Metepec, Méx.— Sobrevivir a la pandemia por Covid-19 no fue sencillo, pero se logró, dice Dylan Hernández Vázquez, ingeniero de profesión y diseñador de la línea de joyería de barro Suhuatl Chipahutl. La iniciativa que promueve a través de una plataforma de internet la venta de aretes, pulseras y collares únicos, elaborados con piezas de barro moldeadas a mano, apenas comenzó a repuntar, luego de casi dos años de no reportar una sola venta.

Dylan, quien es un joven padre de familia, tenía puestos todos sus esfuerzos en un negocio que antes de la pandemia era fructífero, pese a ser incipiente, presentaba ventas, pero sufrió una severa interrupción durante 2020 y 2021, temporada en la que las artesanías se convirtieron en el último artículo que la gente pensaba en comprar, “ni siquiera como un regalo”.

Dijo que por desgracia su familia que se dedicaba 90% a moldear piezas con este material, desde cazuelas, jarrones y hasta la joyería, se quedó sin ingresos durante la emergencia sanitaria, por lo que tuvieron que recurrir a los programas de los que son beneficiarios los adultos mayores a través del gobierno federal.

Incluso, relató, la mayoría en Metepec abandonaron su oficio para buscar trabajo en alguna industria de Toluca o Lerma. Sin embargo, con el retorno a la nueva normalidad comenzó la movilidad de personas, la llegada de turistas y poco a poco aumentaron las ventas, pero nunca como en los años previos a la pandemia.

Para impulsarlas, mediante un catálogo en línea buscan promover las piezas, la meta es llegar a otras partes del mundo, a donde han llegado los jarros de su abuelo, el artesano más longevo de Metepec, Pascual Hernández León.

Dylan es diseñador, y tras años de contribuir en el taller familiar desarrolló su propia técnica y línea de joyería: son pequeñas piezas de barro hechas a mano de uno o dos centímetros con formas de árbol de la vida, mariposas o jarritos de pulque típicos del Pueblo Mágico. Los detalles son de tonalidades fucsia, azul índigo o amarillo, que dan vida a Suhuatl Chipahutl, que significa “Mujer Bonita” en náhuatl.

Su negocio se encuentra sobre la calle de Galeana, es un taller tan pequeño como sus piezas, pero que encierra la grandeza de las tradicionales artesanías metepequenses elaboradas con barro que recrean en 100 o más piezas la cosmogonía o escenarios como el hábitat de la mariposa monarca y la historia del Niño Jesús.

El joven, que inició a los 26 años con esta creación para solventar la mitad de la colegiatura de su educación superior, ahora es su apuesta para llevar ingresos a su hogar.

Los Hernández Arzaluz son cuatro generaciones activas que iniciaron con Pascual Hernández León, quien comenzó con los jarros pulqueros; le siguió Juan Hernández Cajero, que hace soles, lunas y árboles de la vida de dos a tres metros de altura; luego Juan Hernández Arzaluz, quien introdujo la miniatura con piezas de 10 centímetros.

De ahí surgió Dylan, que incursionó con piezas que pueden portar hombres y mujeres en dijes, pulseras, aretes o gargantillas, una idea que concretó tras elaborar un regalo para su mamá.

“Fueron seis meses de prueba, definí que las piezas requerían brillo, una protección o esmalte para preservar la pintura sin manchar la piel”, detalló.

Los diseños son creaciones del ingeniero, aunque puede personalizarlos al gusto del cliente.

Dylan moldea con una punta de maguey unos aretes que pesan entre 10 y 15 gramos por pieza, gracias a una nueva mezcla de barro que permite una resistencia superior al tradicional. El costo de los aretes es de 100 pesos para todos los modelos; las pulseras 180 pesos con un estuche para regalo, y los juegos completos 550 pesos.

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