El 16 de febrero de 2018, el pueblo de San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco, experimentó una prueba de fuego. Dos albañiles (de los casi 100 que allí trabajan ahora) estaban en el techo de una de las diez casas que reconstruyen tras el 19-S, cuando sobrevino el temblor de magnitud 7.2 que sacudió varios estados del país.
Y por esa razón, a las damnificadas Ana Villarreal y Virginia Sánchez no les pesa cocinar para ellos un guisado, arroz, frijoles y agua de sabor para ofrecerles un taco, en agradecimiento a la reconstrucción de las casas que perdieron hace cinco meses.
“Nuestro censo arrojó 158 viviendas colapsadas por el sismo; la fundación va a rehacer 128 y las otras 30 entrarán en programa de reconstrucción porque no se puede atender todos los casos”, afirma en entrevista María del Carmen Saldaña, damnificada y presidenta de la asociación civil 19 de septiembre.
“Surgimos a partir del sismo y aunque en la delegación entregamos los papeles que nos pidieron, no tuvimos respuesta ni coordinación para la entrega de ayudas. Por eso la AC nació el 21 de septiembre, para realizar nuestro propio censo con cifras exactas que no se manejaran a conveniencia. Creamos una base de datos con la cual estamos trabajando; en total tenemos mil 496 viviendas afectadas; y hay que reconstruir, calculo yo, más de 400”.
Cuando en enero pasado los predios ya estaban limpios tras su demolición, grupo Carso (y otras constructoras subcontratadas por ellos) enviaron personal para realizar estudios de suelo y determinar dónde iban a construir y qué edificarían. Sobre ello, determinaron tres prototipos de vivienda que están a la vista de los vecinos en una manta informativa colocada por la propia fundación a través de su grupo México Unido Sismos 2017. Los modelos habitacionales tienen nombre: Esperanza, Unión y Fortaleza, todas con características resistentes a los sismos. La única diferencia entre ellas es el tamaño que varía según los datos de la propiedad del damnificado; y el tipo de suelo en que se ubique. Pero en general, las tres cuentan con dos plantas, sala, comedor, cocina, dos o tres recámaras, así como un baño completo y un medio baño.
Esperanza es color naranja y se encuentra a 90% de avance en un terreno de 40 metros cuadrados, mismos que se duplicaron con una planta alta. Se localiza en lo fue la zona cero del pueblo, en la calle 13 de septiembre número 51 y su propietaria es Marisela Ramírez Galicia. “Mi casa no se cayó con el 19-S, pero sí sufrió afectaciones porque la construyeron mis abuelos en 1926. Era de adobe y sobre eso edificamos un segundo piso con algunas reestructuraciones. Esta casa nueva tiene una construcción novedosa, antisísmica, con material armex para que, cuando haya un sismo, todo se mueva en una sola unidad porque la mecánica de suelo es lodoso”.
Unión se ubica enfrente de Esperanza. Es de menor tamaño y registra el mismo grado de avance que la primera; la única diferencia es que fue pintada de color rosa. Mientras que el tercer modelo, Fortaleza se encuentra a 60% de avance, está en obra negra.
Pese a que las casas aún no están terminadas, el jefe de Gobierno, Miguel Mancera, entregó a sus propietarios llaves simbólicas de las mismas y vales para amueblarla con refrigerador, horno microondas, estufa, lavadora, tinaco, colchón y vajilla. Pero estos enseres no podrán ser canjeados por sus propietarios hasta que las viviendas no estén listas para ser habitadas. En este momento se trabaja en la edificación de un promedio de 10 viviendas; y se estima que la mayor parte de las 128 prometidas estén listas el 3 de mayo, día de la Santa Cruz. No obstante, falta resolver la construcción de otras 280 casas.
De pueblo a pequeña ciudad
Recorrer San Gregorio Atlapulco implica ver cómo este pueblo se transformó en una pequeña ciudad donde uno se topa albañiles e ingenieros a cada esquina. Como es natural, la reconstrucción modificó la rutina diaria y la movilidad local, así que por las calles es común encontrar desde montacargas con material de construcción, hasta camiones de volteo con material o escombro, lo que hace de la pequeña carretera local de dos carriles, un tráfico eterno.
