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Es un taller mecánico. La fachada incluso es una casa como cualquier otra, sólo que en el interior hay camionetas convertidas en recámaras, automóviles que albergan familias con niños, una pequeña estufa y un televisor. Se trata del único albergue para migrantes en el Valle de Toluca.
Es imposible ignorar la pobreza. Es un sitio lleno de autopartes en las paredes, aceite en el piso, hay rastros de productos que usan los mecánicos, pero también es un hogar. La gente tiene esperanza en la mirada, son jóvenes que en su mayoría no rebasan los 30 o 35 años, y todos quieren obtener sus papeles para permanecer en México.
El “Ángel Armando”, como lo llaman Alma y Willy, quienes por quinta y sexta ocasión atraviesan México tras dejar Honduras a los 16 y 10 años de edad, tiene 62 años, 16 de ellos trabajando de la mano con el Padre Alejandro Solalinde en el albergue Hermanos en el Camino, está dedicado —él solo— a tramitar los permisos que por un año facilitan a los migrantes su estancia, además de ingreso a un trabajo.
Sin embargo, la fila de solicitudes para llegar a la capital mexiquense crece cada vez más, la información pasa de boca en boca entre la comunidad que migra, de modo que se contactan con Armando a través de internet y piden asilo.
“No es fácil, esos flojos, descarados de los diputados y senadores o los gobernantes del municipio, el estado, nos conocen pero nos ignoran, es increíble todo lo que se gastan y nosotros teniendo necesidad de una sopa, un colchón”, reclama este hombre alto de complexión robusta. Endurece la mirada que al final deja esos atisbos de paz.
Es la quinta vez que deja Honduras y no puede volver porque en su nación, quienes están tatuados, como él, deben pertenecer a una de las pandillas. Tiene dos hijas en Estados Unidos y por eso insistió en volver, pero se dedicó a pollero, lo que derivó en su encarcelamiento por dos años.
En esta época el taller mecánico uno de los sitios más seguros y cálidos para los migrantes.