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Óscar y su madre Tania son los primeros damnificados del Multifamiliar de Tlalpan que regresan a su departamento, pero no porque ya esté en buen estado, sino porque no tienen a dónde más ir. Por más de seis meses buscaron un cuarto para rentar cercano al que fue su hogar, pero con los 5 mil pesos que valoran gastar no encuentran un domicilio que los acepte con su perro Walker.
Aunque sus vecinos les han ofrecido dormir en el campamento, eso podría poner en riesgo la salud de la señora Tania, de 72 años, quien desde hace cuatro años fue diagnosticada con un cáncer que primero se alojó en sus mamas y ahora se expandió a los ganglios del cuello. La mejor opción, entonces, fue regresar al edificio que tiene riesgo medio de colapso y necesita reforzamiento.
Regresar a casa después de seis meses de estar fuera viviendo con amigos y familiares les da a madre e hijo comodidad que se mezcla con el miedo de que vuelva a temblar como el 19 de septiembre. “No duermo tranquilo, en las noches me despierto con cualquier ruido. Sí tengo miedo, pero qué bueno que es miedo y no terror, porque de ser así no podría hacer nada”.
Óscar dice que al menos tiene un plan durante el día: “Yo me levanto, agarro los papeles que están en una mochila cerca de la puerta y bajamos tranquilamente, es todo lo que podemos hacer…”. Pero para la noche, cuando él se va a trabajar a un bar de Santa Fe y regresa hasta las cuatro de la madrugada, no hay un plan B, sólo monitorear a Tania o Tanitas, como le dice, quien ya aprendió a usar Whats-App para comunicarse.
El 19-S, Tanitas perdió doble: primero su departamento en el 1C que rentaba, pues se derrumbó con el temblor, y luego su hijo Óscar le dio la noticia de que no podían dormir en el otro departamento del 4C, donde vivían desde hace años, porque aún no sabían si estaba en riesgo.
Por fortuna, el 19-S Tania estaba en revisión con el médico en el sur de la ciudad, por eso Óscar, de 36 años, y la mascota Walker, de 13, estaban solos en su vivienda. “Por favor, necesito que te pares”, le imploró Óscar a su mascota, porque Walker se había echado en la puerta del departamento con el movimiento del temblor. Juntos fueron a buscar a Tanitas y durmieron en casa de unos amigos.
Al día siguiente, otros familiares cercanos los ayudaron para instalarse con la hermana de Tanitas en una unidad habitacional; y así, día y noche durante seis meses, les brindaron apoyo, hasta que hubo conflictos. “Hasta ahora entiendo lo que me decían, que yo estuve a punto de morir ese día y ahora regreso al edificio”, cuenta Óscar sentado en su sala.
Los tres regresaron el domingo 18 de marzo, por eso su ropa y los muebles están desordenados en la sala. Óscar le prohibió a Tanitas que hiciera esfuerzo para reacomodar lo que se llevaron y ponerlo en su sitio de origen; pero él baja todos los días a una llave en la calle para rellenar al menos dos garrafones de agua para bañarse a cubetadas y después rehusar el líquido en el inodoro. La comida la calientan en una parrilla, pues no hay gas, sólo energía eléctrica con la que Tanitas puede ver la tele o alumbrarse para leer un libro.
Walker es el único acompañante por las noches de la mujer. Mientras tanto, en el campamento, están los vecinos que suelen ver para las asambleas, y aunque siempre los han invitado a vivir con ellos, Óscar teme por la salud de su madre. “No la quiero arriesgar, por todo este tiempo ha habido noticias de que hay desconocidos que vienen y se meten en el campamento”, dice.
Ahora, lo que saben los dos es que en un mes se tendrán que salir de su departamento, otra vez, para que los obreros inicien un reforzamiento del edificio. “Yo le dije ‘vámonos a la casa, ¿estás consciente de que sólo hay luz y que nos tendremos que salir después?’”, y Tanitas contestó que sí. “Pues ya veremos cómo le hacemos”, respondió Óscar.