Pero esto no perjudica a doña Ana Villarreal ni a Virginia Sánchez, mujeres de la tercera edad (y damnificadas) que se desempeñan como amas de casa, sin casa. “La mía es la que están reconstruyendo en el número 39 de la calle Insurgentes. Por eso mi familia y yo pasamos el fin de año en casa ajena”, cuenta Ana.
Es cierto, en cada construcción cuelga un letrero con el nombre del propietario; y en su caso, la vivienda lleva un avance de 40% porque el grupo de albañiles que está allí trabaja muy rápido. “Me da gusto ver lo que llevan porque nos está ayudando la fundación”, reconoce.
Aquí el 19-S se vivió como un sismo trepidatorio que causó un efecto dominó porque la casa adjunta a doña Ana, la de don Juan Reyes de 83 años, no se cayó ni se afectó con aquel temblor, pero sí se hundió conforme avanzó la demolición de los predios contiguos.
“Primero se hundió la casa al sur, luego al norte. Ahora que tiraron toda la parte afectada mire, sólo quedaron los cimientos. El arquitecto me explica que no los van a sacar, sino a poner sobre una base de tezontle y tepetate compactado con máquina, para luego poner la cimentación. Yo veo que en la avenida 13 de septiembre terminaron dos casas muy bonitas que sí me han gustado”, dice en referencia a los modelos Unión y Esperanza. “Me gustaría que mi casa quedara así, con el frente a la calle. Es mi anhelo”, comparte.
Durante esta reconstrucción que realiza y supervisa la fundación Slim a través de grupo Carso, doña Ana, Virginia y don Juan, ocupan parte del día dándose sus vueltas para atestiguar qué hacen los albañiles e ingenieros y por qué. No quieren quedarse con dudas, por eso preguntan lo que no comprenden y ahora saben que en sus viviendas las ventanas y cerramientos también tienen castillos para dar mayor resistencia. Que la loza será fuerte, pero ligera, con una capa intermedia de unicel y malla electrosoldada, entre dos capas de concreto. Y que, en conjunto, el resultado final será que durante un sismo la casa se moverá haciendo una distribución uniforme de las cargas entre la loza y la cimentación. “Teníamos miedo porque decíamos eso está bien delgadito ¡se nos va a caer!, pero ya nos fueron explicando que eso es lo que nos va a proteger”, dice Virginia.
Como presidenta de la asociación, María del Carmen Saldaña explica que han encontrado casos donde ninguno de los tres prototipos de vivienda se adapta al tamaño del terreno de algunos damnificados, sea por su tamaño o tipo de suelo; esto no incluye a los afectados en asentamientos irregulares de zonas ecológicas. Así que ambas situaciones serán consideradas como casos especiales y enviados a la Comisión de Reconstrucción para que allí se indique qué solución darles.
“Que cumplan con su palabra”
A pesar de que en este pueblo hay optimismo, los afectados despertaron hace unos días con una noticia. El anuncio hecho por el jefe de Gobierno donde informó que las viviendas reconstruidas tendrían un costo de medio millón de pesos, de los cuales, los damnificados sólo pagarían la mitad (250 mil).
“Desde el principio dijeron que todo sería gratis, pero si cambian de opinión suponiendo que sean unos 300 mil a pagar de aquí a unos 30 años, pues serán los hijos los que terminen esa deuda porque nosotros ¿de dónde? Ojalá y sea gratis porque así nos lo ofrecieron y deben de cumplir su palabra”, dice Virginia.
Los arquitectos de grupo Carso han sido francos con los damnificados, pues en algunas pláticas informales les comentaron que, si bien sus nuevas casas pueden resistir algunos sismos, esto no significa que sean indestructibles. “Un sismo devastador puede terminar con este y cualquier sistema constructivo, es el riesgo que hay en esta zona por el tipo de suelo”, les advirtieron.