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“Si yo todos los días salgo a la vía pública con temor a desempeñar mi trabajo, no me sentiría segura. Este es mi trabajo y lo amo, y si tengo que morir en la línea de fuego, lo hago”. Luz Areli Negrete, de 47 años, ha vestido la mitad de su vida con chaleco antibalas y portado un arma a la cintura. Ella no sólo es policía, es directora en la Unidad de Protección Ciudadana de Tepepan, en Xochimilco. Pero antes de explicar que tiene bajo su cargo a 147 uniformados, en su mayoría hombres, Luz Areli se presenta como mamá soltera, “madre de dos señoritas”.
Luz platicó con EL UNIVERSAL sobre su trabajo, se presentó con un uniforme oscuro con bordados en dorado y con un maquillaje en tonos dorados que destaca sus pestañas largas. Cuenta que hace dos décadas, cuando ingresó a la Secretaría de Seguridad Pública, estudiaba la preparatoria y una de sus hijas era menor de edad. En ese entonces su marido y ella se organizaban para cuidarla, pero al tiempo se divorciaron y ella se organizó para ser madre soltera, policía y estudiante.
Con los años, su hija menor, quien nació pocos años después, la acompañó a sus convivios con otras policías, lo que provocó en su hija un amor por la carrera policial, pero también eso les enseñó que el trabajo de Luz las impulsó para realizar sus carreras universitarias.
Ahora “ellas valoran y saben mi trabajo, porque la chiquita siempre ha estado cerca de mí en la institución, ha sido criada en el medio policial... lo respeta y quiere ser policía”.
Sin embargo, Luz tiene uno de los trabajos más peligrosos y sabe que un día podría no regresar a casa. En la delegación Xochimilco, donde patrulla, el delito que más sufren los pobladores es el robo a transeúnte y es común que ellos mismos detengan a los delincuentes y estos intenten lincharlos. En todos estos casos, ella ordena qué hacer, cómo salvar la vida de un presunto asaltante, y aunque confiesa que nunca ha disparado un arma, de ser necesario lo hará, ya que “el peligro inminente es todos los días y mis hijas están preparadas y capacitadas para saber qué hacer en caso de mi ausencia”.
Luz dice que tiene dos hogares: con sus dos hijas y con la policía. Cuando está con su familia vigila lo que pasa en las calles de Xochimilco a distancia, y cuando está con otros uniformados habla constantemente a su casa para saber cómo están sus dos pequeñas hijas.
Pero también los policías a su cargo se han vuelto cercanos, no sólo atienden sus órdenes, también se acercan a ella para pedirle consejos. “Los veo como mis hijos, porque la policía es mi segunda casa, es la que me ha abrazado, la que me ha amamantado, y a ellos los quiero como si fueran los míos”, comenta.
Madres en casa y en las calles. Leticia Sierra, de 49 años, es encargada de vigilar el uso de las armas largas en los depósitos, pero también de participar en los operativos cuando es necesario. Es madre soltera como Luz Areli, y comenzó su carrera policial en el momento en que sus hijos cumplieron cuatro y tres años: “Cuando eran chiquitos lloraban porque no entendían que tenía que trabajar. Mi hija me decía ‘no te vayas’”, pero al crecer entendieron que no podía estar con ellos como hubiera querido.
Antes de ser elemento del agrupamiento de Fuerza de Tarea, donde está ahora, Leticia era parte de la Policía Ribereña, la que vigila en los embarcaderos de la capital. En esa época veía constantemente a menores de edad que se embriagaban y cometían delitos, casos que le dolían porque los rostros juveniles le recordaban a sus propios hijos, y aunque en ocasiones estos mismos la quisieran golpear o fueran agresivos, ella intentaba platicar con ellos y aconsejarles para que dejaran esos hábitos. “Me conmueve que muchos jóvenes se adentraron al alcohol, lo que hacíamos los compañeros y yo era hablar con ellos, les decíamos que no era conveniente, que podían hacer otras cosas como deporte o convivir con su familia”.
Y aunque ahora no atestigua esos casos, los niños y niñas en las calles le siguen inquietando, así como a Marisa Reyes, policía preventiva de la delegación Iztacalco, quien además de patrullera ha ayudado a embarazadas a dar a luz en las calles. “Lo más bonito es ayudar a labores de parto, en cuatro veces he ayudado a las mamis y es grato ver a los bebés”.
Aunque le da pena comentar sobre su trabajo y se le llenan los ojos de lágrimas por el nerviosismo, Marisa
sonríe al recordar la primera vez que ayudó a una mujer que se dirigía en un taxi al hospital, pero a todas las que ha auxiliado “les digo que se calmen, que confíen en mí y que yo estoy para ayudarles. Hasta les bromeo y les pregunto si le van a poner mi nombre a sus hijas”.
Esas vivencias han sido un recordatorio para Marisa, de 41 años, de sus cinco hijos y cuatro nietos. Cada día, antes y durante su servicio, piensa en ellos, y el cuidar a gente desconocida en la calle la apasiona, “pues me gustaría que si en algún momento necesitan de un compañero policía él los ayude igual”.