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Toluca, Méx.— Margarita Macías Hernández, otomí originaria de Santiago Mexquititlán, elabora y vende las muñecas Lele —como se llaman en Otomí—, que son de trapo. Tiene un diseño adaptado para Día de Muertos y si bien no tiene un negocio comercial para ofrecer su producto, dijo que las vende en línea y apela a la publicidad de boca en boca para seguir sosteniéndose de esta actividad, que le ha permitido alimentar a su hijo.
Actualmente la artesana es habitante de Toluca y en los lienzos de tela ha logrado plasmar una gama de cuerpos y rostros de las conocidas como muñecas Marías, a las que cose a mano trenzas, el sombrero, los moños o el tocado, para después bordarle los ojos y bigotes, caracterizados para el Día de Muertos.
Con sólo una máquina de coser y una recámara de su casa, acondicionada como taller, la señora Margarita busca colocarse en el gusto del público, especialmente durante la pandemia, pues dice, significará un respiro para su economía, ya que las ventas fueron “totalmente canceladas” en los meses pasados.
Margarita aprendió de su mamá a coser las muñecas, porque es la única de sus hermanas que no pudo estudiar, por lo tanto, le enseñó un oficio que tiene como origen la pobreza, platicó.
“En la comunidad no tenían dinero para comprar muñecos, entonces con lienzos de tela les amarraban la cabeza rellena de cualquier material, hasta pasto o flores secas y con otros dobleces les marcamos los brazos”.
Ahora la técnica ha cambiado, todo va relleno con algodón, son cosidas 80% a mano y los detalles son cuidados “como si fueran para mí”.
Usan listón, estambre, lentejuelas, telas delicadas para vestir al catrín y la catrina.
“A mí me tocaba moler maíz, nixtamal. Mis papás vendían semillas en pueblos de Celaya, sobre todo, pero a mí me tocó aprender el oficio y no ir a la escuela. Ahora nos da satisfacción que la gente ya no nos mira como si fuéramos indias ignorantes sino personas que sabemos hacer artesanías que son valiosas y que nos dan arraigo”, aseguró.
Para Margarita, este trabajo es motivo de satisfacción, pues con el paso del tiempo no pudo vender más semillas, ni chiles secos, las arpillas a las que también daba forma y color, dejaron de ser atractivas, pero las muñecas de trapo sobrevivieron.
Las catrinas que tienen diversos diseños desde la novia hasta la revolucionaria, tienen precios de 100 a 400 pesos, dependiendo del tamaño, la vestimenta y los detalles, las más baratas son de 35 pesos, y son llaveros.
La artesana reconoció que si bien no vendió mucho durante la pandemia, asiste a todas las ferias artesanales y culturales donde la invitan, incluso si no coloca una gran cantidad de piezas.
“Me gusta mi trabajo y por eso le pongo todo el amor, el chiste es ponerle amor a las cosas, porque aparte de ser un sustento, es una expresión de mi cultura Otomí que no quiero perder”.