A los 10 años Christian se quedó huérfano. Sin un padre que pudiera cuidarlo, su custodia quedó a cargo de la hermana de su madre. Pero tres años con ella bastaron para que se escapara unos días antes de su cumpleaños número 14.

Los golpes constantes y los insultos lo llevaron a buscar un refugio en las calles de la Ciudad de México. “Todo era contra mí: si se perdía una cosa, si pasaba algo. Todo era básicamente mi culpa. Ya no sabía qué hacer”, relata el ahora adolescente.

En 2017, en la capital existía el registro de 207 menores de edad (de cero a 17 años) que decidieron que su hogar fueran las calles, de acuerdo con una solicitud de información hecha por la Unidad de Datos de EL UNIVERSAL a la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso) de la Ciudad de México. Pero esta cifra es totalmente inexacta. Nadie sabe con certeza cuántos niños duermen en el asfalto de la capital.

En realidad, en todo México se ha fallado en saber la cantidad de mexicanos que viven en las aceras, asegura Laura Alvarado Castellanos, directora de la fundación Pro Niños.

Esta problemática se refleja en los datos que manejan diferentes dependencias, pues las cifras entregadas por la Sedeso no concuerdan con el Censo de Poblaciones Callejeras de 2017, que sólo contabiliza 135 menores viviendo en las calles.

“El principal problema es la metodología. No es fácil contar debido a las características de movilidad de quienes viven en la calle, además de lo complejo que puede ser entrar a los lugares donde pernoctan para tener realmente un número preciso”, reconoce Alvarado.

Tres de cada cuatro menores que viven en la calle (es decir 157) son hombres, de acuerdo con los datos de la Sedeso; de éstos, 80% tiene entre 13 y 17 años. Pero esta cifra también puede resultar engañosa. “Hay muchas más niñas de las que se pueden contabilizar cuando se realizan los censos, el punto es que algunas veces realizan actividades que no las ponen a la vista pública. No hay que confundirse entre el número de niñas que salen a la calle con las que pueden ser encontradas en la misma condición que los hombres”, explica Alvarado Castellanos.

En la capital, se conoce que hay 50 niñas de cero a 17 años que no tienen un techo. Aunque la cifra puede parecer pequeña, ellas corren el doble de riesgo que los menores hombres que viven en la calle. “Para ellas es mucho más difícil sobrevivir en un ambiente tan hostil como lo es la calle y se encuentran a merced de grupos delincuenciales que van a internar vincularlas en temas de trata o explotación sexual”, asegura la directora de Pro Niños.

Las delegaciones Cuauhtémoc y Venustiano Carranza son las dos en las que se ha identificado a la mayoría de las niñas en situación de calle. Tan sólo estas dos demarcaciones suman a 43 menores mujeres viviendo en las aceras. En Benito Juárez sólo se contabilizaron a 14 menores: todas eran mujeres.

La calle: la salida

Nadie sabe cuántos niños de la calle hay en la CDMX, pero hay más de los registrados
Nadie sabe cuántos niños de la calle hay en la CDMX, pero hay más de los registrados
Nadie sabe cuántos niños de la calle hay en la CDMX, pero hay más de los registrados
Nadie sabe cuántos niños de la calle hay en la CDMX, pero hay más de los registrados

Pero existen otros factores como el abandono, la búsqueda de oportunidades, porque en verdad perdieron su vivienda o simplemente porque les gusta vivir en las calles, aclara Héctor Maldonado, director del Instituto de Asistencia e Integración Social (Iasis).

Con el autoestima por los suelos y con una sensación exhorbitante de abandono, Christian decidió escapar de la casa de su tía. Pero lo que encontró afuera no fue diferente. La violencia siguió en su vida y esta vez de forma más agresiva. “Yo pensaba que era normal porque en mi familia siempre vi que las personas se golpeaban y después se decían que se querían y hasta que se amaban”, cuenta Christian, de ahora casi 17 años.

El hombre con el que vivía lo violentaba aún peor. Los insultos y los golpes eran constantes. A esto se le sumó el abuso sexual. “Estuve más de tres años con mi familia diciéndome que era un inútil, después llegué con este chavo que me decía que sólo servía para coger, pues yo me lo creía y no sabía que había otra manera de hacer las cosas”, dice este joven.

