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Dos semanas después de que Ricardo ingresó al reclusorio por robo, nació su hija. Durante cuatro años encarcelado su ex pareja no lo visitó, por lo que no sabía cómo era el rostro de su bebé, el color de su piel, a qué olía, qué ropa usaba o si lloraba día y noche.

Lo único que Ricardo conocía era que la nena se llamaba Joselin —con i latina— y se tatuó ese nombre en la muñeca derecha.

En la cárcel, dice Ricardo, no se festejan los días marcados en el calendario. No hay Navidad, Día de las Madres, cumpleaños y mucho menos Día del Padre. No hay pasteles ni regalos. “Todos los días son iguales”, enfatiza, pero para él la ausencia de celebraciones es común desde la infancia: “Desde morro viví en la calle, tengo a mis papás, pero nunca estuve con ellos”.

Mientras estuvo en prisión, la madre de su hija desapareció y Joselin fue adoptada y cuidada por sus abuelos maternos en una casita de Xochimilco.

Hace cuatro años Ricardo cumplió su condena. “Ah no, pues estuvo chido… Luego que salí [del reclusorio] fui a verla. Sí me acuerdo de ese momento. Se parece un montón a mí”.

Ricardo, de 27 años, es un hombre delgado, moreno, de estatura baja. Sus brazos están repletos de tatuajes, cuatro de ellos son los nombres de personas a las que ama; viste pantalones guangos, playera pegada y una gorra que aplasta su cabello.

Joselin, de cinco años, tiene los mismos ojos redondos y el color de piel, pero ella sí sonríe cada vez que habla. Al visitarla por primera vez en Xochimilco, Ricardo conversó con los abuelos de la niña y le permitieron verla, “yo pensé que no me iba a reconocer, pero me dijo: ‘¡Papá, papá!”, cuenta.

La familia de su ex pareja le prohibió llevársela y le dijeron: “Hasta que no veamos que ya te aplicaste puedes venir a verla cada ocho días y le traes una despensa o lo que tú quieras”. Así, cada fin de semana, durante tres años, Ricardo visitó a su hija para llevarla al parque o a caminar, hasta hace seis meses que le otorgaron la custodia.

A Joselin “¿qué no le gusta hacer? Le encanta la televisión, las series y las caricaturas. A veces le digo ‘Joselin’ y me dice ‘no, yo no me llamo así, me llamo María de los Ángeles. Para la comida es muy especial, todo se come, pero no le gusta la cebolla ni la papa”, cuenta Ricardo.

Cuando Joselin y Ricardo están juntos, ella lo abraza, le agarra la cara, lo jala hacia todos lados, pero lo que él no permite es que lo acompañe al Metro, donde hace acrobacias en los tubos de los vagones: “No me gusta llevarla al Metro, no, ¿cómo crees? Muchas veces la gente que te ve con los niños te dice cosas o que los explotas”.

En cambio, a él le interesa que Joselin estudie. Desde que salió de la cárcel ha sido apoyado por la organización civil El Caracol, que ayuda a población callejera con trámites que ellos no saben cómo realizar y también los invita a participar en actividades para reinsertarlos a la sociedad. Hoy, con Joselin, su pareja y amigos, en una mesa alargada con comida es la primera vez que Ricardo festeja el Día del Padre.

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