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Con rostros serios y la mirada agachada, una cubeta y una escoba en una mano y un ramo de cempasúchil en la otra, las decenas de familiares de aquellos que están enterrados en el pequeño panteón de Santa Úrsula Coapa, subían las escaleras de la parroquia y se dirigían con cuidado entre los pasillos de las criptas para limpiar y decorar las tumbas de aquellos que que dejaron este mundo hace años y poder compartir las últimas horas del Día de Muertos a su lado.
De entre las centenas de tumbas, había una en especial que contaba con un papel picado hecho a la medida con el rostro y el nombre del fallecido, llamado Pedro.
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Como dicta la tradición, encima de su lugar de descanso se colocaron algunos de los elementos que más disfrutaba consumir el fallecido en vida; en este caso era un ponche, una caguama y una bolsa de Cheetos descansando encima de la piedra sobre varios ramos de flores naranjas.
“Esta tumba guarda tu cuerpo. Dios tu alma y nosotros tus recuerdos. Recuerdos de tu esposa, hijos, nietos y familia. Para el Sr. Pedro Rosas Rodríguez”, decía su epitafio.
“Era mi padre, se nos fue el año pasado. Hoy es una fecha muy triste porque es nuestro segundo Día de Muertos con él y pues las heridas aún no sanan; aunque supongo que siempre queda un poco de ese dolor (...) lo que más recuerdo de él es que siempre nos cuidó a todos y nunca nos faltó nada con él”, comentó su hija entre lágrimas, sentada frente al altar.
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Acompañado de su Biblia, su vestimenta santa y una mujer de avanzada edad portando un paraguas por encima de su cabeza, el padre de la iglesia pasó una por una a cada una de las tumbas del cementerio, incluso aquellas que no contaban con familiares presentes para rezar en nombre de quienes yacían enterrados bajo sus pies.
Algunos niños jugaban entre las tumbas en silencio y reían ocasionalmente mientras que los mayores guardaban respeto en silencio y algunos lloraban en privado, ya sea con una botella de agua o una cerveza en la mano.
Encima de la tumba de Aurelio Álvarez, uno de sus familiares bebía una cerveza y después de cada trago que ingería, tiraba un chorro pequeño encima de la piedra en señal de que estaba disfrutando de un trago con su fallecido.
Así, cada cada tumba, cada pan de muerto, cada veladora, cada flor de cempasúchil y cada persona derramando una lágrima significaba una historia de vida completa que se terminó, así como los recuerdos que dejó entre aquellos que continúan en esta tierra y pasarán un 2 de noviembre más recordándoles.
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