Por las mañanas,  Verónica Rentería se levanta de la cama que comparte con cuatro personas, acarrea cubetas llenas de agua para bañarse sobre una coladera y en horas de sueño  soporta a las ratas que corren por debajo de sus pies.

“Vivimos en un campamento, es muy feo porque es un foco de infección, tienes que vivir en una coladera de donde salen ratas, pasas frío, no puedes tener comida porque los animales se la llevan. Muchos estamos enfermos, no tenemos ayuda de nada, como saben que somos damnificados no nos ayudan. Tenemos que pedir ropa, cobija, lo poco que nos regalan es con lo que vivimos”.

Verónica es una de las damnificadas del sismo del 19 de septiembre que aún vive en la calle. Ella habitaba en un edificio en la calle Privada de Soto, en la colonia Guerrero. Cuauhtémoc es la demarcación con más campamentos en la Ciudad de México. Hasta agosto de este año tenía registrados 18.

El año pasado, durante un temblor de baja magnitud, la fachada del edificio donde rentaba un cuarto por mil pesos se dañó y el 19 de septiembre todo el edificio fue catalogado como inhabitable.

Los dueños de la Privada de Soto, dice, la dejaron a ella y a más familias a la deriva, entonces la mujer y su familia pidieron refugio en Degollado número 62, donde vivía su hermana Guadalupe. Ahí conoció a otros vecinos que hoy son sus compañeros de carpa.

Don Matías es uno de ellos. Trabaja como vendedor de Vive 100, una bebida energética que se oferta en carritos. Cuando tenía su cuartito en la vecindad pagaba 500 pesos de renta, ahora solo tiene una carpa sobre su cabeza.

“Llevo 10 años  aquí  en este predio que ahora sufrió el colapso  y  a raíz de eso toda la gente que vivimos aquí pues nos espantamos,  nos salimos  y cada quien jaló por su camino, pero después pasaron los días y nos comunicamos para hablar sobre lo que íbamos a hacer por las cosas  que quedaron”.

Su esposa e hijo regresaron a una casita en Xochimilco, pero él decidió quedarse con las seis familias y tres perros que viven en el campamento. De vez en cuando carga en su mochila un par de papeles para llevarlos al Antiguo Palacio del Ayuntamiento y entregárselos a cualquier autoridad que pueda ayudarlos.

“Lo único que le pedimos a las nuevas autoridades. ¡Me duele el corazón porque la verdad no se vale!, pero tengo que entender, de muchos argumentos, que hay  buena  disposición de ayudarnos. Por obvias razones no se ha hecho. Tengo  fe en Dios y una buena esperanza  en las autoridades. Nada más que entren en funciones  yo sé que  nos van a ayudar”, dice.

A pocos minutos de distancia, en la calle Sol, hay otro campamento. Sólo tiene dos carpas frente a la vecindad y aseguran, sin dar más detalles, que recibirán apoyo como damnificados. Hacia el Centro Histórico, en la misma colonia, está el refugio más grande de Cuauhtémoc, a un lado del Parque Allende. Las familias que ahí dormitan vivían en un edificio ubicado en Pedro Moreno y Galeana. Temprano, el campamento está cerrado, pues los niños van a la escuela y sus padres venden mercancía en puestos ambulantes.

A 12 meses de vivir en el parque, las lonas se han caído por las lluvias y por las ráfagas de viento. A ellos las ratas también los aterrorizan por las noches y para bañarse o lavar ropa regresan al edificio cuyos muros están partidos, con riesgo a que colapsen por otro sismo.

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