas semanales para ayudarlas a sobrellevar la crisis, especialmente a aquellas que son madres.

"Las trabajadoras sexuales tenemos siempre un pie en una tumba, en un hospital o en una cárcel"
"Las trabajadoras sexuales tenemos siempre un pie en una tumba, en un hospital o en una cárcel"

Los precios varían de acuerdo a los requerimientos del cliente, además, trabaja en internet.

“Hay clientes que sólo vienen por sexo, vienen a consumir drogas, otros a platicar. Una buena noche a veces te la hace una persona que consume drogas porque estás más tiempo, a lo mejor te da cuatro mil o cinco mil pesos. Una mala noche es como ahorita que está la contingencia, que no hay nada. Una mala noche es cuando te vas sin un peso a la casa”.

En el lapso de cuatro horas que pasa en esa esquina, Jessica puede atender de cuatro a cinco clientes. Cuando estos no tienen para el hotel, les brinda el servicio en su coche. Ahora los hoteles están abiertos, pero en los meses pasados recurrió a un cuarto que le prestó una amiga.

Reproches

Cuando decidió dejar el trabajo sexual, fue porque su pareja se lo pidió.

Duraron cinco años, pero el último se dedicó de lleno a trabajar en su verdulería; sin embargo los reproches y los vicios de él comenzaron a afectarla y terminaron. Cuando la visitamos la primera vez, tenía cinco días de haber “vuelto a las calles”.

"Las trabajadoras sexuales tenemos siempre un pie en una tumba, en un hospital o en una cárcel"
"Las trabajadoras sexuales tenemos siempre un pie en una tumba, en un hospital o en una cárcel"

Pese a la gran afectación que ha tenido la pandemia en su oficio, Jessica no deja de lado algunos sueños, como poder comprar un departamento un día, y tal vez hacerse una lipo.

Mientras tanto divide sus días en ese edificio en el que, por las mañanas, en el piso más alto, cuida a su madre y perritos; por las tardes apoya a compañeras trabajadoras sexuales, y por las noches llega a esa esquina llena de autos y trenes.

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