Entre el movimiento rápido de sus dedos y manos, Crisoforo Sánchez Galicia , quien tiene 70 años, recuerda su infancia, el momento exacto en el que su abuela le enseñó a tejer la lana con gancho y agujas, una práctica que lo ha acompañado durante varias décadas.

“Yo aprendí con mi abuelita materna, ella nos enseñó a mi hermano y a mí, y luego a mi hermana; mi abuelita hacía puro abrigo largo, yo aprendí a tejer con gancho y aguja, tenía más o menos 10 o 12 años cuando arrancamos y me gustó el tejido”, dice.

Él forma parte de un selecto y reducido grupo de personas de la tercera edad que mantienen vivo el arte de tejer diversas prendas en lana y estambre en Chiconcuac , que comercializan todos los días de plaza en este que es considerado el municipio textilero más importante del país.

“Nosotros somos en este caso alrededor de 15 o 16 compañeros que estamos agrupados en una asociación, somos los que casi cada semana nos reuníamos en la casa y tejíamos la lana”, comenta.

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La generación a la que pertenece Crisoforo está a punto de desaparecer, entre el auge de máquinas textileras que producen una mayor cantidad de piezas y el desinterés de las nuevas generaciones por mantener viva esta tradición que hace unas décadas permitió que esta localidad fuera reconocida internacionalmente por la calidad y el colorido de sus prendas artesanales.

“Los que tenemos el arte de tejer en lana ya somos pocos y ya estamos muy acabados, muy viejos, por eso digo que ya estamos en peligro de extinción, la juventud muy poco quiere aprender a tejer la lana”, lamenta.

Elizabeth Espinosa, también aprendió a tejer cuando era una niña, tenía 12 años cuando elaboró sus primeras piezas.

“Tejedores de la lana quedamos muy pocos, en cuestión a híbrido, que es el estambre, son más tejedores los que hay; según el ayuntamiento, son más de 120 los que hay actualmente, yo sé tejer a lana y a híbrido (...). La diferencia entre la lana y un híbrido es que la lana es térmica y el híbrido, no”, explica.

Ella calcula que ahora sólo quedan 50 tejedores de lana natural , que aprendieron el oficio a la vieja usanza, como se los enseñaron sus padres o abuelos.

Los herederos de esa tradición empezaron a morir, se dedicaron a vender otros productos o dejaron de fabricar las piezas de lana, que fue la actividad que catapultó a Chiconcuac a nivel nacional e internacional, pues los de mayor edad recuerdan que muchas personalidades del ámbito artístico, político y deportivo llegaban al municipio a adquirir prendas.

“Desde la Segunda Guerra Mundial mi abuelito exportaba las cobijas, venían los soldados estadounidenses y se llevaban las cobijas para Alemania”, recuerda Elizabeth. Luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, empezaron a ir a Chiconcuac clientes estadounidenses para comprar los productos de lana que fabricaban los artesanos.

La mayoría de los jóvenes de Chiconcuac no quieren aprender a tejer en lana porque consideran que es poco redituable hacerlo. Elaborar un suéter, un abrigo largo, es muy tardado, en algunos modelos tardan dos, tres semanas en crearlo o a veces más y los clientes no pagan el tiempo y esfuerzo invertido en esa prenda, pues quieren todo barato, dicen.

“Lo harían por hobby. En Chiconcuac todos somos comerciantes, preferimos estar en el taller de costura que estar sentados tejiendo, hoy en día un suéter está en mil 800, 2 mil o 2 mil 500 pesos y la gente se asusta por pagar ese precio, pero no se asustan por pagar más de mil 500 pesos por unos tenis de marca o por pagar más de 2 mil pesos por una chamarra también de marca que no les va a durar lo que les dura un suéter de lana, hecha a mano y de calidad”, cuenta.

No sólo la falta de tejedores tradicionales afecta a la actividad chiconcuaquense, sino la llegada de productos asiáticos —chinos y coreanos, sobre todo— en las últimas dos décadas, lo que ha desplazado a las prendas nacionales.

Por si fuera poco la pandemia de Covid-19 ha mermado aún más las pocas ventas que tenían de suéteres, bufandas, abrigos, blusas y guantes, entre otros artículos que aún elabora el grupo reducido de tejedores de lana.

No morir en el intento

Los tejedores de Chiconcuac buscan recuperar la fama de sus piezas elaboradas en lana, como aquella que les dio el emblemático suéter que lució Marilyn Monroe en una sesión fotográfica de 1962 que le dió la vuelta al mundo.

“Así comenzó nuestro pueblo de Chiconcuac, tejiendo a mano, a gancho y en telar, y esa es nuestra tradición y nuestro origen. La ilusión de nosotros como tejedores es tejer con amor para vestir al mundo y para que sea innovador”, expresa Raquel Flores Rodríguez, representante de los tejedores de San Miguel Chiconcuac .

Para introducir nuevamente la ropa tejida y elaborada en lana, los artesanos de Chiconcuac preparan una serie de pasarelas en las que participarán diseñadores de modas, algunos oriundos de este municipio, quienes proponen prendas con un estilo diferente para abarcar el mercado juvenil, principalmente.

Elizabeth, otra de las tejedores de lana, ha incursionado en el mercado virtual para comercializar sus productos y ha tenido un impacto positivo: “En Europa sí hay tejedores de lana jóvenes porque me he dedicado a investigar lo que hacen en otros lugares y es lo necesitamos hacer acá involucrar a las nuevas generaciones, enseñarles porque realmente es muy bonito tejer a mano”.

Por ahora está enfocada en comercializar sus productos en línea, pero en breve se preparará para hacer clases virtuales y enseñar a los cibernautas a tejer como ella aprendió de sus antepasados, que sería uno de los últimos intentos para que no desaparezca el arte de elaborar piezas de lana.

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