Toluca, Méx.— Luciana se describe como una superheroína, ya que ha sido capaz de sobrevivir violencia familiar, sexual, física, sicológica y verbal tantas veces que ha perdido la cuenta. Pasó de ser una niña violada a una mujer que construye, por cuarta ocasión, su vida “sobre los escombros”.

Esta mexiquense egresó de uno de los refugios del Consejo Estatal de la Mujer para víctimas de violencia que necesitan un punto de partida para reinsertarse a la sociedad. Llegó huyendo de su marido, quien la golpeó hasta desfigurarle el rostro.

Luciana es una mujer con ojos brillantes y voz firme. Asegura que las raíces de la violencia que vivió tienen origen en un núcleo familiar tradicional y machista que casi le cuesta la vida. A los siete años, su hermano la violó, pero sus padres no le creyeron, por lo que a los 15 años intentó escapar casándose.

Por años todo marchó bien, hasta que su expareja comenzó a tener amantes, tiempo en el que creció el maltrato sicológico, pues su marido no la dejaba trabajar: “Si tienes dinero, me vas a dejar”, decía.

“Yo pensaba que si él podía, yo también, y por eso me convertí en la oveja negra de la familia, pues mis padres ordenaban que soportara”.

Relató que los insultos de su familia los aprovechaba su exmarido para atacarla, además de decirle que nadie la iba a querer, y menos con hijos: “¿Quién va a dar algo por ti? Ni para vender tu cuerpo sirves”.

Tras 12 años de matrimonio y 15 días de haber nacido su cuarto hijo, decidió terminar la relación: “Una vecina me dio trabajo lavando ropa, otra vendiendo paletas de hielo. Con mis hijos comenzó una sinergia excepcional, nos convertimos en un equipo inigualable”.

Con el tiempo inició un negocio tan próspero que contrató personal, compró maquinaria y rentó un local que sus hijos administraban.

Todo iba bien, pero llegó a su vida “el demonio”, como le llama, con quien comenzó un noviazgo secreto que puso tan celoso a su exmarido que casi la mata.

Un día, mientras ella vendía pan, su exmarido la esperó en una calle solitaria. Cuando lo tuvo de frente, sólo sintió cómo la golpeó en el rostro con una piedra hasta que la dejó tirada en la acera, con la cara desfigurada, las manos heridas y la cabeza abierta.

La recogió la Cruz Roja, y sus hijos, encabezados por la mayor, la corrieron de su casa, le quitaron el negocio y tuvo que acudir a un refugio, donde la orientaron para iniciar el proceso legal contra su agresor.

Sin embargo, eso sirvió para que Luciana comenzara otra vez: ahora estudia Pedagogía, está por ingresar a la carrera de Administración, inició otro negocio y trabaja como policía auxiliar del Cusaem.

Reconoce que de nada sirvió el empeño que puso para cambiar la forma de pensar de sus hijos y educarlos fuera del machismo y la misoginia, porque nunca los alejó de sus padres y hermanos. Atribuye a su mamá la responsabilidad de haber inculcado una visión de que la mujer no vale y no tiene derechos.

“Sí se puede [salir de la violencia]. Yo pude y todas podemos. No es fácil, pero podemos lograrlo sin depender de un hombre”.

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