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Es Sábado de Gloria y frente a la iglesia de San Pedro, en la delegación Cuajimalpa, la gente se arremolinó para ver el espectáculo de chicotazos que daba un pequeño Judas de cinco años.
Con un jalón de muñeca, Diego acomodaba su látigo dos veces para calcular la distancia y la fuerza con la que golpearía los tobillos a la gente que así se lo pedía.
Su padre, quien estaba a escasos dos metros de él, le gritaba: “Sepárate más, Diego, más fuerte”, y el pequeño Judas volteaba apenas unos segundos para asentir con la cabeza.
Hombres y mujeres jóvenes se turnaban para que Diego les diera latigazos en las piernas; a veces el extremo de la cuerda daba en otros lugares donde el dolor era mayor.
El pequeño, vestido de rojo y con huaraches cafés, no tardaba más de cinco segundos en dejarlas con una marca horizontal y un moretón.
La gente alrededor esperaba entonces que más valientes se acercaran para recibir chicotazos y reír al ver sus muecas por el dolor.
Así pasaron más de dos horas hasta que la gente en el atrio corrió cuando los romanos se acercaban sonando sus maracas para avisar que llegaría un Judas más grande para repartir chicotazos a cualquiera que se atravesara en su camino.
Mientras tanto, los vendedores de nieves de limón y mango caminaban entre las filas de gente para ofrecer sus productos y las personas, o veían el espectáculo o se resguardaban bajo un árbol por la lluvia.
En Cuajimalpa, durante la Semana Santa, no sólo se representa la crucifixión de Jesús; el Sábado de Gloria se permite a los Judas hacer travesuras, pero a partir de las tres de la tarde, la gente es libre de cobrar venganza.
El Judas más grande, que usa una épica amarilla larga y en sus ropas lleva regalos, es cargado hasta acercarlo a la gente y pueda aventar a diestra y siniestra playeras, gorras y dulces a los niños, sobre todo.
Los toritos de papel china son cargados hasta el atrio y colgados en medio de la explanada. Son dos diablos gigantes con proporciones perfectas, de color rojo vivo y unos cuernos amarillos que resaltan sobre la fachada de la iglesia. En las manos tenían hileras de cohetes que cuando se encendieron hicieron que giraran sobre las cabezas de los feligreses.
En menos de un minuto los toritos giran y la gente se hace para atrás porque los destellos que provoca la explosión de los cohetes los mantiene alerta. Después de varias vueltas, de repente, este diablo que tuvo un rojo vivo explota y cientos de pedacitos de papel China quemados cayeron sobre la gente. Eso representa que los Judas mayores han sido derrotados.
Los Judas que repartieron chicotazos fueron colgados por los brazos frente al atrio, donde sus víctimas se revelaron y les regresaron un poco de las maldades que les hicieron.