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Para Rosa María Carrillo Dorantes, enfermera desde hace 35 años y hace algunos años jefa de enfermería de urgencias y terapia intensiva del Hospital Materno Infantil Inguarán de la Ciudad de México, la maternidad no es sólo un trabajo, es su vida.
Con 52 años, Rosa María lleva 35 en el servicio, en los que estima haber realizado más de mil 800 partos personalmente.
“Es muy satisfactorio brindar la atención a las pacientes que tienen la esperanza de tener a su bebé en sus brazos (...) las pacientes siempre nos hacen felicitaciones que la jefa de enfermería nos hace llegar extensiva a todo el equipo de trabajo”.
A las 05:00 horas, Rosa María prepara su traje blanco, los útiles del día y se dirige a su turno en urgencias de 07:00 a 14:00 horas. Concluye su labor en el hospital y se dirige a dar clase a la Escuela de Enfermeras de Guadalupe, posteriormente regresa a casa a cumplir su tarea más importante, ser madre.
Aunque su trabajo no ofrece descanso, Rosa María no ha dejado de prepararse académicamente: además de ser licenciada en enfermería con maestría en atención al paciente con responsabilidad jurídica, cuenta con cinco especialidades, como investigación de enfermería y tanatología, y ha recibido el premio nacional María Suárez Vázquez de enfermería.
Recuerda que la primera vez que asistió un parto “tuve miedo”. Fue hace más de 30 años, en el Hospital General La Villa, relata que la paciente arribó en trabajo de parto y la tuvo que atender sola.
“Yo vi cuando la señora empezó a dar a luz a su bebé y me dio miedo. Dije ¿qué hago? (...) en eso llegó el doctor Valencia y me dice ‘pásame al bebé’, y él me fue diciendo”, comenta.
Lamentablemente no todos sus esfuerzos han resultado exitosos. Narra el caso más difícil en su carrera. Se trató de un aborto incompleto del primer trimestre. La paciente llegó a urgencias con severo sangrado vaginal y un dolor incontenible.
Madre dentro y fuera del hospital
Luego de décadas en la sala de urgencias, centenares de nuevas madres atendidas y miles de vidas que han pasado por las manos de Rosa María, afirma que su visión de la maternidad y su trabajo como madre no han hecho más que fortalecerse.
“No me quiero ver soberbia pero a mí me fascina ser enfermera, me encanta la enfermería, me apasiona ser enfermera. Soy jefa de servicio pero también atiendo a las pacientes, el hecho de ser jefa y que yo atienda a las pacientes no me quita ni me da más. Me da la satisfacción de ser una profesional de enfermería que puede ayudar a alguien más”, indica.
¿El haber atendido a tantos recién nacidos, le ha hecho valorar más la vida de sus hijos?, se le pregunta.
“Valorar principalmente la vida. El hecho de que la mamá pueda tener a su bebito cerca de ella y decir gracias porque está conmigo, eso cambia mucho la visión, primero como profesional de enfermería y después como persona”, responde.
Rosa María quedó viuda hace mucho, cuando sus dos hijos gemelos tenían siete años y la forma en la que sobrellevaron la pérdida como familia fue a través del estudio.
“Ellos estudiaban y yo estudiaba a la par con ellos. Es por eso que la vida me dio la oportunidad de hacer tantas especialidades que a mis hijos han llenado de satisfacción y dicen, ‘yo quiero ser como mi mamá’”.
Ahora tienen 30 años. Uno es economista y el otro licenciado en derecho, y a pesar de la edad, el trabajo como madre nunca termina y saliendo del hospital va a visitarlos para asegurarse que nada les haga falta.