La nueva “relación” de Christian duró tan sólo un año y medio. Después de eso llegó la calle. A sus escasos 15 años tuvo que escapar por segunda vez. En esta ocasión con más heridas que antes. “Cuando me escapé de casa de mi tía yo tenía ganas de salir adelante, pero con él yo ya no tenía ganas de seguir, lo único que quería era que acabara la violencia”.

La vida en las calles no fue mejor. Comer, bañarse o encontrar dónde dórmir tenía un precio: la prostitución. Y a pesar de que Christian era menor de edad, todas las noches tenía “clientes”. “Si una noche no me contrataban, pues no me bañaba ni comía porque no tenía dinero para comprar nada. Había momentos en donde ya no quería estar presente. Todas las noches para mí eran lo mismo”, relata.

Con el paso de las semanas comenzó a consumir drogas. “Es muy fácil que tengan acceso y se enganchen al consumo de sustancias. La oferta está ahí todo el tiempo y para tolerar una vida con tantas situaciones violentas y extremas recurren a esto. Además también hay grupos delincuenciales que se las ofrecen a cambio de que ellos hagan pequeñas entregas”, explica el director de Iasis.

Christian lo veía como una oportunidad de conseguir más dinero, pues sus “clientes” le pagaban algo extra si consumía con ellos. “Si yo me drogaba me pagaban más. Me metí piedra y cocaína, pero sólo por dinero. Cuando me daba hambre o frío yo consumía mariguana. Me ayudaba para no sentir todo lo malo que me estaba pasando”, relata el joven; pero su situación no es única, alrededor de 90% de la población que vive en las calles tiene algún tipo de adicción, ya sea alcohol, cigarro, mariguana o cocaína, expone Maldonado.

De dónde vienen y dónde están

Los menores que viven en las calles de la Ciudad de México no son únicamente originarios de la capital. Muchos llegan con sus familias en búsqueda de mejores oportunidades laborales o provienen de estados con altos índices de violencia. “Hemos notado que muchos llegan de lugares como Oaxaca o de entidades vecinas como Hidalgo, Morelos o el Estado de México”, detalla Maldonado.

La misma pobreza es lo que ha empujado a familias enteras a las calles. “Mientras no tengamos políticas que estén realmente comprometidas con cerrar la brecha de la desigualdad, vamos a tener siempre a un niño viviendo en la calle”, dice la directora de Pro Niños.

En siete de las 16 delegaciones de la Ciudad de México se tienen contabilizados menores que viven en las banquetas, entradas de tiendas o cualquier otro espacio en la vía pública. Cuauhtémoc, Venustiano Carranza y Gustavo A. Madero son los puntos en donde se concentra esta problemática.

La demarcación de Cuauhtémoc, en donde se ubica uno de los principales corredores comerciales de la capital, ocupa el primer lugar. Sólo en 2017 se encontraron a 88 menores en las calles. Tres de cada cuatro eran hombres. A partir de la información generada por organismos de gobierno se deberían revisar las políticas públicas que se están implementando. Uno de los puntos clave es descubrir el “factor” por el cual llegaron a las calles, argumenta Maldonado.

La reinserción

Hace dos años que Christian llegó, por su cuenta, a la Fundación Pro Niños. Al inicio tenía miedo, pues nunca le habían brindado ayuda sin esperar algo a cambio, pero era mayor su temor de volver a las calles. Poco a poco recuperó lo que la calle y la violencia le quitaron: empezó a estudiar, terminó la primaria y secundaria, tiene un trabajo y se prepara para el momento en el que tenga que salir a defenderse por sí mismo.

“Como organización hemos experimentado que siempre que la persona es la que toma las decisiones, es muy probable que logres que quienes viven en la calle puedan cambiar su estilo de vida”, destaca Alvarado.

Con el paso de los días, Christian se dio cuenta de que sí era capaz de hacer las cosas que se le negaron en su casa. Estudiar, ir a otros lugares, vivir sin la violencia. Todo eso era nuevo para este joven. Después de terminar sus estudios básicos, Christian consiguó un empleo en una tienda de ropa. Ahora se siente como un “adulto”.

Su siguiente paso es volver a la calle, pero ahora con las herramientas necesarias para construir un futuro. De pie, en uno de los patios que conforman la casa en la que por ahora vive, asegura que su principal objetivo es ayudar a los que viven lo mismo que él vivió, que sepan que no están solos y que sí hay una forma de cambiar las cosas. “Quiero estudiar Trabajo Social, porque cuando estaba en la calle vi muchas cosas y pensaba por qué nos tienen que pasar todo esto si sólo somos niños”.

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