La palabra “justicia” es nada para Ana Karen. A sus 25 años se siente vacía, impotente. Es hija de Marilú Camacho, víctima de feminicidio a manos de quien fuera su pareja sentimental cuyo cadáver fue encontrado en el patio de su domicilio en la alcaldía Tlalpan en el 2020.

Desde que su madre fue reportada como desaparecida, su vida cambió. Tuvo que regresar de California, Estados Unidos, -donde estudiaba para especializarse en veterinaria- para encabezar la búsqueda de su madre. Desde esa fecha el camino para encontrar justicia no ha terminado.

Si bien hay un detenido, Saúl Ramírez Flores, pareja sentimental de su mamá, el trabajo no está del todo terminado. La constante revictimización y las trabas con los peritos de la Fiscalía Capitalina como de los jueces del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México (TSJ-CDMX) ahora la mantienen ocupada, pues teme que por un error en la integración del expediente, le pueda dar una salida fácil al feminicida actualmente recluido.

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“El sistema de justicia mexicano no está hecho para las víctimas. La fiscalía local se queda en dichos cuando dice que trabaja para ayudar a las víctimas: no hay empatía, no hacen su trabajo bien, les hace falta mucha preparación, equipo y personal, no investigan bien, cometen errores primarios y se olvidan de ti, te traen de un lado para otro y nunca resuelven nada.

“Se tiene que hacer escándalo, se tiene visibilizar el problema para que te pongan atención.

“En mi caso, el feminicida de mi mamá ha cancelado la audiencia de sentencia las veces que quiere, por cualquier situación y yo, tengo que dejar mi trabajo, mis cosas, mi vida para estar ahí pendiente de todo porque si no, estoy segura que lo dejan libre.

“Le reclamo al juez y me regaña, le digo al Ministerio Público que haga algo y me ofende, entonces, ¿en dónde está la justicia? ¿dónde está el apoyo qué tanto dicen”?” cuenta la joven quien con palabras entrecortadas, muestra impotencia ante la investigación.

Ana Karen

asegura que Saúl Ramírez Flores no actuó solo para matar a su madre, por lo que teme por su seguridad. Cambia de domicilio y toma medidas extremas de seguridad.

“Imagina la incapacidad de los agentes de la fiscalía que no pudieron hacer que Banorte y Elektra les proporcionarán los videos de los cajeros automáticos de donde sacaron dinero cuando mi mamá ya estaba desaparecida, les dijeron que no y ya; nunca hicieron nada más”.

“Mi mamá se sabía defender, sabía que estando solas nos debíamos defender, entonces, es imposible que una sola persona le haya hecho eso, deberían participar más y esos ¿dónde están? La Fiscalía solo me dice, ya hay un detenido, fue él y listo, carpetazo y se acabó, no quiere y no les interesa saber si hay má cómplices y tampoco les interesa el miedo con el que una como víctima se queda, entonces, ¿cuál es justicia? ¿dónde está el apoyo, qué hay para nosotros?

Sé que nada me va devolver a mi mamá, pero al menos que hagan las cosas bien, que uno tenga la certeza que todos los que participaron están en prisión y que ahí se van a quedar mucho tiempo, que a nosotros por denunciar e investigar no nos va a pasar nada, pero no, ni eso tenemos”, detalla la joven.

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El caminar parece no tener fin para la víctima indirecta del feminicidio. Por su cuenta ha pagado la asesoría legal, ha insistido en tener acceso al expediente, traslada a los peritos para aún levantar evidencias y hasta paga las copias de todo lo que se requiere.

A cambio, afirma, ha recibido apoyo nulo. “Ni siquiera en las terapias de apoyo son empáticos, te atienden como cualquier cosa, los que está ahí creo que no tienen idea de lo que hacen lo hacen como mero trabajo”.

“Solo una psicóloga me atendió bien y sus palabras, aun no las olvido, ella misma me dijo que fuera a otro lado porque ahí no era y así lo hice, me alejé porque tampoco era sano para mi.

“Entonces te das cuenta, uno como víctima debe buscar a su familiar desaparecido, la encuentras muerta, detienen al responsable, lo encierran y ¿luego? tenemos que pelear para que se quede adentro y en todo ese camino, cada que vas al Ministerio Público tiene que repetir todo una y otra vez, recordando el dolor, reviviendo lo que pasó. Mientras tanto el detenido se da el lujo de decir, ahora no quiero audiencia, no tengo ganas, no puedo… y a una se le va la vida”, rememora Ana Karen.

Cuando comenzó la pesadilla tenía 23 años. Menciona que, como cualquier joven era feliz, tenía amigos, disfrutaba la vida, tenía planes, salía a divertirse por las noches pero ahora todo eso cambió.

“Me robaron 2 años de mi vida, tengo 25 y los últimos 2 no hice nada más que dedicarme a esto a resolver todo esto y a exigir justicia para mi mamá, tengo una sensación muy mala hacia la vida diaria, hacia algunas personas que no cree pueda superar… pero ¿Qué puedo hacer? nada más que seguir adelante”, concluye.

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