La señora Rosa Icela Guzmán llega con entereza a un vaso de captación desolado, con maleza de hasta un metro de altura que es devorada por los borregos que pastorean en los alrededores de la colonia Ampliación La Conchita, en la alcaldía Tláhuac. La acompaña un grupo de mujeres que le enseñan a “espulgar” la hierba mala; trae consigo una pala, un rastrillo, un machete y una varilla de más de metro y medio que entierra cada dos metros. Todas buscan fosas clandestinas o algún lugar del enorme predio donde haya signos de restos humanos o de cadáveres enterrados.
La cofradía de mujeres forma parte del colectivo Hasta Encontrarle CDMX. Como en Michoacán, Jalisco, Ciudad Juárez, Tijuana, Guerrero o Morelos, en la Ciudad de México, las mamás, hermanas, esposas y abuelas también buscan a sus muertos, restos óseos u osamentas que les puedan confirmar o descartar que sus seres queridos aún están vivos. La labor es titánica, pues no tienen experiencia como buscadoras, les falta organización, capacitación y más apoyo de las autoridades de las tres esferas de gobierno.
“Es la primera vez que llegamos a este lugar, es un sitio nuevo para nosotros, no sabemos qué podemos encontrar pero al fin lo logré. Tuve que hacer muchos trámites en la fiscalía para que me facilitaran los peritos, hablar con muchas dependencias para que esto se organizara y aquí estamos. Llegué aquí porque cuando se llevaron a mi hijo, en esta misma alcaldía, la triangulación de las torres de celular dijo que por esta zona detectó su teléfono por última vez.
“Esa información la tenía desde hace [casi] dos años, y ve, apenas estamos rastreando. Todo eso es lo que tenemos que pasar las mamás buscadoras, tenemos que pelear con el estigma de que si son delincuentes o no, tenemos que pelear con la familia. Ahora vengo sola, siempre he estado sola, pero no pierdo esperanzas de encontrarlo, mientras esta madre esté viva, esta madre va a seguir buscando a su hijo, lo encuentre como lo encuentre”, asegura Rosa Icela.
En esta ocasión las buscadoras estuvieron acompañadas por personal de la Comisión de Búsqueda, bomberos —los más activos y participativos—, peritos y personal de la Policía de Investigación (PDI) de la fiscalía capitalina, así como elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) —quienes vigilan a la distancia— y hasta personal de la Guardia Nacional (GN), que resguarda el perímetro para evitar una situación complicada.
“Ese es todo el apoyo que nos dan, ‘nos ayudan’ por la presión que ejercemos, porque realmente las autoridades de la Ciudad de México no quieren visibilizar ni aceptar el problema y creen que mandándonos a ese personal es echarnos la mano, cuando no es así. Ve, no tenemos ni un dron, se supone que es un vaso de captación donde hay agua. ¿Ves alguna lancha, un buzo o personal que se pueda meter al agua? No, no hay, y luego nos dicen que sólo será por un día. ¿Crees que podamos peinar todo esto en un día?”, cuestiona Juana Garrido, hermana de Viviana Elizabeth Garrido Ibarra, desaparecida desde el 30 de noviembre de 2018.
Las buscadoras enfrentan otro problema, pues indican que el Instituto de Ciencias Forenses (Incifo), que depende del Tribunal Superior de Justicia local tiene bajo su resguardo 3 mil 500 muestras genéticas que hasta el momento no han sido perfiladas, es decir, todavía no han hecho los análisis de ADN.
La organización Hasta Encontrarle CDMX también advierte que el Incifo tiene otras más de 3 mil muestras genéticas ya perfiladas, pero no se han cotejado con la base de datos de desaparecidos. Los datos de la misma institución revelan que al año ingresan a la fosa común de la Ciudad de México 450 personas “no identificadas”.
“Si más gente se une, si más gente levanta la voz y participa, este lugar se puede peinar mucho más rápido, pero ve, somos pocas manos y todo el personal que mandan no ayuda, no les importa. A nadie le importan nuestros muertos más que a nosotros, pero ni así nos vamos a desanimar, vamos a seguir hasta encontrarlos, aunque peinemos toda la Ciudad”, enfatiza Juana Garrido.
Las buscadoras han implementado su propio sistema de búsqueda: entre ellas se organizaron, compraron varilla y le soldaron un trozo de metal de un lado y del otro para “sacarle punta”. Esa herramienta la entierran donde la tierra se ve suelta; luego la olfatean: “No hay nada, sólo huele a tierra”, dice otro de los jóvenes que se une a la búsqueda de su hermano Joaquín.
Aseguran que enterrando el metal se puede percibir un olor fétido y eso es un indicio de que en el lugar se encuentra algún cadáver enterrado.
“La coordinación es complicada, a veces las instituciones quieren llevar el mando sin tomar en cuenta que nosotras y las familias que aquí vienen son las que tenemos experiencia en esto; la intuición es la que nos atrae a este tipo de lugares, no ellos o los trabajos de investigación que deberían hacer.
“Nosotras hacemos desde las varillas, hasta elegir y coordinar los puntos que debemos rastrear, desde las calles de la Ciudad, en baldíos o predios como este”, cuenta Ruby Reyes Escobar, quien busca a su hermano Jesús, desaparecido el 29 de noviembre de 2019 junto con dos compañeros de trabajo en la sucursal de Sanborns Lindavista.
A pesar de la precariedad e insuficiente apoyo, las buscadoras han encontrado restos humanos en algunas partes del Ajusco de la alcaldía Tlalpan, en la Sierra de Guadalupe en Gustavo A. Madero y en algunos puntos de Iztapalapa, pero dejan en claro que tienen cientos de predios pendientes en Milpa Alta, Xochimilco, Magdalena Contreras o Cuajimalpa, y en áreas específicas como Los Dinamos, el Desierto de Los Leones y en las fronteras de la Ciudad con el Estado de México, Morelos e Hidalgo.
“Esta Ciudad es un cementerio y la administración local no lo quiere aceptar, nos dejan con el dolor, con la impotencia y con toda la responsabilidad a nosotras; no saben por lo que pasamos, por lo que sufrimos, todo lo que dejamos de lado para hacer esto y aquí seguiremos, que eso lo tengan presente todos”, sentencia Rosa Icela Guzmán.
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