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En 1970, Maricela Nolasco acababa de terminar la secundaria. Con 17 años decidió buscar trabajo mientras ingresaba a la prepa, el azar la llevó a la estación Salto del Agua, donde supo que había vacantes para ocupar un lugar en el Metro.
“Iba a buscar trabajo y nos arrancamos como ocho chamaquitas de la secundaria a ver qué encontrábamos, tomamos un camión y llegamos a Eje Central.
“Queríamos conocer el Metro, llegamos a la taquilla de Salto del Agua y le preguntamos a la señorita: ‘¿Cómo le hiciste para entrar?’, y nos dijo que arriba daban las solicitudes, las ocho corrimos a meter una y fue meses después que nos llamaron para hacer la selección”, recordó la mujer de cabello corto, cano y de rostro amable.
Su ingreso sería después de mucha espera; primero tuvo que hacer un examen y después de aprobarlo le informaron, por telegrama, que tendría que acudir a una capacitación para enseñarle el sistema operativo para la venta de boletos y el resto de los movimientos que se hacían en la taquilla.
Mientras regresan a su mente esos momentos sonríe y dice que llegar al Metro “fue iniciar una aventura en algo que no conocíamos, estaba de moda, se acababa de inaugurar y de hecho nosotras fuimos de las primeras taquilleras en el área y con mucha novedad, fue en ese año [1970], que deciden cambiar varones por taquilleras”.
Casi 50 años después, vestida de traje sastre lila y mascada de colores, Maricela llegó a la estación Zaragoza acompañada de fotografías de su época en el Metro.
Modernidad
Recuerda que al Metro le cambió la cara cuando en lugar de todos los hombres que estaban a cargo de las taquillas ingresaron decenas de jóvenes, entre ellas algunas que participaron como edecanes en los juegos olímpicos México 1968.
Emocionada, cuenta que el trabajo que era de hombres se convirtió en uno de mujeres, quienes portaban con orgullo su traje de saco naranja con pantalón o falda café, blusa blanca y un kepi, mismos que fueron confeccionados especialmente por el proveedor que hacía la ropa militar.
Su primer día de trabajo fue un sábado, dice, llegó y relevó a un compañero. Pese a la capacitación, estaba nerviosa y angustiada, pues salía a las 00:30 horas y le preocupaba cómo regresaría a su casa en la colonia Progreso Nacional, en Gustavo A. Madero.
“A medida de que se va dando, agarra uno tranquilidad. Lo que siempre me costó fue estar vendiendo y voceando, también nos tocaba cuidar que no se pasaran sin pagar porque no había nadie más, eramos las únicas en la estación, decía ‘o vendo boletos o voceo o hago otra cosa’, era un caos, sobre todo en taquillas donde había mucha gente”, dice.
Alternando su trabajo estudió la preparatoria y la carrera de Sicología en la UNAM.
Mientras camina por la estación Zaragoza, Maricela Nolasco evoca sus primeros años en el Metro; recuerda las taquillas que estaban en el centro de la estación y eran totalmente visibles para los usuarios, lo que le ayudaba a estar al pendiente del toda la estación, pero también generaba inseguridad debido a que los usuarios se percataban del manejo del efectivo.
En muchas ocasiones las empleadas eran víctimas de la delincuencia, incluso eran asaltadas pensando que ellas llevaban el dinero.
“Con el tiempo se solicitó la reubicación de las taquillas como las vemos actualmente, empotradas, más seguras, el usuario ya no puede ver el dinero.
“El Metro fue creado para ser operado por hombres, entonces había muchas cosas donde se nos hacía difícil como las actividades en la estación, además no había sanitarios para las taquilleras, tuvimos que solicitar que nos construyeran unos”, cuenta.
Se dice orgullosa del sindicato. Fue delegada, representante sindical y secretaria general.
Con 66 años, Maricela asegura que el Metro fue amable con ella, pues al no poder dejar a sus hijas en casa, las llevaba al trabajo, algunas veces cuidándolas personalmente y otras, sus compañeras.