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Aunque Héctor tenía 29 años cuando murió por las balas de un grupo de hombres que le dispararon, sus restos descansarán en una tumba rodeada por los sepulcros de niños que fallecieron a los pocos años de haber nacido. Su madre, Adela, no paraba de decirle “mi niño” cuando le permitieron ver por última vez su rostro a través del cristal del ataúd.
Más de 50 personas, la mayoría jóvenes, se abrazaron unos a otros mientras lloraban frente al féretro de Héctor, uno de los estudiantes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) que fue asesinado el martes en la noche en la Gustavo A. Madero.
Todos llegaron al panteón civil de San Isidro en una camión con la leyenda “Atizapán de Zaragoza”; donde vivían él , su hermano Sergio, su hermana mayor y su madre.
Él y Sergio, quien ahora permanece inconsciente en el Hospital Ticomán por los balazos que recibió, solían trabajar empaquetando periódicos por las noches; ambos estudiaban en el plantel Cuautepec de la UACM; Héctor Ciencias de la Comunicación y su hermano menor, Ingeniería Eléctrica.
Su madre llegó con su hermana Lucila al panteón para enterrar a Héctor mientras su hija mayor esperaba en el hospital a que Sergio diera signos de vida. Adela, quien vestía un chaleco oscuro y llevaba el cabello recogido en una coleta lloraba en los brazos de sus familiares cuando no podía sostenerse en sus dos piernas por el dolor de perder a “su niño”.
“¿Qué voy a hacer ahora? ¡No me dejes!”, le preguntaba entre sollozos a Héctor. Los amigos del fallecido le dedicaron una última porra: “¡Autonomía, educación y libertad. Arriba, arriba, la Autónoma de la Ciudad!”.
Luego del entierro, Adela regresaría con su hijo Sergio, quien inconsciente no sabe que su hermano, su amigo de fiestas, su compañero, murió.