El reloj marca pasadas de las 14:00 horas, y en la calle de Peralvillo, en la colonia Morelos, el ambiente está a todo lo que da. Los jóvenes brindan constantemente con las cervezas preparadas y se mueven al ritmo del reguetón. Son más de 40 personas amontonadas en una pequeña chelería que cada domingo se abarrota.
Sólo quieren divertirse y dejar atrás el encierro del año pasado, aunque muchos de ellos reconocen que no respetaron el confinamiento y no le tienen miedo al virus, por lo que disfrutan de las bebidas sin medidas sanitarias para prevenir un contagio.
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En este lugar, ubicado en la esquina de la calle Matamoros, es nula la sana distancia, el uso del cubreboca es anecdótico, y la advertencia por parte de las autoridades sanitarias —sobre el incremento de los casos positivos entre jóvenes de entre 18 y 39 años— se olvida entre canciones de salsa, banda y reguetón
A lo largo del día, grupos de jóvenes de entre 20 y 30 años se van reuniendo en el lugar. Las mesas improvisadas sobre la calle poco a poco se llenan.
Aquí, una corneta anuncia otra sesión especial, en donde un stripper y una bailarina invitan a los asistentes a subir al escenario. Nadie escatima en los movimientos sexuales, arrancando gritos y llevando al éxtasis a los asistentes.
De las autoridades de la alcaldía, ni sus luces, cuentan los jóvenes que comúnmente acuden a esta chelería que es ilegal, pues no está permitida la operación de antros en la vía pública y mucho menos durante la pandemia.
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Del otro lado de la barra, una mujer mayor y varios jóvenes no se dan abasto para escarchar los vasos desechables con sal y chile en polvo, ponerle limón y otras combinaciones para preparar las micheladas, todos están formados sobre una charola. El costo de un vaso es de 70 pesos y le cabe fácilmente una caguama.
Francisco, un joven de cabello largo, asevera que no tiene miedo a contagiarse y remata con la frase “De algo nos tenemos que morir”, al tiempo que fuma, mientras que su compañera sólo sonríe, pero se abstiene de hacer un comentario al respecto.
En esa vía el espacio es reducido, pues la chelería comparte la calle con puestos de ropa y otros productos del tianguis, incluso, el olor a cerveza se mezcla con de marihuana, monas de thinner y cigarro.
En otro punto del barrio bravo, en la calle Jesús Carranza, cientos de jóvenes, también sin cubreboca, pero con gorras y lentes oscuros convierten la vialidad en un antro urbano.
Tepito a las seis de la tarde se convierte en la cantina más grande del corazón de la capital mexicana, en donde las motonetas son las únicas que se abren camino entre la multitud de visitantes.
Mientras tanto, las autoridades comienzan a definir las estrategias para enfrentar la tercera oleada de Covid-19, que ya ha cobrado 44 mil 798 muertes en la Ciudad de México.
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