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Es tanta la gente afuera de El Péndulo, en la Colonia Roma , que uno tiene que esperar un rato para ser atendido. La gente no tiene problema en hacerlo, pues es viernes. Lo mismo pasa a unos metros, en locales como Burger Bar y Licorería Limantour.
La hostess de esa cafetería, sobre Álvaro Obregón , habla de esa experiencia con un tono uniforme, como si eso no hubiera ocurrido hace una semana, sino mucho tiempo atrás. Es una nostalgia que se percibe en el ambiente sacudido por el terremoto.
Este viernes, a diferencia de otros, no fue cualquiera en esta zona de la ciudad. El entorno parecía contener el aliento en un silencio que se tornaba abrumador por la cantidad de locales cerrados y otros semivacíos.
“Se siente todo muy triste, sabemos que tenemos que volver a la vida normal, pero nos ha sido difícil asimilar que hace poco todo era fiesta. La semana pasada era 15 de septiembre”, recuerda la joven, frente a una pila de sándwiches y café que regalan a los brigadistas .
Incluso aquellos que ayudaban se están ausentando. Algunos aprovechan para comer tacos a la altura de Insurgentes, pero la mayoría decide quedarse en los centros de acopio.
La imagen es similar en cada establecimiento. Una antítesis de lo que acostumbra presumir una de las avenidas más importantes para vivir las noches de fin de semana en la Ciudad de México.
Unos bomberos se abren paso en la misma avenida, a la altura de la colonia contigua, la Condesa, por una fuga de gas. Los transeúntes se colocan en el lado opuesto, lejos del olor y la remoción de escombros de los edificios que se ubicaban en los números 286 y 284.
Hacen bien, toda la Condesa es zona cero. Los negocios están cerrados, las calles no tienen luz y se percibe un ambiente sombrío que sólo alegra la Churrería El Moro y cafetería Illy , de los pocos establecimientos abiertos.
El desazón no sólo tácito, como lo ve la joven en la Roma . Es literal. A unas calles, sobre Mérida, el dueño del local de Pizzas Amore está por cerrar temprano, cuando las únicas dos personas que comen ahí pidan la cuenta.
“Me siento triste. Abrimos no con la intención de vender, sino porque la vida tiene que seguir. Pero esto me removió, ¿vale la pena vivir en esta ciudad?”, se cuestiona Erick Ortega.
Él es dueño de dos franquicias, ambas ubicadas en zonas de desastre: Roma y Lindavista . En la primera, las ventas, que reiniciaron ayer, son casi nulas; en la segunda, pasó lo opuesto.
Pero su depresión , como la define, no tiene que ver con el temblor , sino con el ambiente de inseguridad y la falta de apoyo que dice percibir, a excepción de lo ocurrido con los voluntarios.
“Imagínese, el día del temblor mi esposa se lesionó el pié y en vez de ayudarla, le robaron su teléfono, por eso vamos a cerrar”. Esta vez Erick no se refiere al horario de su establecimiento. Piensa preparar todo para irse a Los Cabos con su familia.
msl