“Con cualquier lluviecita nos inundamos. Cinco minutos son suficientes para que el chorro de aguas negras salga por todos lados. Ya nos acostumbramos, por eso todos tienen reforzadas sus entradas con cemento”, comenta doña María, habitante de la colonia Puente Blanco, Iztapalapa, donde en sólo cuatro días se han encharcado tres veces en esta temporada de lluvias.

La mujer, de 70 años, explica que tiene 30 años viviendo en ese lugar y desde que recuerda padecen de lo mismo, pero está consciente de que las anegaciones y los encharcamientos son consecuencia de toda la basura que sus mismos vecinos y los paseantes dejan por todos lados.

“Ve ese tianguis, por ejemplo, se van como a las cuatro de la tarde y ahí dejan toda su basura y se queda hasta dos o tres días, por eso es el problema”, lamenta la señora.

“Ese pleito [de la basura] lo tenemos con todos, porque luego llegan las lluvias y ahí andamos quejándonos”, comenta la mujer, quien resignada espera que en esta misma semana se vuelvan a inundar inevitablemente.

Las calles de esa colonia como Sabadel, Bellavista, Compostela, Berlín y hasta la avenida San Lorenzo en el oriente de la ciudad, sufren por las lluvias; aunque los habitantes de toda la zona “ya están acostumbrados”, dicen que no es normal vivir en esa situación en la que los ríos de aguas negras alcanzan más del metro de altura y eso provoca que se filtre por todos lados, y además, les representa afectaciones económicas.

“Todos los vecinos en cada temporada perdemos sillas, ropa, zapatos hasta refrigeradores y lavadoras que es lo que se daña primero. Por ejemplo, ahora en estas últimas lluvias ya tengo que cambiar las puertas del clóset y el inodoro, ya sabemos que cada año es lo mismo y hasta nos preparamos: cerramos el paso con los carros para que nadie pase y haga olas.

“Los carros los ponemos arriba de las banquetas y ya tenemos palos y destapacaños para cuando llueve y hasta nos acostumbramos al olor que dura como dos o tres días.

“Aquí nacimos, aquí nos tocó vivir y ni modo, la verdad es que ya a estas alturas es difícil moverse o encontrar una casa nueva y pues ni modo, sin llorar”, comenta entre risas don Artemio, quien barría el pequeño charco que se acumuló y fue lo único que quedó de la inundación del domingo por la noche.

En la zona, el agua así como llega, se va. Los afectados han aprendido a levantar sus muebles en cuestión de minutos para que no se echen a perder, y ya saben dónde están las coladeras y cuentan con un sistema propio para levantarlas mientras llueve y así desahogar las calles, por lo que la inundación dura unos minutos, algo de lo que también ya saben las autoridades, motivo por el cual tampoco se acercan a trabajar por ese lugar.

“Ya todos saben lo que pasa, por eso ya ni nos mandan a los de Protección Civil ni a nadie. Ahora, lo que no saben es que creo que se está haciendo un socavón aquí, ve el pavimento, todo está agrietado y ni modo, ya para cuando se trague toda la calle, ese día van a llegar corriendo”, advierte doña María.

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