Nezahualcóyotl, Méx.— Su nombre es Luis Manuel Acosta López, pero todos lo conocen como el Padre Matus. Se autodenomina como un cura rocanrolero, un padre banda, porque se vinculó con las pandillas de Tacubaya y Santa Fe para pacificarlas y luego llegó a Neza hace 15 años a tratar de evangelizar, no con la Biblia, sino con el rock.
“Me di cuenta que la banda es universal en cualquier parte del mundo”. Esos mismos miembros de las bandas de Tacubaya le pusieron el apodo de Matusalén, como el profeta, por la barba larga que usa, luego derivó en el Padre Matus.
Su misión en Neza —donde hace 30 o 40 años se registraban peleas campales entre pandillas de hasta 200 integrantes— es que persista la unidad entre esas bandas urbanas que ahora, en lugar de liarse a golpes, se dedican a ayudar a la comunidad.
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Lo mismo convive con punketos, darketos, rastafaris, patinetos, bikers, metaleros y cholos que con católicos, evangélicos y laicos. El respeto es el común denominador. “No discrimino, no etiqueto a nadie”, dice el padre de 68 años, que se siente como de 25 años.
Nació en San Miguel Chapultepec, en la Ciudad de Mexico, pero sus padres lo llevaron a vivir a Neza cuando tenía un año; ahí creció. De familia pobre —como la mayoría de las que llegaron a esa zona lacustre del ex-Lago de Texcoco— aprendió los valores que le inculcaron a temprana edad en el seno familiar.
“Crecí entre la banda, entre la pobreza, entre la muerte. Mis compañeros de primaria y secundaria la mayoría acabaron muertos porque le entraron a las drogas, qué culpa tenían de haber nacido en hogares rotos, no funcionales”, relata.
El Padre Matus se hizo sensible desde entonces a las carencias que existían en el barrio y aprendió a compartir lo poco que tenía. De joven se hizo catequista y al recorrer las calles polvorientas, sin pavimentar, sin agua ni drenaje en Neza conoció a los que se dedicaban a robar, pero a él no le hacían daño.
“Eran broncas fuertes, a mí me tocó que en mis brazos se murieran varios chavos, eso te marca. (...) Se peleaban y había cinco, siete muertitos que nunca salían en el periódico, era morir diario ”, recuerda con pesar.
Una muerte que lo marcó fue la de Ernesto, un joven que tenía tres meses de haber dejado las drogas, pero tuvo un conflicto con otros adictos del barrio y lo navajearon en el estómago.
En su agonía, le pidió al padre que lo reviviera en otros jóvenes. Al subirlo a la ambulancia, Ernesto perdió la vida, pero su encomienda se le quedó grabada y desde entonces ayuda a más personas para revivir a Ernesto.
Cuando se ordenó de sacerdote, muchos de los integrantes de esas pandillas le organizaron una pachanga en una de las barrancas en la que el rock fue el vínculo entre todos. Esas mismas bandas corrieron de boca en boca la labor del Padre Matus y lo conocieron los de Tepito, los de Naucalpan, de Santa Fe, Tacubaya, Azcapotzalco, Chalco y hasta los del tianguis del Chopo. Su misión lo ha llevado a otros países y allá se dio cuenta que todos los jóvenes son iguales, no hay distinción.
“Darketos que me encontré en Madrid son la banda, unos marroquíes que me encontré en París son la banda, los chavos de Río de Janeiro, Brasil, son la banda, me di cuenta que la banda es universal. Los chavos que veo en Tepito, en Tacubaya, son la banda, son rocanroleros, de barrio, tribus urbanas, luchan, trabajan, se chingan sabroso, son solidarios, lo poco que tienen lo comparten con el otro”, platica.
Estuvo también en Perú, pero regresó a México porque su mamá murió. El entonces obispo de Neza, Carlos Garfias Merlos, le pidió que lo ayudara con los jóvenes de la diócesis y se reencontró con sus orígenes.
Las pandillas de los 70 y 80 que pulularon en el territorio nezatlanse desaparecieron en el nuevo siglo. “Ahora los une el rock, van a platicar, van a compartir, a bailar (...), ya no hay tanta violencia, aunque se han dado en la madre dos que tres”.
Los sobrevivientes de esas pandillas del siglo XX evolucionaron, de ser belicosos ahora son altruistas y ayudan a los miembros de su comunidad. Participan en colectas para la operación o asistencia médica de niños de escasos recursos. Al Padre Matus, amante de la música de Liran’ Roll, El Haragán, Botellita de Jerez, El Tri, esas bandas musicales le sirvieron para relacionarse con todas las tribus urbanas.
“En los 70 yo evangelicé con música de Alex Lora, llevaba mi grabadora chiquita y ponía las rolas de El Tri que tienen mensaje, con eso evangelicé a las bandas, les preguntaba qué pensaban de eso, los fui formando en valores con la música de El Tri”, relató.
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