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Sobre la lateral de avenida del Taller, en la delegación Cuauhtémoc, hay una carpa blanca con un letrero al exterior: Damnificados Unidos.

La entrada al campamento está escondida, pero una vez que se logra entrar, los refugiados dicen “si quieres siéntate en la sala”. La “sala” está compuesta por dos sillones de diferente estilo y colores que están acomodados en una esquina, a pocos metros hay una pila de colchonetas azules y en el otro extremo una parrilla de gas y una mesa de plástico.

En estas cuatro paredes de lona blanca duermen seis familias; ancianos, adultos y niños que siete meses atrás vivían en la vecindad número 21 de esa misma avenida. Sin embargo, el edificio tuvo daños irreparables por el sismo y ahora están en la calle, esperando no sólo que su edificio se derrumbe y se reconstruya, también que el pleito legal que tienen con una inmobiliaria se resuelva.

Javier, de pie a un lado de la “sala”, cuenta que la vecindad se construyó desde los años 60 y en ese entonces llegaron las primeras familias a rentar los seis departamentos hasta el 2000, cuando el dueño murió; los dos hijos de éste continuaron con el cobro “[pero] dejaron de venir mucho tiempo por la renta. Nos enteramos que falleció uno de los hermanos”.

Fue en ese momento cuando los vecinos acordaron buscar la expropiación de la vecindad: “El edificio ya tenía daño estructural y desde 2012 estábamos en el proceso de expropiación, pero en octubre de 2016 se dieron las primeras dos declaratorias de utilidad pública y fue cuando apareció una inmobiliaria”.

Una empresa solicitó un amparo para evitar la expropiación de la vecindad y el proceso se suspendió, “ellos dicen que cuando compraron el inmueble estaba en buenas condiciones y deshabitado, dijeron que no sabían que nosotros estábamos aquí”.

Recuento. La planta baja es la más dañada; los vecinos tuvieron que colocar polines y cada día usan los baños, pues no tienen sanitarios portátiles.

Las grietas atraviesan las paredes por más de tres metros de largo, sobre todo en el pasillo principal. En el patio hay una llave desde donde acarrean agua, “este tanque de gas nosotros lo bajamos de la azotea porque Protección Civil nos dijo que era mucho riesgo. Pero pues no podíamos quedarnos esperando a que pasara algo”, explica Enrique mientras recorre cada espacio del inmueble.

Al fondo, en uno de los departamentos hay un patio que solía usarse para lavar y colgar ropa, pero el temblor rompió el drenaje y ahora la zotehuela está inundada de aguas negras. Luego, Enrique sube al primer piso donde hay otros tres departamentos, todos son de gran tamaño y techos altos, pero ahora están vacíos, con algunos juguetes, bolsas tiradas y polvo, sobre todo polvo.

Escalones arriba, en la azotea, el daño es más visible “el edificio se expandió, como un huevo cuando rompes el cascarón. Aquí arriba había dos tinacos que se rompieron, y si te paras aquí ves que el inmueble ahora está recargado al de al lado”.

Ahora, dice Enrique, “tenemos problemas con los vecinos porque dicen que ese recargamiento les generó grietas y nosotros no tenemos adonde ir, somos pobres y hemos luchado por este edificio, pero no sabemos qué va a pasar”.

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